LA TELARAÑA: marzo 2017

viernes, marzo 31

Provocación en las aulas

La Telaraña en El Mundo.




  Recuerdo, ahora, haber intentado descifrar los versos más o menos sueltos, los textos literalmente sin sentido de Antonin Artaud. Había en las frases inconexas de su surrealismo de siquiátrico aún sin domesticar una primera aproximación al absurdo y al vacío, a la cómica o trágica situación de saberse en el lugar principal de la trama y no entender, sin embargo, nada de nada. Quizá no haya mejor manera de situarse en el mundo y de ocupar, así, el lugar que nos corresponde: todo cuanto sucede a nuestro alrededor forma parte de una farsa a la que podemos atender o no, pero de la que somos, inevitable y simultáneamente, cómplices y verdugos o víctimas.
 Recuerdo, también, haber fotografiado el urinario firmado sobre un pedestal de Marcel Duchamp tan sólo para tener alguna prueba personal de una obra que, en vez de conmoverme, me produjo una enorme y fría indiferencia. A veces nos cansamos de ser conejillos de indias de tanto artista que anduvo o que anda suelto, que dejó sus huellas en el camino trillado de la existencia para que los interesados en estas cosas desandemos sus pasos y descubramos lo agotador que es viajar en círculos, lo descorazonador que es perderse una y otra vez para acabar descubriendo que la constelación en que vivimos está mucho más llena de efectos especiales que de talento. Quizá Piero Manzoni sabía lo que hacía cuando enlataba su propia mierda y la vendía a precio de oro.
 Venía lo anterior porque me sobrevinieron un par de conceptos, la provocación y el arte, por ejemplo. O la nostalgia de aquellos días en que creíamos, a cada paso, estar descubriendo algo nuevo. Quizá era así o así sucede el deslumbramiento de las cosas, el avistamiento de la vida. Ahora, en cambio, casi todo es repetición y, tal vez, hastío. Repetición e incredulidad. Repetición y vergüenza ajena por lo que nos han ido vendiendo según pasaban los años y cambiaban las modas, por lo que aún nos quieren vender o nos venderán en el futuro, por lo que ya parecen haber vendido a muchos de nuestros escolares.
 Sólo un sistema educativo en manos del sectarismo más grosero, banal e irresponsable puede propiciar que alguien con el historial artístico (y en la actualidad, también, delictivo) del rapero Valtònyc se convierta en invitado especial de las aulas de un colegio público en Santa Margalida. Pero no pienso entrar al trapo. Me basta con su resumen del hecho, expresado en su cuenta de Twitter: “Hoy he oído a niños de 1º y 4º de ESO que opinan de la libertad de expresión y de si es necesaria o útil una monarquía. Lo tienen claro”. Qué suerte (levedades e incorrecciones ortográficas al margen) tener las cosas tan claras. Pues sí.


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martes, marzo 28

Entre Orwell y Huxley


La Telaraña en El Mundo.



