regreso a babel
Regreso a Babel en El Mundo.
Regreso a Babel
Me siento feliz -como un paquidermo rosa, para serles sincero- entre la porcelana desconchada del 'Sí' y los cristales astillados del 'No'. Me quedo, obviamente, con los cristales, con sus múltiples destellos y la deforme realidad que sugieren. No hay labor más higiénica, ni necesaria, que poner en tela de juicio el maniqueísmo desde sus propias trincheras, su ansiolítica necesidad de balanzas, equilibrios y contraprestaciones. Toda esa mercadería me parece material de derribo. Todos sus voceros ensucian la plaza pública. Aquí el pescado, ahí la carne. Parece que hay verdura para todos.
Uno construye su vida con palabras. Sabe que no importa en qué lengua, porque siempre habrá alguien que las traduzca, las reinterprete, las mutile, las haga suyas o las deseche. Yo mismo tengo una papelera repleta de palabras propias y ajenas. Un almacén colmado hasta las vigas de disparates y un mínima arquilla donde guardo el tesoro de los conceptos y las ideas, del «decir» último, pero no único, de todo cuanto digo, o dicen, o decimos.
Ahora quieren la oficialidad del catalán en el Parlamento Español y en el Europeo. Que la pidan y que los traductores nos hagan llegar sus demandas aun trasladándolas del inglés o del sueco, quizá del castellano o incluso del turco de Orhan Pamuk, reciente Premio Nobel de Literatura 2006. Con la exótica nómina de este siglo -el chino Xingjian, el antillano Naipaul, el húngaro Kertész, el sudafricano Coetzee o la austriaca Jelinek, porque Pinter es otra cosa- parece inminente un Nobel nacido en Cataluña. Será de ver. Lástima que sólo les valgan los puros de sangre y lengua catalana. Así es difícil llegar a buen puerto sin que nos entren el hastío y la risa. Sobre todo, la risa.
Babel sigue siendo la metáfora más actual. Vale tanto para exhibir la condición humana como para explicar la diáspora en que vivimos. Pero la comunidad necesita, sobre todo, entenderse. Su espíritu reclama una única lengua desligada de culturas, nacionalismos y políticas barriobajeras. No abogaré por el esperanto ni por la "Lengua Ignota" de la abadesa Hildegard de Bingen. Tampoco por el volapük, el novial, el ling o la interlingua. En realidad lo mío es el morse, pero me consuelo sabiendo que siempre nos quedará el latín. Al menos tendríamos garantizada la bendición urbi et orbi de Ratzinger. Pues eso.
Regreso a Babel
Me siento feliz -como un paquidermo rosa, para serles sincero- entre la porcelana desconchada del 'Sí' y los cristales astillados del 'No'. Me quedo, obviamente, con los cristales, con sus múltiples destellos y la deforme realidad que sugieren. No hay labor más higiénica, ni necesaria, que poner en tela de juicio el maniqueísmo desde sus propias trincheras, su ansiolítica necesidad de balanzas, equilibrios y contraprestaciones. Toda esa mercadería me parece material de derribo. Todos sus voceros ensucian la plaza pública. Aquí el pescado, ahí la carne. Parece que hay verdura para todos.
Uno construye su vida con palabras. Sabe que no importa en qué lengua, porque siempre habrá alguien que las traduzca, las reinterprete, las mutile, las haga suyas o las deseche. Yo mismo tengo una papelera repleta de palabras propias y ajenas. Un almacén colmado hasta las vigas de disparates y un mínima arquilla donde guardo el tesoro de los conceptos y las ideas, del «decir» último, pero no único, de todo cuanto digo, o dicen, o decimos.
Ahora quieren la oficialidad del catalán en el Parlamento Español y en el Europeo. Que la pidan y que los traductores nos hagan llegar sus demandas aun trasladándolas del inglés o del sueco, quizá del castellano o incluso del turco de Orhan Pamuk, reciente Premio Nobel de Literatura 2006. Con la exótica nómina de este siglo -el chino Xingjian, el antillano Naipaul, el húngaro Kertész, el sudafricano Coetzee o la austriaca Jelinek, porque Pinter es otra cosa- parece inminente un Nobel nacido en Cataluña. Será de ver. Lástima que sólo les valgan los puros de sangre y lengua catalana. Así es difícil llegar a buen puerto sin que nos entren el hastío y la risa. Sobre todo, la risa.
Babel sigue siendo la metáfora más actual. Vale tanto para exhibir la condición humana como para explicar la diáspora en que vivimos. Pero la comunidad necesita, sobre todo, entenderse. Su espíritu reclama una única lengua desligada de culturas, nacionalismos y políticas barriobajeras. No abogaré por el esperanto ni por la "Lengua Ignota" de la abadesa Hildegard de Bingen. Tampoco por el volapük, el novial, el ling o la interlingua. En realidad lo mío es el morse, pero me consuelo sabiendo que siempre nos quedará el latín. Al menos tendríamos garantizada la bendición urbi et orbi de Ratzinger. Pues eso.
Etiquetas: Artículos
1 Comments:
Juan Pablo II bendecía también en Esperanto.
:-)
Publicar un comentario
<< Home