LA TELARAÑA: El No y el Sí

viernes, julio 13

El No y el Sí


La Telaraña en El Mundo.




 No sé si reír o llorar, si dejarlo correr todo por la torrentera hacia lo inevitable o si dar un rodeo y seguir contemporizando: ya se sabe que nunca pasa nada, salvo nosotros. Nosotros sí que pasamos. Con todo, el mundo empieza a ser un mal lugar, un patio de ladrillo rojo al sol abrasador de una residencia para locos de atar, una mezcla altamente tóxica de ingeniería social, por una parte, y de inconsciencia, abulia o desencanto, por la otra; y lo peor es que ya no sabemos en qué parte (o de qué parte) estamos, porque el Estado empieza a ocuparlas ambas, la suya y la nuestra, la que debería limitarse a gestionar los recursos de todos y la que usan para maleducarnos en el desconcierto, domesticarnos, violar y masacrar nuestra intimidad, venderla al mejor postor y convertirnos en marionetas teledirigidas de una farsa -entre la gran nube del Big Data y el cielo estrellado de la República Imaginaria de las Redes Sociales- que maldita la gracia tiene.
 No tiene ninguna gracia. Me llegan multitud de memes, más o menos pertinentes o impertinentes, sobre el No y el Sí de las mujeres. O lo que es lo mismo, sobre el origen y el desarrollo de las relaciones (tan complejas como necesarias) entre los hombres y las mujeres, sobre ese magnífico, turbulento y biológico conflicto que mueve el mundo desde el principio de los tiempos, desde Adán y Eva y el instante fundacional del ofrecimiento de la manzana envenenada, ávida de vida, de ese bocado en la fruta húmeda de la transgresión, el nacimiento de las ansias de libertad: la confirmación de la experiencia sexual como la más parecida a la del descubrimiento de uno mismo en la otra y viceversa, la liturgia o el milagro que anula los límites y convierte al hombre y la mujer en el mismo ser palpitante bajo la sombra indecisa del más viejo de los árboles, el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
 Pero legislar sobre todo esto, más allá de la perentoria defensa del más débil, es perder el tiempo. Es divagar sobre un No o un Sí explícitos, tajantes, sin gracia ni matices, sin virtud ni, por supuesto, pecado. Un No y un Sí dialécticos que, sin embargo, no parecen tener en cuenta la complejidad de la naturaleza humana, las revueltas hormonales que el deseo obra en todos (y en todas: ¿por qué me obligan a masacrar la gramática?), las vacilaciones, el entusiasmo ciego o ilustrado y los arrebatos que nos asolan, a veces, en el transcurso de la ronda nocturna a través de la Vía Láctea que es la vida, a lo largo de ese viaje por entre las constelaciones, sus espejismos, sus agujeros negros y esa música solemne y, a la vez, callada (terroríficamente silenciosa) que suena afuera y también adentro, que suena ubicua y eterna, que suena torrencial y al compás de uno mismo: según el vaivén de los sentimientos.

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