la igualdad
La Telaraña en El Mundo.
A nuestros hijos les va a faltar -en sus futuras notas escolares- la posibilidad del cero, el más redondo y alusivo de los números. ¿Qué sensibilidad les ofrecemos negándoles el vacío perfecto, esa nada simbólica que identifica, por igual, el origen y el desenlace, que da sentido a todas las filosofías, que nos acelera y congela el pulso? Ese cero es pura mística. Sin su rotundidad no seremos sino hombres o mujeres inacabados. Lástima de tiempos sin metáforas.
Estas tienen, no obstante, su peligro. Miquel Melià dijo que obligar a saber catalán es como ser de ETA. Hay que ir más allá. Obligarnos a saber catalán o castellano, impedirnos fumar donde nos plazca o tener que pagar un canon a las regiones con ínfulas de patria son, uno tras otro, síntomas de que, en efecto, el fascismo se ha instalado en la sociedad. En sus cúpulas nacionalistas, esas cloacas de lujo.
Qué simpleza de igualdad nos ofrecen las matemáticas. Una parida, según el empresariado balear. Aquí la cuota femenina y allá la masculina. Esta pirámide ha de estar equilibrada aunque se nos caiga a pedazos. Sea. Se nos caerá y tendremos que reconstruirla. Venimos haciéndolo desde el inicio de los tiempos, desde la primera implosión normativa que nos desterró del paraíso y nos convirtió en renqueantes ángeles caídos. ¿Dónde andará el viejo árbol del conocimiento? Habría que encontrar sus astillas y aún mejor, sus raíces, porque la realidad no cabe en unos inamovibles tantos por ciento. Empeñarse en constreñirla -como lo haría, puro goce estético, un enloquecido modisto de pasarela- podrá valer para dibujar ese holograma plano, esa simplificación que damos en llamar «realidad social», pero poco más. De su entramado aéreo tan sólo se servirán los sociólogos y sus cuadernos de viaje, los sindicatos y sus cíclicas floraciones, las asociaciones de arribistas y sus subvenciones y, en fin, la secta de los economistas rendidos a su pasión por los grandes números. Qué fácil resulta manipularlos.
A nuestros hijos les va a faltar -en sus futuras notas escolares- la posibilidad del cero, el más redondo y alusivo de los números. ¿Qué sensibilidad les ofrecemos negándoles el vacío perfecto, esa nada simbólica que identifica, por igual, el origen y el desenlace, que da sentido a todas las filosofías, que nos acelera y congela el pulso? Ese cero es pura mística. Sin su rotundidad no seremos sino hombres o mujeres inacabados. Lástima de tiempos sin metáforas.
Estas tienen, no obstante, su peligro. Miquel Melià dijo que obligar a saber catalán es como ser de ETA. Hay que ir más allá. Obligarnos a saber catalán o castellano, impedirnos fumar donde nos plazca o tener que pagar un canon a las regiones con ínfulas de patria son, uno tras otro, síntomas de que, en efecto, el fascismo se ha instalado en la sociedad. En sus cúpulas nacionalistas, esas cloacas de lujo.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
He descubierto que aquella antigua distribución en los bancos de la Iglesia del pueblo estaba promoviendo la igualdad.
Así empezó todo, ya ves:-P
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