LA TELARAÑA: abril 2016

viernes, abril 29

Los clones

La Telaraña en El Mundo.
 Veo tan poco la televisión que, cuando lo hago, no dejo de asombrarme al descubrir que lo que otros ya han descrito no es, como me temía, ninguna exageración, sino todo lo contrario; es cierto, tangible, irrefutable. Veo y escucho a Irene Montero y creo ver y escuchar, sin embargo, a Pablo Iglesias. Ambos gesticulan igual y la letanía monocorde, asfixiante, de sus frases es exactamente la misma; la misma forma de encabalgar las palabras, el mismo sonsonete a ritmo de amago, las mismas repeticiones silábicas, la misma retórica final y también, ay, el mismo revuelo populista.
 No sé si es que han practicado mucho, lo que sería algo admirable, o si es que son clones fabricados en la misma manufactura de las ideas. Yo lamentaría mucho que fuera lo segundo, porque de esa misma fábrica de saldos e infumables parecen haber salido la mayor parte de nuestros políticos. Los locales, también. Sobre todo.
 Hace unos días al Partido Popular de las islas no se le ocurrió otra humorada que intentar conseguir que el Parlament balear condenase la "trayectoria antidemocrática" del líder independentista vasco Arnaldo Otegi. Obviamente no lo consiguió; primero, porque no venía a cuento ocuparse, en ese lugar, de tan lóbrego personaje y, segundo, porque nuestras izquierdas folclóricas, nacionalistas, ecosoberanistas y hasta animalistas (o así) han perdido, hace tiempo, el mundo de vista y sólo atienden al clónico discurso conceptual que da, preferentemente, en pensar ordinarieces y, sobre todo, si es posible, en ejecutarlas.

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martes, abril 26

La línea última


La Telaraña en El Mundo.
 
 Todo lo que hacemos está compuesto de automatismos que, aunque parezcan irrelevantes, no lo son. En absoluto. Esos tics y manías que han envejecido con nosotros, esas pautas de comportamiento que siempre nos parecieron tan extravagantes como útiles, esa forma habitual, en fin, de conducirnos es la que nos acaba confirmando la validez y el éxito, siempre tan relativo como fugaz, de nuestro esfuerzo. No somos máquinas, pero lo parecemos cuando se trata de realizar nuestro trabajo diario, esa labor por la que no recibimos otra medalla que algo de dinero y la satisfacción íntima (o la resignación lúcida) de ocupar el tiempo en lo que nos gusta.
 Vengo ahora de observar las últimas andanzas de Rafael Nadal. No me refiero al magnífico yate que se ha comprado, sino a su regreso a la tortuosa senda del triunfo. Primero fue el noveno Montecarlo y ahora el noveno Godó. Esperan Madrid y el cielo, el décimo cielo de Roland Garros.
 Nadal repite sus tics de siempre bañado en un sudor que nos parece eterno. Se compone el pantalón, el hombro izquierdo y el derecho, la nariz, la oreja izquierda, otra vez la nariz y finalmente la oreja derecha. O así. Después empieza otro ritual mecánico, el del tenis; y la bola cruza el aire escapando de la red y los gemidos. Nadal, cuando concluye el punto, remueve con sus zapatillas el polvo de arcilla en busca de la línea blanca de cal. No hay que perder nunca de vista esa línea última porque, como él sabe o sabrá algún día, es la que acaba dando sentido al juego y también a la vida.

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viernes, abril 22

Los textos sagrados

La Telaraña en El Mundo.
 
 Con los años uno se da cuenta de que va acumulando cadáveres, no sólo en la vida, sino también y, sobre todo, en la desangelada nómina de amigos de Facebook; en efecto, los amigos se nos mueren dejándonos sus frases lapidarias y su mejor foto de perfil. Ahora visitamos esos muros detenidos bajo las cúpulas gélidas del tiempo, esos frontispicios que insinúan, tal vez, una constelación de estatuas de sal huyendo de Sodoma, como si buscásemos las claves secretas del viaje eterno hacia la otra orilla. Pero no las hallamos, por supuesto.
 Toca, pues, detenerse y asumir que las metáforas apocalípticas nos resultan muy familiares; es cierto, hemos leído con fruición los textos sagrados y toda nuestra cultura se ha ido formulando a su alrededor, entre sus arenas movedizas y sus tribus nómadas, su cielo repleto de naufragios universales y torres que ya han caído, sus ángeles exilados y su cruz última, su laberinto demasiado humano de tentaciones, fulgor y muerte.
 Busco ahora el perfil en Facebook de Mohamed Harrak, el presunto yihadista detenido en Son Gotleu, y no lo encuentro. No hay tanto, me digo, de algunos pasajes del Corán a otros de la Biblia. Sale ahora el Govern a decirnos que no pasa nada. Biel Barceló trata de desactivar las alarmas en el sector turístico. Hace bien. David Abril, por su parte, dice esperar que la detención del marroquí no alimente el racismo. Me da que el problema no es el racismo, sino la violencia terrorista. Quizá haya que leer mucho más la Biblia y, ya puestos, también el Corán. 