 Puede que George Orwell dibujara en «1984», su obra más leída y celebrada, el espíritu totalitario que nos acabará dejando sin más futuro que la sumisión, la uniformidad y la pobreza racionada. Tiempos de guerra global contra un enemigo ubicuo y malvado, ilocalizable. Tiempos de totalitarismo policial e información manipulada por el maniqueísmo cultural de la «neolengua», esa perversión que retuerce el lenguaje hasta convertirlo en algo desprovisto de sentido. La verdad no existe más allá de lo que conviene en cada momento al Estado, al Partido, para movilizar a las masas, para mantenerlas ocupadas, para que olviden el significado de la vida que nos late muy adentro sólo si somos capaces de escucharla. Para que nos rindamos al cortejo fúnebre de las tres o cuatro Grandes Palabras malabares con que la humanidad se deja vencer por la resignación o el miedo. El Hermano Mayor nos vigila y su mirada es la guadaña con que la muerte nos decapitará a todos, si la dejamos.
 Puede que Aldous Huxley dibujara en «Un Mundo Feliz», su obra más leída y celebrada, una sociedad convertida al gregarismo gracias al soma, esa droga de la que, según se afirma en el libro, «un gramo cura diez sentimientos melancólicos y tiene todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, sin ninguno de sus efectos secundarios». Nada menos. La verdad se convierte en algo irrelevante, en una sucesión de majaderías más o menos extrapolables y risibles. Somos superficiales, en definitiva, porque no somos capaces de aceptar el dolor ni tampoco el tremendo sacrificio que siempre conlleva intentar superarse. Somos triviales, porque preferimos la pose y el cotilleo en las redes sociales que la exploración, acaso dolorosa, de nuestro interior, esas entrañas abiertas, desgarradas, donde bailamos solos agarrándonos al vacío como a las raíces comunes, quizá, de la estirpe humana.
 Resulta, pues, que mientras Orwell nos avisa, contundentemente, del peligro de las dictaduras comunistas o fascistas, Huxley nos advierte, con idéntica intensidad, de los horrores de la inconsciencia, el simplismo populista o el miedo a pensar. Entre ambos infiernos deambulamos. O deambulo. ¿A qué negarlo? Por eso escribo sobre los libros que leí en otro tiempo, porque temo olvidarlos y ya casi no leo libros nuevos. Por eso escribo tuits con los que critico esa estúpida monomanía de escribir tuits. Por eso maldigo, en mi propio muro de Facebook, los otros muros de Facebook donde siempre encuentro un selfi que no recuerdo haberme hecho. Por eso, finalmente, acabo de declinar la amable invitación de unos buenos amigos a participar en unas tertulias radiofónicas locales: ya hay demasiados tertulianos en esta distopía, no sé si de Orwell, Huxley o ambos, en la que sobrevivimos. Pese a todo.

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viernes, marzo 24

Terrorismo y libertad


La Telaraña en El Mundo.




  Un coche cualquiera y un cuchillo grande de cocina. Está claro que no hace falta demasiado para sembrar el terror y la muerte, paralizar la opinión pública, colapsar las televisiones del mundo entero y obligarlas a enfocar con sus cámaras el lugar de la tragedia. La rapidez con que viaja la información convierte el recuento de víctimas, heridos o cadáveres en un lento goteo donde se mezcla la necesariamente cuidadosa contabilidad oficial con el vértigo inconsciente de los rumores, los dimes y diretes, los tuits y retuits a vuela pluma, los memes, las valoraciones de parte, el complejo arco iris donde se enmarcan todas las opiniones con la misma ligereza o solemnidad con que un imaginario pavo real abriría el inmenso abanico de sus atributos y los mostraría por inercia, por naturaleza, por compulsión de amor y muerte sin reparar, ni siquiera por azar, en el dolor incurable de sus heridas. La vida siempre sobrevive.
 Huelga decir, claro, que no formamos una sociedad ni mucho menos ejemplar, pero que nuestra forma de vida parece ser la mejor que podemos o sabemos darnos, aunque en el viejo arcón de las utopías nos guardemos todos los gulags habidos y por haber del universo con unas sumariales anotaciones a su lado: «Este sistema no funcionó. Este fue un desastre. Este pudo ser, pero algo falló. Este prometía, pero tampoco».
 Ya he podido visionar, gracias a la BBC, un video bastante borroso de la enloquecida carrera mortal sobre el puente de Westminster. Seguro que los mil satélites que nos vigilan podrían ofrecernos mejores y más fidedignas imágenes. Con todo, no parece que haya forma humana de prevenir por completo estos atentados, salvo si una especie de «Policía del PreCrimen» (he vuelto a ver «Minority Report», en efecto) pusiera sus siete sentidos en marcha y fuera capaz de preservar el futuro abortando la violencia del presente antes de que acontezca. El juego, no obstante, tiene su peligro. No sé si ese futuro salvaguardado (¿salvaguardado por quién?) sería realmente el nuestro. No sé si nuestra romántica idea de la libertad resistiría una hipotética libertad vigilada, restringida, teledirigida.
 Miro alrededor y el escepticismo me vence. La libertad que tengo está en mis manos (y en las de mis obligaciones personales, familiares o laborales, voluntariamente asumidas), pero también está en manos de un montón de incompetentes (políticos, banqueros, sindicalistas, especuladores de variado y espectacular pelaje) que dirigen el mundo como si fuera suyo, que usurpan y trivializan el lenguaje como si supieran descifrarlo, que se dirigen a nosotros como si con sólo dos o tres Grandes Palabras malabares bastara para apaciguarnos. Pues no es así, por supuesto.

