el discurso de javier jover
Con cierto retraso pero con igual agradecimiento cuelgo hoy el discurso de Javier Jover, editor de Calima, en la presentación de Alrededores o la mansión de las luciérnagas.
Buenas tardes y gracias a todos por haber querido acudir a este punto de partida de este pequeño viaje hacia los alrededores de la escritura luminosa -dentro de una especie de calima umbría, pero cercana por compartida, por ser común a todos- de nuestro Juan Planas.
¿Dónde se sitúa la poesía de Juan Planas?, ¿desde qué espacio nos habla esa voz que, sin dejar nunca de ser reconocible como la propia del autor, nos incluye también a los demás, nos abarca en una especie de magma cómplice que nos hace protagonistas?, ¿por qué el lector se confunde -se funde- de una manera tan entrañable -tan de entraña- con lo más humano y hondo de la esencia misma de quien la dice, de quien pronuncia cada una de las palabras que escribe tan exactamente igual como si cada uno de nosotros las pronunciáramos, como si cada uno de los lectores las hubiéramos escrito, las estuviéramos escribiendo al mismo tiempo que las estamos leyendo?.
Yo creo que esa es la sensación que se tiene cuando se lee, por ejemplo, un libro como este Alrededores o la mansión de las luciérnagas que estamos hoy dando a conocer. La palabra imantada de Juan Planas nos habla desde un espejo común en el que todos comprendemos que lo que en él vemos reflejado nos pertenece a unos y a otros por igual.
La memoria exige más fortaleza
que el olvido,
Se dice en un momento,
porque la angustia o el dolor
son algo familiar en nuestra existencia.
Pero también: El ovillo arranca en los jardines
que intuimos afuera.
Ese ovillo que somos es la materia común, lo que nos conforma y nos da sentido de unidad, y lo sabemos de esa manera cierta como se saben las cosas abisales del ser: lo sabemos porque lo intuimos aún en contra de la razón o de una suerte equívoca de realidad; lo sabemos con una especie de sentido astral que nos mueve a no renunciar a ese poso profundo de verdad que nos pone en comunión.
Comunión entonces de materias vinculadas en el origen, el germen de toda aleación:
Acaso estas luciérnagas comprendan
la descomposición del verso,
y por qué los gusanos se encolerizan
cuando el lector dobla la página
sin un sólo quejido.
Bordando, la espera se convierte en geometría
y las constelaciones ralentizan su tránsito.
Del olvido se rescata el territorio fértil de la sombra. Sobre el limo y el barro se refleja la nada en ciernes. Fundamento mismo del ser:
Llueve torrencialmente en las heridas
de su memoria y los cipreses
extienden sus raíces subterráneas.
Y ese afuera que intuimos es el lugar de todos, es el territorio insomne -o no, más bien el territorio fronterizo que tiene a un lado el sueño y al otro la vigilia, una línea de certeza que se podría decir que transita Fuera del tiempo- pero que está también muy cerca de la intemperie si no se cultiva adecuadamente poniéndole ese punto de cercanía que lo convierte en lugar de resguardo, en cobijo que nos pone a salvo, por lo menos temporalmente:
¿Cómo y cuándo diseña el tiempo
sus cicatrices? ¿Quién las enlaza con hilos
de sangre requemada? ¿Qué lenguaje
entre nubes de plomo y elipsis
la obliga a recorrer el laberinto?
Desde ese mismo territorio, creo yo, nos habla Juan Planas en sus libros, en este libro, y ese territorio no se ubica en un determinado lugar geográfico -no es una ciudad, ni una región, no es el litoral de un paisaje para los ojos, no es Palma siquiera- sino los alrededores de todo cuanto nos concierne como seres humanos, de cuanto somos capaces de imaginar, de todo cuanto conocemos por el sentido de la intuición y que, por tanto, está poblado de seres que deambulan por él como fantasmas por el cosmos, como criaturas portando con resignación la memoria y el legado ancestral de nosotros mismos.
