LA TELARAÑA: agosto 2016

martes, agosto 30

Elegía de agosto

La Telaraña en El Mundo.

 Se acaba agosto. Para celebrarlo, anteayer, regresé a Cala Blava, a la playa donde veraneé la mayor parte de mi vida: la playa en la que casi siempre amanecía cuando tocaba ir a pescar en barca con los amigos o amanecía de veras, ya sin eufemismos de ningún tipo, cuando la fiesta nocturna se eternizaba y no había otra forma mejor de demorar el regreso a casa que perderse y hacer el remolón o lo que se terciara sobre la arena húmeda, corpórea y tangible, revoltosa, del alba.

 Pero el tiempo no pasa en balde. En absoluto. Mis ojos de hoy ya no son los de ayer, aunque vean igual o, quizá, mejor; pero es que tampoco el espectáculo es el mismo. Lo más difícil, a estas alturas magníficas de la vida, es dejarse caer levemente sobre la arena, medir el litoral y hasta auscultar el horizonte intentando recrear el viejo juego de las mil y una diferencias. Hay una pareja de hombres prodigándose, de soslayo, alguna que otra caricia furtiva. Ellos no estaban antes, porque el amor es lento, difícil y, quizá, inexorable. No los conozco.

 Hay unas hermosas jóvenes tendidas al sol o entrando y saliendo del agua. Ríen o hablan. Susurran. Se ponen crema solar y hasta parece que miran, divertidas, hacia donde yo estoy, sin verme. Soy invisible. Tampoco las conozco, aunque ya quisiera, porque me recuerdan, inevitablemente, a algunas de mis antiguas amistades; quizá sean sus hijas, me digo, mientras dejo que las evanescentes ninfas, que mi imaginación no tiene pudor alguno en inventar, me confirmen que, aunque el paso del tiempo no nos cambia demasiado por dentro, sí que lo hace, y mucho, por fuera. Supongo que está bien que así sea.

 Con todo, la playa es la misma, la arena es similar y el agua no está demasiado sucia. Me calzo las viejas gafas de agua y busco las madrigueras submarinas donde tantos pulpos se escondían en otro tiempo. Ya no están. ¿Dónde se habrán ido? Desemboca en la playa un estrecho torrente, repleto de polvo y laberintos infantiles, por el que nunca transita nada ni nadie salvo el agua de la lluvia, cuando llueve. Pronto lloverá, porque se acerca la temporada de las lluvias propia de finales del verano. No se inundará, sin embargo, mi casa, porque ya no están mis padres para cuidarla y hace años que decidimos (y conseguimos, que no era tan fácil) venderla; pero igual sí que se sigue inundando y son los nuevos inquilinos, ahora, los que achican los remolinos del agua, los que ponen los muebles de la cocina a cubierto, los que recorren, entre risas y acrobacias, la casa tan llena de charcos como, quizá, de recuerdos.

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viernes, agosto 26

Terremotos


La Telaraña en El Mundo.

 Mientras las televisiones, insaciables, tenían a bien mostrarme la agonía en directo de una persona prácticamente enterrada bajo un montón inaguantable de piedras, ladrillos, hierros retorcidos y escombros, no pude sino acordarme de la mínima experiencia de claustrofobia que padecí hace años subiendo hasta la cúpula de la Basílica de San Pedro, en Roma, a través de unos agotadores pasadizos infernales que, en determinados momentos, se ladeaban y estrechaban muchísimo convirtiéndose, casi, en la visión mutilada, en la sensación asfixiante, en la premonición exacta de un ataúd.

 Con todo, no pretendo establecer ninguna comparación, por supuesto, entre la horrible catástrofe que se está padeciendo en el centro mismo de Italia y esa simple, y acaso oportunista, constatación de que no siempre el turismo es agradable ni tampoco placentero, en absoluto. Hay algo de ese antiguo instante de pánico, de vértigo, de horror acelerado en los sentidos que regresa a mí cuando observo, ahora, de qué modo tan cruel la naturaleza se acaba rebelando, no importa si consciente o inconscientemente, contra el hombre, contra su sedentaria y laboriosa forma de vida, contra su lento ir acumulando tesoros, piedras y también laberintos, contra su monomanía de construir fortalezas, templos y torres, ciudades y pueblos, zigurats de Babel, monumentos de confusión, de temor a Dios o, quizá, de revuelta.