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martes, marzo 21

El espíritu de la plaza


La Telaraña en El Mundo.



 Puede que la actualidad venga con letra muy menuda a modo de subtítulos y que leerlos sea imprescindible para llegar a entender algo de lo que está ocurriendo. Porque ocurren muchas cosas. Repaso el video viral de la transformación de Josete, de gorrilla sin techo, con greñas y depresión a flamante hípster con tupé, barba quijotesca y alguna que otra esperanza recuperada, y compruebo que lo más importante no es lo que se ve o se dice en el video, sino la ayuda que La Salvajería y Dr. Filmgood le han prestado a cambio, por supuesto, de una publicidad que puede que sea impagable.
 También es impagable, desde luego, sacar a un hombre del callejón sin salida de la calle, el letargo emocional y las enfermedades incapacitantes y devolverlo más o menos sano y salvo a la línea de salida de ese maratón, a veces tortuoso y asfixiante, que suele ser la vida. Que siempre es la vida. Ahora sólo nos queda por saber si Josete logrará salir de entre los coches y las limosnas de las mejores plazas de Palma y convertir el espíritu de la plaza, tal y como le llaman en el video, en el espíritu de la que tendrá que ser su propia vida. Necesitará suerte. Ojalá la tenga.
 Los que no tuvieron ninguna suerte -por lo visto en otro video, que también está arrasando en las redes: ese pestilente estercolero es su hábitat natural, por supuesto- fueron los asistentes al partido de infantiles entre el Alaró y el Collerense. Estamos hablando de niños de 12 y 13 años. Estamos hablando de una violenta pelea campal entre algunos padres de ambas aficiones por una patada de más o de menos. Estamos hablando de un comportamiento vergonzoso que aleja a los niños de los beneficios del deporte y los convierte en víctimas inocentes del irracional fanatismo de algunos padres absolutamente desnortados. ¿Habrá que repetirles que sus hijos no son Messi ni Cristiano?
 A los que no sé muy bien qué diablos repetirles es a los que nos gobiernan desde las instituciones. No es posible que, con tanto por hacer o deshacer, se les ocurra perder el tiempo, una y otra vez, con declaraciones políticas que sólo son auténticos brindis al sol. La penúltima hazaña de la Cámara de nuestro Parlament ha sido aprobar una proposición no de ley que insta al Gobierno y al Ministerio de Defensa a que dejen de organizar actos civiles de jura de la bandera española, porque, según Patricia Font, generan división social y utilizan recursos necesarios para la prestación de servicios públicos del Estado del Bienestar. El asunto sería de risa si no mentase la escasez de los recursos públicos, el dinero, en definitiva, con que les pagamos a estos políticos estas payasadas.


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viernes, marzo 17

Camino de Santiago


La Telaraña en El Mundo.




 Con el tiempo he acabado pensando que la vida es una especie de peregrinación más o menos iniciática hacia uno mismo. Puede que allá a lo lejos, en algún lugar que sólo nos será revelado cuando lo alcancemos, alguien que aún no soy yo me esté esperando. No es ésta, en absoluto, una imagen deliberadamente oscura ni tampoco dolorosa o triste, no encubre ninguna derrota imprevista o ninguna rendición vergonzosa, sino todo lo contrario, es reconfortante que alguien nos espere al final de camino y es especialmente reconfortante que ese alguien desconocido sea, seamos, nosotros mismos.

 Así, más que confirmada, bendecida, nuestra antigua obsesión por las paradojas y los círculos viciosos, así, de la forma más natural que pudiéramos, tal vez, haber imaginado, el círculo de la existencia se acaba cerrando y, al cerrarse, se reconcentra y ensimisma. ¿Quién sabe lo que nos espera después, cuando un fulgor o un destello, una explosión inimaginable en alguna parte del universo nos renueve y nos despierte reconvertidos, al fin, en nosotros mismos? Nadie lo sabe. Yo tampoco.
 Hace años pensé seriamente en recorrer el Camino de Santiago. Incluso anduve durante semanas haciendo prácticas de senderismo por algunos pueblos de la isla, buscando albergues donde sólo encontré, al fin y a la postre, pequeños hoteles rústicos con piscina simulada y wifi de pago, buscando abismos donde sólo hallé acantilados escarpados y playas de arena finísima donde dormir el sueño de saberse tan cerca del árbol del paraíso como de los bosques talados de una civilización a la deriva. Leí varios libros sobre el tema, entre los que cabe citar «Camino iniciático», del escritor vasco, afincado en Mallorca, Joaquín Lloréns, y en no pocas ocasiones dejé vagar mi imaginación en pos de los restos del apóstol Santiago, las disputas religiosas de antaño y de ahora, las turbas de peregrinos y también de emigrantes a través de la llamada, no sin cierto sentido, calle mayor de Europa. Tal vez todo concluya en Finisterre.