La mansión seguirá vacía para siempre... (LEER PÁG. 56)
Como a mí me es más fácil con el verso explicar estas cuestiones casi insondables, o intentar acercarme a los límites, a las fronteras del pensamiento y de cuanto nos conforma, voy a leer unos cuantos que aquí traigo escritos y que creo vienen bien para la ocasión que nos convoca.
CONCÉNTRICA
Imagen repetida del mundo,
un azul que se vacía en su propia sombra
–oscura dentro de lo oscuro-,
pero con luz, repetida ahora
muy en lo alto, piedra flor,
rubio anillo de juncos
para dar calor y nombrarlo.
Manantiales de mayo ahora detenidos,
retenidos –o no, fosilizados-
y como esperando el instante justo
para dibujar al fin un pensamiento,
pájaro mundo, la yerba negra
como roca quieta
o como baluarte vegetal
muy adentro en la conciencia, voz
de antes, raíz o conjetura
que repiten lo mismo,
la cifra muda, un color,
el mismo signo,
las palabras,
una sola idea,
los pájaros inventados.
Dando espesura crece un ramal del aire,
en espiral avanza transparente
con sus puntos fijos de soldadura
que crecen repetidos
como ataduras de luz
en el aire.
En el aire anillos de agua
para envolver las formas y respirar
del centro como germen cautivo
en el interior de una ecografía.
Felina pose de montaña,
adentro el fuego diminuto de un asteroide
permanece inmóvil, cuerpo sin tiempo,
la roca madre ahora detenida
en un instante indefinido
y sin final, nostalgia sin origen,
sin persona, herida que progresa
cuando la piel se detiene en un número
al borde mismo de la noche,
esencia invisible y sin centros
como arena fina de la luna,
la tabla periódica, museo vacío
y sin relojes, sin horarios de visita;
para nadie el trazo solitario
de la tiza oscura, ya fósil,
imposible de nombrar,
pero repetida, hacia el ser,
ya fósil:
caligrafía de frontera.
Gracias.
Javier Jover
Buenas tardes y gracias a todos por haber querido acudir a este punto de partida de este pequeño viaje hacia los alrededores de la escritura luminosa -dentro de una especie de calima umbría, pero cercana por compartida, por ser común a todos- de nuestro Juan Planas.
¿Dónde se sitúa la poesía de Juan Planas?, ¿desde qué espacio nos habla esa voz que, sin dejar nunca de ser reconocible como la propia del autor, nos incluye también a los demás, nos abarca en una especie de magma cómplice que nos hace protagonistas?, ¿por qué el lector se confunde -se funde- de una manera tan entrañable -tan de entraña- con lo más humano y hondo de la esencia misma de quien la dice, de quien pronuncia cada una de las palabras que escribe tan exactamente igual como si cada uno de nosotros las pronunciáramos, como si cada uno de los lectores las hubiéramos escrito, las estuviéramos escribiendo al mismo tiempo que las estamos leyendo?.
Yo creo que esa es la sensación que se tiene cuando se lee, por ejemplo, un libro como este Alrededores o la mansión de las luciérnagas que estamos hoy dando a conocer. La palabra imantada de Juan Planas nos habla desde un espejo común en el que todos comprendemos que lo que en él vemos reflejado nos pertenece a unos y a otros por igual.
La memoria exige más fortaleza
que el olvido,
Se dice en un momento,
porque la angustia o el dolor
son algo familiar en nuestra existencia.
Pero también: El ovillo arranca en los jardines
que intuimos afuera.
Ese ovillo que somos es la materia común, lo que nos conforma y nos da sentido de unidad, y lo sabemos de esa manera cierta como se saben las cosas abisales del ser: lo sabemos porque lo intuimos aún en contra de la razón o de una suerte equívoca de realidad; lo sabemos con una especie de sentido astral que nos mueve a no renunciar a ese poso profundo de verdad que nos pone en comunión.