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martes, abril 19

El espectáculo de las cosas


La Telaraña en El Mundo.
 
 Como es obvio, todo está en su lugar; es decir, en la mirada del que observa el espectáculo de las cosas con el ánimo propio, encendido, del más curioso e insaciable de los voyeurs. Así es, nunca tenemos bastante, aunque nos conformamos con poco. Desfila el mundo, a ratos marcial y grosero, estrafalario, a ratos solemne, palmario; y nosotros, cuando no desfilamos con él, nos diluimos en la masa enardecida que aplaude o critica, jalea, abuchea. Puede que ese desagradable ruido de fondo sea la banda sonora de nuestras vidas.
 Pero cubro mis oídos y me ausculto. El juego suicida de los juicios de valor nos convierte en víctimas de la misma pasión que subyugó, entre muchos otros, a Nietzsche. Ya nadie lee a Nietzsche, pero si Dios ha muerto y nosotros ocupamos, finalmente, su privilegiado lugar, nuestra autoridad moral es sólo un artificio más que añadir a la impostura general. Todo es falso, salvo alguna cosa, como dice mi amigo Justo Serna parafraseando no importa a quién.
 Yo no sé muy bien lo que es falso y lo que no. Observo las piedras lavadas a la fuerza del monolito de Sa Feixina y sólo acierto a vislumbrar el carácter fálico del monumento funerario en honor de las víctimas del crucero «Baleares». La muerte suele ser más verdadera que falsa. Observo los movimientos de distracción de la clase política y alzo un crucifijo y una ristra de ajos al aire crispado de la campaña electoral que se avecina. Tengo ganas de salir corriendo, pero cualquiera escapa de un círculo infernal. Me da que no hay manera.
 
 

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viernes, abril 15

Turistas o refugiados


La Telaraña en El Mundo.
 
 A menudo me pierdo por las callejuelas del casco antiguo de Palma; me pierdo y me dejo engullir por las hordas de turistas que circulan, visiblemente relajados, por esos asombrosos laberintos de piedra. A veces me preguntan por dónde queda, no la Catedral o la Almudaina, sino los baños árabes, el convento de Santa Clara o incluso un par de museos que casi nadie conoce, el de Can Morey de Santmartí o el de las muñecas antiguas, por ejemplo. Yo conozco bien esos sitios porque, en no pocas ocasiones, me he perdido y encontrado en ellos, luego y de repente, bajo su sombra de piedra húmeda y sus rayos de sol oblicuos y febriles, agónicos, tal vez inexistentes.
 Con todo, una de las cosas que más admiro del casco antiguo es la gran cantidad de grafitis que van sucediéndose en esos lienzos de piedra donde es tan fácil encontrar imitaciones de Banksy como obras de algún artista anónimo que usa sus sprais de pintura para pulverizar sus propios fantasmas personales. Quizá también los nuestros.
 Lo que no es de recibo es que algunos grafiteros dejen de lado sus reivindicaciones artísticas y se dediquen, ahora, al peor panfletarismo ideológico promocionado desde no importa qué sectores. Todos sabemos cuáles son. Frases como "Stop guiris", "El turisme destrueix la ciutat" y "Tourist go home; Refugees Welcome" no hacen sino demostrarnos cómo se puede retroceder no ya al medioevo (que en pleno casco antiguo no sería mala época) sino a las auténticas cavernas de la inteligencia. De la falta de inteligencia, por supuesto.

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martes, abril 12

Humanos y máquinas


La Telaraña en El Mundo.

  Repaso mi pequeño parque tecnológico asumiendo que empieza a estar viejo. Viejo, pero no obsoleto, me digo, mientras recuerdo esa misma frase en boca de Arnold Schwarzenegger en una reciente entrega de «Terminator». Lo mejor de ese film era el envejecido Arnold parodiándose a sí mismo. ¿A quién si no? En efecto, los años y la obsolescencia programada se ciernen sobre nuestros artefactos como sobre nosotros y la capacidad de cumplir con las expectativas que algún día nos hicimos. O nos seguimos haciendo.
 Me gusta la ciencia ficción, no por lo que tiene de subterfugio, sino por su voluntad de proyectar realidades alternativas a la realidad diaria. Así, de repente, todos los problemas se nos volatizarían, como nuestra forma de vida, si llegase, por ejemplo, el día de los trífidos o el apocalipsis zombi, si nuestros libros ardieran a 451 grados Fahrenheit o si los ultracuerpos, en fin, comenzaran a usurpar nuestra humanidad. Todo se andará, me temo.
 Pero estaba yo entre mis máquinas. Microsoft y Apple. Quizá Samsung o alguna de las infinitas marcas chinas que manejamos pensando que son otra cosa. Tanto da. Esas máquinas reflejan todo cuanto somos hasta que no dan más de sí y son sustituidas. A un ordenador le sucede otro más veloz y potente, ergonómico, caro. Hasta el nuevo teclado parece ir más rápido que el antiguo y así es, en efecto; lástima que las ideas nos sigan fluyendo con muchísimo esfuerzo y a la penosa velocidad habitual. No sé si es un alivio saber que nosotros también seremos sustituidos.