 Resulta, en definitiva, que la catástrofe ha sucedido aquí al lado igual que podría haber sucedido aquí mismo; o no, no del todo. La tierra es una ordenada sucesión de placas tectónicas en precario equilibrio sobre un extraño fondo ígneo. La tierra danza sobre el fuego de la misma manera que nosotros danzamos sobre ella, mientras observamos el revuelo geométrico de las constelaciones en el cielo o atravesamos el horizonte curvo e invisible de los mares y nos dejamos vencer por los sueños que construimos. Nos gustan mucho los sueños. Lástima que tan sólo nos pertenezcan mientras los soñamos y ni un instante más. Ni uno.

 Pero no todo iban a ser malas noticias. Según los expertos no es muy probable una catástrofe sísmica tan grave en nuestro archipiélago y yo bien que me alegro, porque no creo que quedase nada en pie de nosotros ni de nuestras circunstancias. ¿Sobreviviría tal vez, ay, mi casa? ¿Aguantarían la Catedral, la Lonja, el Castillo de Bellver, la Almudaina? ¿Sobreviviría a la debacle el monolito de Sa Feixina? ¿Y qué sería, en fin, de nuestros magníficos jardines privados en el Palacio de Marivent? ¿Continuaría en pie, es un por decir, el edificio singular de GESA? Creo que, al menos, quedaría incólume e invicto el mayestático Palacio de Congresos para que todos vieran de lo que fuimos capaces de construir sin llegarlo a utilizar nunca correctamente.

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martes, agosto 23

Medallas, banderas y sueños

La Telaraña en El Mundo.

 Repaso el balance de los Juegos Olímpicos de Río con curiosidad y algo de nostalgia. ¿Nostalgia? En efecto, hay acontecimientos que parecen perseguirnos desde la infancia y continuar latiendo después, aquí y ahora, cuando nuestro interés por los desafíos del más allá del cuerpo se ha reducido a casi nada. Pero la infancia es un lugar sagrado, un laberinto mítico del que no se sabe si alguna vez logramos escapar. ¿Deberíamos? No estoy seguro. Cierro los ojos y recuerdo el sufrimiento de algún corredor de maratón hecho trizas. Cierro los ojos y vuelvo a ver la flecha que lanzara Antonio Rebollo en 1992; sigue ahí en el aire, suspendida y en llamas, sin que yo ni nadie podamos afirmar que lograra, por sí misma, encender el pebetero, el pebetero que prendió y aún sigue encendido.

 Todo se enciende si está en su naturaleza engendrar el fuego y dejarse envolver por él y arder sin más objetivo que resplandecer en mitad de la noche, los sueños o la memoria. No obstante, lo mejor de estos Juegos ha sido que han ocurrido de noche, mientras la mayoría de nosotros dormíamos y esa subasta infantil de medallas y banderas nos despertaba al alba con su tintineo a recuento inútil, a tesoro derrochado por no importa qué oscuros motivos o razones. Nunca he hecho ondear una mísera bandera ni me ha conmovido un maldito himno.

¿Por qué, sin embargo, me alegro con el triunfo de los que siento como propios o más cercanos, con los éxitos de los que hablan mi lengua, con las hazañas de los que llevan la que aún parece ser mi bandera? ¿Cosas de la infancia? Tal vez. Esa fase de la vida, que se diluye con el paso marcial del tiempo, también nos deja un poso particular de valores, un halo propio, una curiosa forma de ver las cosas a la que sólo podemos llamar cultura, porque no tiene ningún otro nombre y la cultura es eso: mediación, artificio, arraigo, continuidad.

 Ahora podría glosar el éxito de los más nuestros entre los nuestros. Rafael Nadal, Marcus Cooper, Alba Torrens, Sergio Llull o Rudy Fernández, pero no merece la pena. Lo importante es que gracias a los Juegos regresan a la actualidad algunos deportes que teníamos, al menos televisivamente, casi olvidados. El bádminton o el boxeo, la gimnasia rítmica, la natación o las pruebas reinas del atletismo en pista. El hockey, el piragüismo, la halterofilia, la equitación, el tiro con arco o al plato o qué sé yo. Todas esas disciplinas deportivas protagonizan, cada cuatro años, el milagro de seguir vivas y, sobre todo, de resucitar y añadir los colores del arco iris al blanco y negro metafóricos, pero persistentes, de nuestra memoria.


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viernes, agosto 19

Las terceras elecciones

La Telaraña en El Mundo.