Comunión entonces de materias vinculadas en el origen, el germen de toda aleación:
Acaso estas luciérnagas comprendan
la descomposición del verso,
y por qué los gusanos se encolerizan
cuando el lector dobla la página
sin un sólo quejido.
Bordando, la espera se convierte en geometría
y las constelaciones ralentizan su tránsito.
Del olvido se rescata el territorio fértil de la sombra. Sobre el limo y el barro se refleja la nada en ciernes. Fundamento mismo del ser:
Llueve torrencialmente en las heridas
de su memoria y los cipreses
extienden sus raíces subterráneas.
Y ese afuera que intuimos es el lugar de todos, es el territorio insomne -o no, más bien el territorio fronterizo que tiene a un lado el sueño y al otro la vigilia, una línea de certeza que se podría decir que transita Fuera del tiempo- pero que está también muy cerca de la intemperie si no se cultiva adecuadamente poniéndole ese punto de cercanía que lo convierte en lugar de resguardo, en cobijo que nos pone a salvo, por lo menos temporalmente:
¿Cómo y cuándo diseña el tiempo
sus cicatrices? ¿Quién las enlaza con hilos
de sangre requemada? ¿Qué lenguaje
entre nubes de plomo y elipsis
la obliga a recorrer el laberinto?
Desde ese mismo territorio, creo yo, nos habla Juan Planas en sus libros, en este libro, y ese territorio no se ubica en un determinado lugar geográfico -no es una ciudad, ni una región, no es el litoral de un paisaje para los ojos, no es Palma siquiera- sino los alrededores de todo cuanto nos concierne como seres humanos, de cuanto somos capaces de imaginar, de todo cuanto conocemos por el sentido de la intuición y que, por tanto, está poblado de seres que deambulan por él como fantasmas por el cosmos, como criaturas portando con resignación la memoria y el legado ancestral de nosotros mismos.
La mansión seguirá vacía para siempre... (LEER PÁG. 56)
Como a mí me es más fácil con el verso explicar estas cuestiones casi insondables, o intentar acercarme a los límites, a las fronteras del pensamiento y de cuanto nos conforma, voy a leer unos cuantos que aquí traigo escritos y que creo vienen bien para la ocasión que nos convoca.
CONCÉNTRICA
Imagen repetida del mundo,
un azul que se vacía en su propia sombra
–oscura dentro de lo oscuro-,
pero con luz, repetida ahora
muy en lo alto, piedra flor,
rubio anillo de juncos
para dar calor y nombrarlo.
Manantiales de mayo ahora detenidos,
retenidos –o no, fosilizados-
y como esperando el instante justo
para dibujar al fin un pensamiento,
pájaro mundo, la yerba negra
como roca quieta
o como baluarte vegetal
muy adentro en la conciencia, voz
de antes, raíz o conjetura
que repiten lo mismo,
la cifra muda, un color,
el mismo signo,
las palabras,
una sola idea,
los pájaros inventados.
Dando espesura crece un ramal del aire,
en espiral avanza transparente
con sus puntos fijos de soldadura
que crecen repetidos
como ataduras de luz
en el aire.
En el aire anillos de agua
para envolver las formas y respirar
del centro como germen cautivo
en el interior de una ecografía.
Felina pose de montaña,
adentro el fuego diminuto de un asteroide
permanece inmóvil, cuerpo sin tiempo,
la roca madre ahora detenida
en un instante indefinido
y sin final, nostalgia sin origen,
sin persona, herida que progresa
cuando la piel se detiene en un número
al borde mismo de la noche,
esencia invisible y sin centros
como arena fina de la luna,
la tabla periódica, museo vacío
y sin relojes, sin horarios de visita;
para nadie el trazo solitario
de la tiza oscura, ya fósil,
imposible de nombrar,
pero repetida, hacia el ser,
ya fósil:
caligrafía de frontera.
Gracias.
Javier Jover
Etiquetas: Creación, Literatura
1 Comments:
Tengo envidia de tus versos porque no tengo quien me escriba ;)
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