LA TELARAÑA: La hora feliz

domingo, agosto 14

La hora feliz

Mi relato (4) en El Mundo.



Y aquí:


La hora feliz



Ella me miró y le dije: Me llamo Sissí ¿y tú? No se rían, el método es infalible si la chica tiene sentido del humor y te responde, por ejemplo, Hola, me llamo Rambo. Pueden admitirse otras respuestas, pero no muchas. Hay que ser muy estricto con estas cosas. Los prolegómenos son fundamentales.

Nos pasamos la vida intentando seducir a los otros cuando lo importante debiera ser seducirse a uno mismo. Y conquistarse, desde luego. Lo demás son sólo romances que acumulamos como cruces en una imaginaria agenda que acaba, con el paso de las noches perdidas y los días con resaca, pareciéndose a un camposanto arrasado. O al desolador pero emocionante paisaje tras cualquier batalla. Esas difíciles perspectivas son las que nuestra memoria procura ocultar en un alejado segundo plano - recuerdo ahora el humeante paisaje lunar que Velázquez dejó, para entusiasmo de los eruditos, en su Rendición de Breda - como si no quisiéramos que retornaran. Tarea inútil porque todo acaba regresando. Incluso lo bueno.

No bebo alcohol por sistema. Sólo cuando me apetece. En este mismo instante, por ejemplo. Pedí una cerveza de barril y una copa de tequila. No sé muy bien qué ocurre, porque beba lo que beba, y ya llevo veinte minutos enfrascado en la labor, la camarera no ceja en su empeño de volver a llenarme la enorme jarra y el pequeño vaso de cristal grueso y ahumado. Ya veremos cuando la factura. La gente parece muy animada. Hay alemanes, rojos como tomates fritos maduros, que parecen a punto de estallar. Inglesitas rubias, delicadas y tímidas, que lo miran todo con los ojos como platos, sin parar de reír. Creo que están borrachas. Y algún español desubicado, con la mirada desafiante pero, en el fondo, asustada, como pidiendo perdón por haberse aventurado por la «Bierstrasse». Somos los menos y casi nadie nos tiene en cuenta.

Hace bastantes años, estos locales hubieran constituido lugares privilegiados de caza y pesca, fantásticos picaderos donde los tahúres de la seducción hubieran arriesgado hasta su último as. Y agotado, por supuesto, el inmenso caudal de su estudiado palique. Pero los tiempos están cambiando - no, no suena Dylan por los altavoces, hoy ya casi nadie conoce a Dylan - y el amor pasajero se ha convertido en una lotería peligrosa. Una especie de ruleta rusa. Tal vez siempre fuera así, pero duele ir haciendo inventario y darse cuenta de que apenas nos quedan cierto tipo de ilusiones.

Rambo tenía ganas de marcha. De eso no cabía la menor duda. Parecía extranjera pero hablaba un español perfecto. Le encantaban la cerveza y la tequila y estuvimos entrechocando los vasos y compartiendo los limones. Su tinta invisible siempre me recuerda inocentes juegos infantiles. Nos besamos un par de veces, como por descuido, entre risas. Puse todo el empeño en no hablarle de mí mismo y ella pareció complacida porque tampoco intentó contarme su vida. Qué alivio. Éramos - y por lo visto queríamos seguir siéndolo - tan sólo dos perfectos desconocidos compartiendo el sabor agrio de la tequila y el limón en los labios. Al poco rato se acercó una amiga suya y, tras los saludos de rigor, bastante deshilvanados por la situación caótica en que nos encontrábamos, empecé a sentirme como el general Ferdinand Foch, en plena batalla del Marne. Pensé, como él, «Me acosan duramente por la derecha. Mi centro sucumbe. Imposible maniobrar. Situación excelente, ¡ataco!»

Pero el alcohol es un asesino lento y travieso que gusta de jugar al escondite con nuestras neuronas antes de aniquilarlas definitivamente. O de lanzarnos, a veces, desesperados guiños maquillados de lucidez repentina. Acabábamos los tres de brindar y estábamos aún medio amontonados, pero fue entonces cuando capté entre Rambo y su amiguita toda la verdad que su amistad encerraba. La amistad siempre encierra extraordinarios tesoros ocultos y profanarlos es blasfemia, envidia o torpeza imperdonables. No sé si fue un brillo oblicuo en sus sonrisas; algún requiebro inesperado de sus manos, con las uñas suavemente pintadas; la vibración de algún deseo para mí inalcanzable; el temblor a destiempo de sus pechos o sólo una alucinación transitoria. Poco importa. Me levanté y pagué todas las consumiciones, a un precio que me pareció irrisorio. Las besé, les dije que las recordaría con sincero cariño, antes de murmurar los primeros dos versos de un poema recién rescatado del olvido por el suplemento literario del Times. Dicen que es de Safo de Lesbos: «A los dones, y perfumes, flor de las Musas, / entregaros, Oh niñas, y a la lira». No parecieron entenderme. Salí de un salto a la calle. Era noche cerrada, hacía calor pero la brisa mediterránea que corría me pareció un regalo de los dioses. Oí cómo, adentro, sonaban las campanas que daban por finalizada la hora feliz. Pero yo ya estaba en otro lugar. Y podía seguir siendo feliz, si me apetecía.

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4 Comments:

Blogger regit said...

Curiosamente esta mañana he conocido en una de esas fiestas que hacemos los jovenes xD al fotografo del Mundo que acompañó a Socías a la playa de Palma para ver su lado "salvaje" (estos políticos se escandalizan por nada).

14 de agosto de 2005, 14:36  
Blogger Luis Amézaga said...

En esa foto sólo se ven jubilados. Tienes que cambiar de alterne.

14 de agosto de 2005, 20:55  
Anonymous Anónimo said...

jajaja, Luis, me fijé en ello pero es la única foto de la zona que he encontrado por la red. Te aseguro que no sólo hay jubilados:-PP

Conozco, Intempest, a alguno de ellos, aunque sólo de vista... (y no, el problema es que estos políticos no se escandalizan por nada. Están acostumbrados a mirar y no ver, salvo lo que les conviene:-))

Saludos a ambos!

Fx

14 de agosto de 2005, 21:26  
Anonymous Anónimo said...

La quité:-) Si es que no tengo visión publicitaria con la cantidad de topmodels que conozco:-P

Saludos

Fx

31 de agosto de 2005, 15:59  

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