 Por mucho que miro alrededor y adentro, hacia adelante y también hacia atrás, no encuentro dos Españas por ninguna parte; casi que no encuentro ni una y la que hay o debiera haber parece ser la de siempre, la eternamente triste, contradictoria y amazacotada, la que ondea, aun así, tan lujuriosa como estéril, entre suntuosos carros de fuego y astilladas astas de toro, entre pícaros y desahogados de manual, marcada su estrecha frente al hierro por la misma estupidez inexplicable, por el mismo horizonte ridículo y sumamente cortoplacista, por la misma confusión mental, el mismo bloqueo, la misma dejación de funciones y responsabilidades convertida en norma, en uso y abuso, en forma habitual de vida.

 No voy a exagerar un ápice ni a dejar, tampoco, más frases lapidarias de las que puedo permitirme. Faltaría más. Pero es muy posible que la última vez que España padeció una crisis política de calado similar a la actual acabó estallando una guerra que duró tres largos años, que perduró cuarenta y que, según algunos descerebrados, ochenta años después resulta que aún no ha concluido. Hay que ver, pues, cuánto nos duran las desgracias y los desencuentros, el rencor o la envidia, la ira fatal y ciega o la inercia teledirigida, la filosofía de burdel o convento, de cuartel o satrapía, de páramo, salto de mata y zanja, de callejón sin salida. Estoy hablando, claro, de los infinitos dientes serrados de la miseria.

 Pero escribo estas líneas cuando aún no han finalizado las inverosímiles negociaciones entre Rajoy y Rivera o Sánchez. Por no hablar de Iglesias o de la pintoresca pléyade de los nacionalistas. Más bien, parece que las negociaciones ni siquiera han empezado y que, de hecho, no lo van a hacer nunca, porque no hay forma de entenderse cuando el lenguaje se ha convertido en un arma arrojadiza y todo cabe en la sintaxis rota de los espejismos falsamente ideológicos de unos y otros, de todos.

 El caso es que, se mire como se mire, parecen avecinarse unas terribles, increíbles y hasta alucinantes terceras elecciones. Será de ver y oír, verles y oírles a los líderes políticos en la frenética campaña sucesiva en que se ha instalado la política en este extraño país que ya no es ni los dos, enfrentados e irreconciliables, que alguna vez fuera, porque la corrupción sistémica (y, por lo tanto, sistemática) nos ha igualado a todos por lo bajo, por lo más bajo, por lo bajísimo y lo subterráneo, por lo paupérrimo de una gestión pública que retrata a nuestros partidos políticos igual que nos retrata, por desgracia, también a nosotros. De esta pira general, asamblearia y hasta telúrica no se va a escapar nadie. En absoluto.

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martes, agosto 16

El turismo sostenible

La Telaraña en El Mundo.

 Repaso las ocurrencias con que las muy diversas autoridades del Pacte afrontan el tema, el sonsonete, la canción más estridente del verano. El turismo sostenible. ¿Manejable? ¿Tolerable? O ni una cosa ni la otra. Así, por ejemplo, Biel Barceló aboga por imponer un máximo de plazas turísticas mientras Cosme Bonet afirma que la solución a la saturación turística «no es cerrar puertas». Está claro que no hay más cera que la que arde, aunque haya mucho pirómano suelto. Sólo así se entiende, aunque sea ininteligible, que Aurora Jhardi llegue a ejercer de alcaldesa en funciones y tenga el humor de asegurarnos que «Palma ha llegado al límite y que una presión insoportable nos dificulta la vida, no sólo a los residentes, también a los turistas». Pobre chica.

 Igual Jhardi lo ignora, pero hace sólo unos diez años Palma era una ciudad absolutamente desierta los domingos y fiestas de guardar. Una ciudad muerta y hasta enterrada donde costaba encontrar un bar abierto y las persianas de metal caídas eran la única decoración de unas calles que no conducían a ninguna parte, porque nadie se perdía en ellas; y un silencio denso se adueñaba de las plazas y las piedras temblaban una sangre invisible, inmóvil y taciturna. Así nos iba y no hace tanto.
 
