LA TELARAÑA: para cristóbal serra

viernes, enero 13

para cristóbal serra

Es mi homenaje a Cristóbal Serra. Publicado hoy en El Mundo y aquí.


Sin corsé


“Métete en hielo y sal candente”
Cristóbal Serra


Hay enfermedades comunes que se resumen en unas pocas palabras: fiebre, dolor, ansiedad, compulsión. Suelen ser pasajeras o durar lo que una vida. Poca cosa. Pero hay otras dolencias que abarcan todo el lenguaje porque se sienten huérfanas de síntomas y los absorben como esponjas hambrientas. Son algo similar a un destierro. Escribir es sólo un síntoma más. Por eso, mientras unos hablan y no paran de postmodernidad - como si la línea del tiempo precisara de cánones para llegar no se sabe dónde -, otros simplemente escriben en silencio, en furioso silencio, cabría decir, en silencio demoledor y hambriento de signos secretos, pasadizos escondidos, y deslumbramientos, cabría también añadir, en el caso de Cristóbal Serra.

Empecé a visitarle en 1982. Le llevaba mis incipientes manuscritos y él los leía en mi presencia, despacio, con la voz clara y la sonrisa siempre dispuesta. Me apuntaba errores y aciertos con la misma naturalidad con la que nos olvidábamos de los papeles y nos poníamos a charlar sobre literatura, historia o política. Así suelen ser las cosas, mucho más sencillas de lo que aparentan cuando se las despluma del falso aura de la solemnidad o del deslumbrante espejismo de las apariencias o las modas.

Compartíamos autores aunque nuestras lecturas no tuvieran la misma intensidad. Tampoco podían tenerla. La Fontaine, Dante, Kafka, Henry Michaux, James Joyce o Ezra Pound, por citar unos pocos, aparecían y desaparecían de nuestros labios. Hablábamos de la “aliteratura” como si pretendiéramos el sabotaje turbulento de la realidad escrita, que es como la que palpamos día a día, pero sin el molesto corsé del maniqueísmo, las buenas costumbres, las medias verdades de la corrección política o, simplemente, el mezquino ir y venir de las vanidades.

Cristóbal Serra ha sido siempre ajeno a la literatura como mercadería. Sus libros se han ido sucediendo sin alborotos ni aspavientos, sin más páginas de las debidas y con la divisa de la continencia verbal por norma. A su lado, casi todos parecemos vulgares grafómanos, empeñados en emborronar papeles y más papeles como si la verdad de las cosas residiera en la cantidad y no en la calidad, en la forma y no en el fondo. Qué fácil es, entonces, caer en el error de imaginar asentamientos duraderos. Qué horrible, cuando desaparecen, sentirnos invadidos por la sensación antigua de la catástrofe. Es cierto que siempre podemos intentar apaciguar el terror con alguna matemática de diseño. Y eso hacemos: prometemos auscultarnos a fondo y decirnos lo que tantas veces nos dijimos sin encontrarle, normalmente, el más mínimo sentido.

Cristóbal Serra ha sido, desde siempre, un maestro en el noble arte de la vigilia y la auscultación del misterio. Ha sabido observar, tomar sus nótulas y mantenerse al margen de todo aquello que bien sabía que no iba con su naturaleza. Ahora le llega el laurel aunque, por supuesto, él se ha encargado de disfrazarlo de higuera. Menos mal. Le llega de la mano de alguien que le conoce, valora y sin duda le admira, Perfecto Cuadrado, pero también lo recibe de una institución que no ha dudado en ningunearlo desde hace tiempo. Pero qué importa eso.

Han pasado veintidós años. Recuerdo sus pudorosos consejos sobre literatura y, muy especialmente, sobre los diarios, un tema que siempre me apasionó. Su Diario de Signos debiera ser una lectura de inexcusable cumplimiento universitario. Podría extenderme mucho más, pero los viajes a lomos de un asno son necesariamente muy breves. El espacio, aquí, es mucho más limitado que el tiempo... O no, porque ahora Internet nos permite escribir cuantos diarios, más o menos íntimos, nos apetezca, en los cuales, aparentemente, lo limitado es el tiempo y no el espacio. Suerte que los pensamientos de Cristóbal Serra, su bondad natural y su perseverancia en escrutar el enigma, siguen estando más allá de la broma geométrica y los malabarismos dialécticos del encorsetado universo en que nos ha tocado vivir. Por muchos años, espero.



***


La Telaraña en El Mundo.


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4 Comments:

Blogger Luis Amézaga said...

Seguro que este homenaje le hace más ilusión por sincero que otros oropeles tardíos.

13 de enero de 2006, 16:42  
Anonymous Anónimo said...

Me ha llamado y se le notaba contento:-)

Saludos

Fx

13 de enero de 2006, 16:56  
Blogger azuldeblasto said...

Un precioso homenaje, lástima que Fx se lo perdiera, el buen tiempo acompañaba y no faltaron los famosos pinchos de tortilla de patatas...

Saludos.

Px.

14 de enero de 2006, 3:05  
Anonymous Anónimo said...

Biografía... pero también literatura en estado puro.

Saludos!!
Raúl.

14 de enero de 2006, 12:29  

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