UIM

Recuerdo intensas veladas universitarias donde compartíamos las sobrasadas, que me enviaba la familia, con el pacharán que aportaban los navarros, los choricillos y quesos de los manchegos o el tintorro vasco. Tampoco faltaba el cava catalán. A los postres, la política, la cultura, el fútbol o el sexo solían enervar las pasiones. Pero todos nos sentíamos del mismo lado. El de descubrir el mundo. El de aprender de la realidad ajena. El de ofrecer la nuestra a quien la quisiera. Sin duda, se me puede decir que eran otros tiempos -y lo eran porque hablo de la segunda mitad de los 70- pero a mi no me parecen tan lejanos.

Por mucho que presumamos de UIB lo cierto es que Palma carece de ambiente universitario. Basta darse una vuelta por Valencia o Granada -por no hablar de Salamanca o Pamplona- para saber que la diversidad geográfica de los estudiantes, sus distintos orígenes y referentes culturales, son el principal ingrediente que se palpa en el día a día lectivo, pero también en las noches de ocio de esas ciudades. Aquí no sucede lo mismo. El ambiente está minado por el monocultivo turístico. Y en realidad, Palma, sobre todo en verano, duerme en el silencio de las calles y plazas vacías, tan sólo alborotadas por algún botellón destemplado.

La pregunta es quién va a venir de fuera. ¿Quién desea para sus hijos una educación casi exclusivamente en catalán cuando hay universidades abiertas a la integración lingüística y cultural? No se me cansen. Casi nadie.

Pero, como siempre, la actividad privada intentará paliar las deficiencias de la actividad pública. Se anuncia la creación de la Universidad Internacional de Mallorca. Suena un tanto rimbombante pero habrá que estar atentos al asunto.