 Pero ahora, mientras escribo estas líneas, es quince de agosto. La Asunción de la Virgen. Me llega de afuera, de la calle, un ligero rumor a gente que pasea por pasear, por dejarse caer un rato en las terrazas y tomar algún refresco para vencer el calor u olvidarlo en la medida de lo posible. Con todo, el ruido es tenue y no hay agobios ni empujones ahí afuera. Tampoco adentro. Observo que, a mi alrededor, no hay nadie peleando por un lugar de aparcamiento, como dicen que sucede en Cala Varques, ni tampoco disputas familiares por colocar una toalla en la arena, como en Es Trenc, pero yo no me lo creo. O sí.

 En realidad, esas anécdotas no debieran importarnos demasiado, porque es el devenir de la economía el que acabará dictando, nos guste más o menos, nuestras auténticas necesidades, nuestras urgencias y prioridades; en definitiva, nuestro futuro como comunidad camino del bienestar o, quizá, de la ruina. Si el Govern necesita ahora financiar comisiones de estudio y hasta rescatar a Carles Manera o a Ivan Murray, es decir, a lo más granado de la UIB afín, es que no ha entendido nada sobre el turismo, la hostelería y las relaciones entre el ocio y el territorio, entre la cultura y las subculturas de los nómadas, de los bárbaros, de los residentes, de los nacionalistas, de la gente normal, de todos. Pero eso ya lo sabíamos.

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viernes, agosto 12

Atrapado en la página


La Telaraña en El Mundo.

  Un cambio de diseño o un ajuste de contenidos (que, como todo el mundo sabe, son el mismo artificio mítico en que nunca dejamos de mecernos) han convertido el habitual espacio minimalista de mis columnas en esta casa en una especie de gran despilfarro que no sé si sabré dilapidar del todo. Me explico. Una cosa es escribir unas 250 palabras de corrido y casi sin respirar y otra, algo distinta, andar puliendo el orden lógico y gramatical de unas 450 palabras, sin que te venza la grafomanía de los circunloquios o la insoportable levedad de las demoras para acabar diciendo, por supuesto, lo mismo. De eso se trata, de decir lo que tengas que decir en el formato, en fin, del que dispongas.
 La verdad es que nunca me preocupó demasiado el espacio donde zambullir mis palabras. He escrito, y lo sigo haciendo, en los márgenes de los libros como en las ásperas servilletas de los bares. He escrito en gruesos folios de papel antiguo igual que en el ojo líquido de los monitores. He escrito en la palma de alguna que otra mano y hasta en los espejos de mi propia casa. Aquí me detengo y reflexiono. Diseño o forma y contenido (que, como ya dije, son el mismo artificio mítico) andan siempre de gresca, como si lo único que existiera entre ambos, físicamente, fuera la superficie enigmática de algún espejo. Pero eso es, en efecto, lo que hay y lo que hubo siempre. Espejos en vez de ventanas. Introspección en vez de comunicación.
 En estas, pues, me encuentro, intentando tomarle las medidas y revisarle hasta las costuras al nuevo hábitat. El folio en blanco (que, por cierto, es algo que no existe ni ha existido nunca) es un espejo, pero también una ventana. Un lienzo, el de la actualidad, donde aparecen políticos, empresarios, deportistas, escritores o delincuentes, por ejemplo, con la misma mala cara que tenemos cualquiera de nosotros al levantarnos tras una mala noche de calor e insomnio.
 No sé qué opinan ustedes, pero agosto se me antoja un mes muy cruel, especialmente en Mallorca, porque nos ofrece el espejismo del ocio y las vacaciones estivales en mitad de un paraíso o un infierno del que no acabamos de formar parte. Es cierto; vivimos donde muchos vienen a emborracharse y naufragar a toda costa. Vivimos, también, donde no tantos dejan reposar el lujo indecible de sus vidas. No soy de los primeros, pero tampoco, ay, de los segundos. Tampoco me redime saberme atrapado, desde hace tiempo, en esta página como en un espejo y no tener, aparentemente, otra forma de escapar que escribir las 450 palabras que las circunstancias, ahora, me demandan. Pues ya están escritas.

 

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martes, agosto 9

Extranjeros

La Telaraña en El Mundo.


