LA TELARAÑA: 2007 un primer resumen

miércoles, enero 2

2007 un primer resumen



Hay años que toca, más que ninguna otra cosa, escribir y años en los que, sin embargo, parece que sólo toca leer. 2007 ha sido para mí de los primeros pero, aún así, si observo mis apuntes, si ojeo mi biblioteca, si me reconcentro ante los libros digitales de mi ordenador o si, simplemente, hago memoria sin demasiados remilgos, me resulta muy difícil separar el año fenecido de una serie de lecturas y visiones –de relecturas y revisiones- que, de alguna manera, han marcado mi ir y venir de cada día. Los días pasan como páginas de un libro de libros –igual que fotogramas detenidos en una película de final incierto y guión mutante- pero en los márgenes quedan siempre anotaciones puntuales que, a poco que las investiguemos, acaban dándonos alguna que otra valiosa pista sobre el mucho o poco camino recorrido. Un año es sólo un año.

Debiera ahora juzgarlo pero no lo haré. Prefiero darme con un canto en los dientes o tocar madera o ponerle unos cirios a quien proceda. Eso sí prometo hacerlo. Y hasta aceptar que quizá sea ésta la hora injusta del balance que nunca hago salvo para discrepar de los críticos y su pasión por el ruido, por el alboroto de las novedades o las sonrisas fáciles y fugaces del éxito. El problema es que jamás recuerdo las fechas ni leo por orden cronológico. Hay un caos aquí rondándome y aunque me esfuerzo en ordenarlo siempre desisto cuando un caos más hermoso y complejo, más disperso y fragmentado, sucede al anterior y lo solapa. Sé que este caos encierra un orden que desconozco. Lo sé, pero no podría explicarlo.

Este año he leído novelas que quizá no lo sean. Me gusta ese tipo inclasificable de libros y me resulta magnífico contemplar el esfuerzo de los canónicos por ponerle un adjetivo, por buscarle unas raíces, una tradición y unos límites. Es la manía de querer empequeñecer las cosas y no dejarlas ser simplemente lo que son. Pienso ahora en la opera prima de Inés Matute, un excepcional mosaico de literaturas bajo el título de “Autorretrato con Isla”. También en la última novela de Paco Piquer, “El caso del cadáver sonriente”, que vino con premio de novela negra bajo el brazo y que todavía no he leído, porque preferí releer una antigua novela suya -“Nada es verdad (ni mentira)”- que le rescaté para Internet y que ahí sigue esperando que aparezca el editor adecuado. No hay espera, sólo expectante vigilia.

De eso suele tratar, casi siempre, la poesía. Este año la editorial mallorquina La Lucerna publicó “El Incendiario” de Miguel Veyrat. Pocas veces la palabra y el conocimiento arden tan de la mano. Pocas veces o quizá ninguna, si no se sabe de qué se habla… pero Veyrat lo sabe, como también lo sabe José Carlos Llop, que ha conseguido incluir en su poemario “La Avenida de la Luz”, el mejor poema que le recuerdo y que no podré olvidar fácilmente. Se titula “Elegía”.

Hay también tres tomos inmensos sobre la mesa del año. Son “Las Obras Completas” de Gottfried Benn, una aventura de alto riesgo y voltaje, en edición bilingüe, en la que José Luis Reina Palazón nos confirma por qué acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Traducción. El esfuerzo de la Editorial Calima demuestra –oh, milagro- que para las editoriales mallorquinas hay larga vida más allá de las teledirigidas y fraudulentas subvenciones locales.

Acabo con un cómic y una película. El cómic es “Las aventuras del joven Lovecraft”, de José Oliver y Bartolo Torres que este año ha logrado superar, con enorme éxito, el trasvase de la realidad digital a la realidad de la imprenta. La película es “The man from the Earth” que ni siquiera ha sido estrenada en España. En este caso Internet me ofreció su versión subtitulada, avalada además por el agradecimiento de su director, Richard Schenkman, hacia las redes p2p, esas redes de intercambio cultural que tanto demonizan el Gobierno y la SGAE pero que, sin embargo, son las únicas que han permitido la difusión de un film independiente sin otro acceso al mercado. Ya sé que es inútil reclamarle peras al olmo, pero no estaría mal que las autoridades tomasen nota de la situación real del arte y comprendiesen, de una vez por todas, que ponerle límites a la cultura es como ponerle puertas al campo. Siempre quedará algún nómada capaz de reinventar los caminos perdidos.

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1 Comments:

Blogger Cisne Negro said...

Gracias por esa amable mención. :)

6 de enero de 2008, 10:51  

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