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viernes, abril 8

Saritísima

La Telaraña en El Mundo.

 
 Siempre que paso por la plaza Comtat de Rosselló me vienen a la memoria los instantes en que, hace ya una eternidad, Sara Montiel se acercó a compartir el manoseado cartón de un bingo conmigo. Yo la miraba, entre sorprendido y fascinado, mientras la suerte se nos iba esfumando número a número y todo quedaba en un par de frases roncas, que ya he olvidado, y en una sonrisa afiladísima, que todavía hoy me persigue. Es curioso comprobar con cuánta intensidad recordamos algunos detalles más o menos triviales en detrimento de otros, tal vez, más importantes. Pero es así como nos preservamos de la realidad y sus excesos; y logramos mantener la cordura. O casi.
 El caso es que ignoro los auténticos motivos por los que Cort, la inescrutable burocracia, las leyes y ordenanzas, los expedientes y la retórica de las licencias paralizaron, hace años, una inversión económica, que supongo cuantiosa, y siguen, a día de hoy, sin permitir que las ruletas más o menos rusas del azar enciendan sus farolillos rojos en pleno corazón de Palma.
 Ya sé que las ciudades, como Palma, tienen el corazón en muchos sitios. O puede que tengan muchos corazones. Escuché su latido, muy ametrallado, en los alrededores de Atarazanas. También en la Plaza Gomila de una época que ya no existe, aunque intenta renacer, me dicen. O cerca del Casal Solleric. En San Magín o en mil sitios. Sigo escuchándolos ahora mientras Sara Montiel vuelve a mirarme y yo me olvido de la suerte, porque la suerte era ella y tenía la voz ronca y la mirada afiladísima.
 

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martes, abril 5

El infierno


La Telaraña en El Mundo.
 Voy del espejo a la ventana como si estuviera buscando algo sobre lo que apenas sé nada. Sólo que no lo encuentro y que no lo encontraré nunca o que, si lo encuentro, no me dará tiempo suficiente a saborearlo. Pero no pasa nada. Nunca pasa nada. O pasa, quizá, que esa búsqueda infructuosa acaba dando sentido a nuestras vidas y no es sino terriblemente hermoso y desolador sentir, de vez en cuando, el vacío dando saltos y hasta alaridos en las palmas de nuestras manos vacías. Es entonces cuando nos convencemos de que todo lo que, gloriosamente, hemos alcanzado a tocar es también, con exactitud, lo que hemos perdido. Vivir es buscar muchas cosas y no hallarlas y olvidarlas luego; perderlas para siempre.
 Todas estas reflexiones, las que parecen trasuntos personales y las que intentan agotar el mundo que damos en llamar exterior, no suceden en lugares o tiempos distintos; sólo existe este instante en que sucede todo a la vez, simultáneamente.
 Mientras tanto, consulto la última encuesta sobre las elecciones electorales que habrá, muy pronto, si el promocionado "pacto a la balear" de Francina Armengol no se acaba convirtiendo en el modelo nacional de nuestra maltrecha y degradada convivencia. Dios nos libre de ese infierno dialéctico, si quiere o puede. Porque no es fácil. El infierno es un lugar rocambolesco, que está en los espejos y también en las ventanas donde nos acabamos reuniendo cuando la fatiga nos vence y hace frío y deseamos ser devorados, sin excusas, por cualquier cosa. Incluso por los sueños.

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viernes, abril 1

Los 161


La Telaraña en El Mundo.
 
 Supongo que estar sin gobierno no es lo mejor para nadie. No lo es para una comunidad de vecinos ni para un sindicato de mamporreros del tres al cuarto, por ejemplo. No lo es para ninguna hipotética unidad de destino en lo universal, ya sea una etnia lingüística más o menos iluminada, un país normalito, una modesta nación o una alambicada nación de naciones; no es lo mejor, en fin, para España, que es un poco de esto y de aquello, una especie de bulto sospechoso o de presencia sobrenatural, según se quiera ver, que lleva más siglos que nadie en el mapa social y cultural de Europa sin que se sepa, al parecer, lo que realmente es.
 Ayuda a esta indefinición conceptual la mala cenestesia que padecemos como comunidad. En efecto, no estamos a gusto con nosotros mismos. Nos duelen las partes y, pese a lo mucho que las cuidamos, nos acaban pareciendo tan ajenas y prescindibles que casi quisiéramos extirpárnoslas. No pinta bien el enfermo, aunque sea imaginario y le guste serlo; no hay nada como una buena hipocondría para durar la eternidad entera sin dejar de quejarse.
 Con todo, no sé yo si es mejor estar sin gobierno que estar con según qué gobierno. A medida que chisporrotea la mecha encendida de la nueva convocatoria de elecciones aumenta la espantosa posibilidad de que Iglesias y Sánchez (dos cadáveres políticos si hay repetición electoral, el tercero es Rajoy) se líen la manta a la cabeza en busca de esos 161 escaños redentores que no se sabe muy bien ni a quien representan ni, sobre todo, para qué sirven.

 

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