 El pasado domingo me llevaron a San Agustín, a una coqueta piscina privada repleta de simpáticos jubilados británicos que llevan, algunos de ellos, más de media vida y parte de la otra en la isla. Observarles en su propia salsa, bajo el sol achicharrador que tanto aman y que tanto detesto, pertrechados con sus fiambreras, sus sándwiches y sus botellas, siempre medio vacías, de vino, champán o incluso agua no tiene desperdicio. Sonreían de continuo y me trataron, además, como si yo hubiera llegado de otro mundo y fueran ellos los auténticos embajadores de este mundo y quisieran trasmitirme, así, su felicidad y su forma de entender la vida, de disfrutarla.
 Observándoles me sentí muy viejo y también mezquino. Es lo que pasa cuando uno observa la realidad con ideas preconcebidas, con una especie de guión impreso en la retina. Me hubiera gustado pedirles por el Brexit, por el catalán, que algunos chapurrean, por su jubilación y la crisis, por el gobierno de aquí o allá, por el marés ardiendo que no me dejaba dar un paso sin brincar como quien huye del fuego sabiendo que volverá a caer en sus brasas.
 Pero no lo hice, porque no venía a cuento. En la vida no hay más fronteras que las que uno inventa ni más fantasmas que los que uno imagina. Quiero decir que todo está adentro: muy adentro, tal vez; y hace falta olvidarse de uno mismo para afrontar la realidad sin pérdidas, sin fugas de información, sin el agobio de ir buscando referentes donde sólo hay que saber dejarse llevar y recolectar hallazgos, sorpresas.

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viernes, agosto 5

El colapso de las cosas

La Telaraña en El Mundo.

 
 Desde hace años camino varios kilómetros al día. Palma se extiende a mis pies como si fuera una alfombra irregular de asfalto y grava, de polvo, de tierra removida y casi siempre en obras, de espacio, en fin, que juega a buscar mi asombro igual que mi fatiga. No siempre los distingo, al asombro de la fatiga, pero sí sé que, cuando llegan, saco mi arrugada moleskine y tomo algunas notas al natural sobre lo que veo o, quizá, sobre lo que pienso. Todo está relacionado y hasta puede que sea la misma cosa. Todo, la misma cosa: yo y el mundo, la ciudad y las hojas tullidas de mi libreta.
 Pero ahora escribo con cierto miedo. Acabo de actualizar mi PC a la última versión de Windows 10 y la cosa, de momento, no acaba de cuajar. Una repentina pantalla azul me avisa de que la muerte, siquiera sea la muerte informática, está ahí y de que todo lo que vengo escribiendo puede desaparecer hasta el olvido si al sistema le da por colapsarse. Al sistema, como a la vida, le da por colapsarse muy a menudo.
 En el colapso de las cosas pensé ayer mientras observaba el rostro vagamente ilusionado de Mariano Rajoy al dar cuentas de sus no muy espectaculares avances con Albert Rivera. La voluntad política de Ciudadanos de pactar con unos o con otros contrasta con la cerrazón a cal y canto del PSOE de Sánchez. Entre ambos, bufonadas de Iglesias al margen, lo único reseñable es la falta de brillantez personal de Rajoy, su incapacidad para ofrecer a todos y a nadie algo irrechazable. En eso, y no en otra cosa, consiste la política.

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martes, agosto 2

Traducciones

La Telaraña en El Mundo.

 Parece que Daesh está buscando traductores al español para sus mensajes de odio, terror y asfixia, de odio, exterminación y fanatismo. No es fácil, estoy seguro, encontrarle palabras adecuadas a la escoria, a la basura humana que se deja explosionar para llevarse por delante a cuantos más mejor. No es fácil, estoy seguro, traducir el corte áspero del filo de la navaja en el cuello, el instante de silencio que precede al fatal estallido, el borboteo ebrio de la sangre más allá de las venas y también de la conciencia.

 Daesh busca traductores al español de un idioma que sólo existe en sus videos y representaciones gestuales sin más guión que una pesadilla de túnicas y medias lunas desgarradas. No hay filosofía ni tampoco libros que traducir, porque basta con un miserable y mortífero tuit con las sílabas y los cañones recortados. Sólo hay imágenes y víctimas a ambos lados del objetivo de la cámara, el fúnebre cortejo de la locura mezclada con el olor del combustible y el sueño tullido de un paraíso de vírgenes, que ya no existen. Nunca existieron.

 Pero ya estamos en agosto. Es mi mes favorito para sumergirme en los aspectos de la realidad que de verdad me importan. Miro alrededor y veo a la gente bañándose en un mar cálido y horizontal, razonablemente tranquilo. Miro adentro y observo que las llamas bailan como si el fuego de la realidad no pudiera hacer otra cosa que acompasar mis pensamientos y arder con ellos, conmigo. Me da que en eso consiste estar vivo y que no hace falta traducir absolutamente nada.


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