 Pero mientras tanto estoy, ahora, en Santiago de Compostela. Hace sol y no llueve, por extraño que parezca. Las calles están relativamente repletas de peregrinos y turistas; los unos parecen cansados, los otros absortos. Yo he llegado en avión, por lo que debo ser un turista. ¿Lo soy? ¿No lo soy?  He llegado en avión, porque ya se me pasó el tiempo de pensar en recorrer más de veinte kilómetros diarios desde Sant Jean Pie de Port, por ejemplo, hasta mí mismo. He llegado en avión, porque la procesión va por dentro y un hilillo de sangre nos recorre muy lentamente la espalda sin que podamos apreciar el lugar exacto de la herida, su origen, nuestro auténtico desenlace.

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martes, marzo 14

La violencia y los sueños


La Telaraña en El Mundo.





 De entre las muchas noticias acaecidas estos últimos días, la que más me ha llamado la atención ha sido la agresión sufrida por un militar del I Cuartel General de la Comandancia de Baleares vestido de uniforme en el paseo del Borne. Desconozco, por supuesto, los detalles de lo acontecido; es decir, no sé nada sobre los auténticos motivos del rifirrafe ni sobre la previsible vileza de los dos atacantes, más allá de lo que han relatado los medios locales, que no ha sido demasiado. Pero eso, quizás, es lo de menos.
 No me interesa la épica, ese relato o ficción más o menos histórica o absurda, cuando es la ética la que anda desnutrida y apaleada, vejada, hecha unos zorros. No me interesan, tampoco, la verdad o la mentira absolutas, cuando se palpa tanta violencia y cinismo en el ambiente que ya no hay forma de distinguir entre culpables e inocentes, porque igual ya no los hay ni en un lado ni en el otro; y el tiempo presente, la mentira grosera en que vivimos, se ha dejado impregnar por el odio, el rencor y las insuficiencias de ese tiempo pretérito del que no logramos desprendernos. El pasado invade nuestra actualidad con su pestilente retórica de vencedores y vencidos, su dialéctica de trincheras y su alma de fosa común en la que el futuro cae de bruces y desaparece, engullido. Como el quiosco o el cine que existieron en el paseo del Borne, por ejemplo.
 El Borne es un lugar de cierto peso en mi vida. Allí tropecé, por sorpresa, con Camilo José Cela y anduve lento de reflejos, porque no se me ocurrió nada que decirle; allí compré mis primeros paquetes de rubio americano; allí paseaban, mis padres, cuando eran novios y yo sólo era uno cualquiera de sus múltiples sueños; allí, precisamente en el cine Borne, hice mis primeros novillos de escolar -y casi que los únicos, porque llamaron del colegio a casa y ardió Troya- yendo a ver «Klute», la película protagonizada por una deslumbrante Jane Fonda: yo era un niño y andaba deslumbrado.
 Ya no soy tan joven, pero sigo deslumbrado. Con Jane, por supuesto, pero no sólo con ella. Miro alrededor y respiro tras cada parpadeo. Estamos convirtiendo la existencia en una especie de confrontación constante entre unos y otros, en un enfrentamiento ubicuo que amenaza con que la violencia traspase la barrera virtual de las redes sociales y aterrice peligrosamente en las calles, en el día a día de la gente de carne y hueso, en el mismísimo paseo del Borne en que fui feliz, tal vez, porque alguien tuvo allí un sueño y la infinita suerte, además, de poder trabajar y prosperar lo suficiente como para realizarlo. No parece que nuestros herederos vayan a poder hacer lo mismo.


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viernes, marzo 10

Mecenazgo ideológico


La Telaraña en El Mundo.

 ¿Se acuerdan de Dolors Miquel, la poetisa catalana que saltó a la fama, siempre fugaz y relativa, de la actualidad cultural y política de este flamígero país en que vivimos tras la lectura pública de su poema «Mare Nostra», una versión blasfema, aunque inocua, del litúrgico «Padre Nuestro», durante la entrega de los Premios Ciudad de Barcelona de 2016? Aunque sólo ha pasado algo más de un año la pregunta es pura retórica. En efecto, yo la había olvidado, como acostumbro olvidar todo aquello que no me afecta ni me interesa personalmente, todo aquello que, como mucho, me ocupa unos instantes, quizá un par de frases, acaso algún guiño al vacío, seguro que una sonrisa escéptica y desencantada o somnolienta y nada más. Absolutamente nada más.
 Nada más, hasta anteayer. Resulta que en la magnífica capilla del Centre Cultural de la Misericòrdia, es decir, en las mismísimas entrañas espirituales del Consell Insular de Mallorca, se inauguró una exposición colectiva a cargo de Arantxa Boyero, Astrid Colomar, Mariaema Soler, Marta Fuertes, Laura Marte, Marta Pujades y Olimpia Velasco bajo el título de «L’ànima de l’invisible». Trata, en fin, sobre la violencia machista, los clichés físicos o sociales y las complejas (o fraudulentas, diría yo) relaciones entre el arte y las perspectivas de género. Pues muy bien.
 Para la ocasión, parece que el CIM ha echado la casa por la ventana. Literalmente. Así, junto a un lujoso catálogo ilustrado, el CIM ha pagado a las autoras por el tiempo y los gastos que la creación de su obra les haya podido causar.  No nos extraña que la comisaria de la exposición, Georgina Sas, esté eufórica con esta pródiga política del CIM. ¿Hemos regresado a la época pretérita en que el Estado era el principal mecenas o tutor del arte y los artistas? ¿Avanzamos, tal vez, hacia un nuevo absolutismo electivo de los poderes públicos para con las iniciativas individuales? No responderé a estas preguntas. No hace falta. Tiemblo cuando me hablan de subvenciones, encargos y patrocinios. Tiemblo cuando no sé, en definitiva, si me hablan de arte o de propaganda, de introspección honesta o de simple militancia, de intoxicación ideológica.
 Quizá algunos se pregunten, ahora, qué pinta Dolors Miquel en este fregado. Resulta que ella, junto al vicepresidente primero y conseller de Cultura, Francesc Miralles, abre el catálogo con un abigarrado texto donde a falta de ideas propias se marca un voluntarioso y prosaico cadáver exquisito (que por desgracia no alcanza la putrefacción mínima exigible) sobre el arte y la violencia, la belleza y el horror, la maternidad, la lucha de las mujeres, sus desnudos, sus vulvas, sus sombras y sus heridas. Algo inenarrable.

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miércoles, marzo 8

14



Este mes el blog cumple 14 años. Nos hacemos viejos ;-)



martes, marzo 7

Penes, vulvas, autobuses


La Telaraña en El Mundo.

 Antes escribía más que ahora. Podía aguantar ocho, diez o quince horas frente a la máquina de escribir y la terrible hoja en blanco. Ocho, diez o quince horas frente a la pantalla líquida de aquellos monitores CRT que te taladraban el cerebro con sus rayos catódicos y te abonaban a una resaca de siglos, ciego y totalmente desenfocado de palabras, sinónimos, metáforas, de conceptos que nunca terminan de cuajar, salvo cuando los desechas, te los arrancas de adentro, los desactivas y conviertes, finalmente, en otra cosa.
 Nos pasamos la vida convirtiendo las cosas en otras cosas, porque todo es interpretación, traducción, lenguaje que se revuelve contra sus costuras, su estrechez e incapacidad para soportar tanta realidad como se nos viene encima a cada instante. Un alud de sucesos y contradicciones, un montón de espejismos que nos recuerda esas autopistas al sol de la infancia en que creíamos ver el mar y el mar era de asfalto, porque las carreteras son de asfalto y las construyeron con esfuerzo y sudor, con las manos y alguna sustancia pegajosa, algún lodo primigenio similar al que sirvió para crear el mundo y convertirlo en el lugar paradójico que es. En efecto, somos lenguaje, como diría el clásico, pero no sólo lenguaje, porque padecemos multitud de pulsiones inefables. Absolutamente indecibles.
 Estamos, pues, entre lo que podemos expresar y lo que no. O no del todo. Me asombra que haya gente preocupada por un autobús publicitario con vulvas y penes o sin ellos, pero con las obviedades de Perogrullo en su mensaje, dando vueltas y revueltas y un tal Juan José Tenorio (“Valores en Baleares”, nada menos) quiere que venga esa basura con ruedas y penes o vulvas a Palma y yo no sé si la basura está en sí misma o en quien la mira y se indigna, torpe, sin ver que no hay nada tras un espejismo, salvo la dura autopista de cemento por la que viaja en dirección contraria el autobús de Wyoming; y yo me quedo solo, tranquilo, con las mismas ganas de abuchear a unos que a otros.
 Algo huele mal en el mundo cuando los censores de ambos lados dicen defender la misma libertad que se otorgan a sí mismos y niegan al contrario. ¿Necesita la libertad, tanto defensor a ultranza, a machamartillo, a la fuerza? Ahora escribo menos que antes. Sé que ninguna enciclopedia me garantiza la salvación que una simple frase podría, tal vez, otorgarme. Al final siempre descubrimos que el mundo es demasiado grande y que abarcarlo requiere de una fe que no poseemos, que nos supera y nos deja tiritando en la ubicua mitad del camino de la vida, ese lugar donde parecemos estar siempre, hasta que un día cualquiera, finalmente, lo abandonamos.

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viernes, marzo 3

El rey Cursach


La Telaraña en El Mundo.

 Repaso la larga y prolija lista de lugares donde la noche parecía ser asunto casi único de Bartolomé Cursach y constato, con no poca indiferencia, que le debo muy pocas horas felices a este personaje, a su imperio de autómatas sacándole brillo a las ubres de la noche como a una infatigable lámpara de Aladino, a sus mastodónticos entramados de ocio masivo, grosero, creo sinceramente que vulgar. Pero Cursach ha sido el rey y me temo que tendrán que caer bastantes políticos y no pocos hombres de paja para que deje, al fin, de serlo. Todo se andará, si se anda.
 Le observo en las fotos de la prensa y compruebo que él también ha envejecido y que su melena de ahora, entre greñas rubias y greñas canas, me resulta tan ajena y anticuada como la música de esos templos dorados donde la noche caía presa de las convulsiones de un rayo láser en pleno cerebro, de un parpadeo de vértigo en plena pista de baile (y fuego rojo en la garganta y humo blanco en los pulmones) e interminables columnas de gentes, venidas de todas partes, se arremolinaban en busca de algún instante sagrado de placer o locura, ese fulgor, ese éxtasis con la mente definitivamente en blanco y un hilillo de saliva burbujeando en la comisura de los labios, ese chute tan necesario, al parecer, para acallar la soledad y convertirla, tal vez, en otra cosa. A veces, la suerte. A veces, la muerte.
 Dije que le debía muy pocas horas felices a Cursach y es muy cierto. No he estado nunca en BCM, por citar el memorable lugar por el que los jueces van a tirar, si quieren hacerlo, del ovillo. Pero es que tampoco he pisado jamás Megapark, Megarena, Paradies, Asadito, Linos, Wurstkonig, 800º celsius STEAK HOUSE, Megasport ni Megahealth. Cojo el mapa de la isla como si fuera el del tesoro, que supongo que lo es, y compruebo que Magaluf me ha quedado siempre demasiado lejos y que cuando merodeaba el Arenal prefería la música de algunos pubs escogidos que la estridente deriva de la música disco. Sobre gustos, ya se sabe.
 Con todo, sí que anduve un par de veces por Tito´s y también por Pachá. Años 90, supongo. No estuvo nada mal, en efecto, ver amanecer en pleno Paseo Marítimo. Pero si recuerdo esos breves viajes noctívagos es porque en ambas discotecas palmesanas pude observar la presencia, entre una nube de fornidos guardaespaldas, del todavía muy joven, por aquel entonces, príncipe Felipe, en la actualidad Felipe VI, rey de España. Es curioso cómo fluyen las palabras y bailotean los recuerdos y las noticias judiciales sobre un rey de la noche en apuros me llevan hasta otro rey no exento, tampoco, de apuros. Que siga el espectáculo, por favor.

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