Un poema de Los Cantos, Cercandanza (Los papeles de Brighton, 2020)
Captar la presencia en la
disipación sombría de los instantes
Lucifer existe. Me lo aseguró
personalmente
Cristóbal
Serra, ya hace mucho
tiempo,
cuando el diablo
seguro
que existía y rondaba
nuestros
jóvenes cuerpos
y
hablaba por nosotros
en
aquellos instantes en los que no sabíamos
qué
decir. El diablo existe con la misma
imposibilidad
metafísica
que
existimos nosotros.
Podría
parecernos un milagro,
pero
no es más que inercia,
una
rutina más de la existencia.
Lo
imposible nos ronda y, a veces,
hasta
nos hiere. Rueda la luz
(como
si fuera un rayo
láser)
abriéndonos en canal
como
una ruleta rusa cargada de plomo
y
sentimos, entonces, la suerte olvidada
de
alguna antigua presencia de regreso.
Todo
regresa, no sabemos cómo, pero regresa
como
recordatorio, tal vez, de que nos fuimos
de
la realidad
cuando
no era el momento de cerrar los ojos,
de
ceder al instante frágil del miedo
o
de la incertidumbre. No debimos
emprender
la huida y no podemos
excusarnos
en la ignorancia.
Ni
en alguna ilusión óptica.
No
fue un simple engaño
ni
una acumulación de situaciones
que,
simultáneamente, podrían
llevarnos
hasta la locura sin darnos ni cuenta.
(No
es el caso y tampoco me avergonzaría, respondí,
exhibiendo
la lanza y el costado herido de la vida)
Ya
casi me da lo mismo si existe
o
no el diablo. Hay presencias,
igual
de tenebrosas que la suya,
con
las que me doy de bruces
tantas
veces que ni me inmuto. Lucifer
juega
seguramente conmigo como yo juego
con
mis recuerdos, con las distintas
imágenes
que voy coleccionando
de
mí mismo: me esfuerzo en conservarlas.
Una
vez corrí a cruzar unas cortinas enormes
y
tropecé con alguien que corría en sentido
contrario.
Me rompí un diente de leche
(porque
los dientes de los hombres
no
son los dientes de los dioses)
como
quien se rompe el alma
y
no sabe qué dejar bajo su almohada,
si
el diente o el alma. –¡Nunca vendas tu alma!
me
dijo alguien que me quería, alguien
que
me dio unas pocas monedas a cambio
de
mi pequeño diente sanguinolento.
Privilegio
sería descifrar el sortilegio
del
presente. El hechizo
que
nos atrapa y nos obliga a correr
hacia
dentro, hacia muy dentro.
¿Es
posible entrar en uno mismo?
Pues
lo hacemos sin saber cómo.
Y
una vez adentro, recitamos
los
herméticos ritos litúrgicos en el lenguaje
espiritual
de la tribu – ¡Y que crepite el fuego
sobre
la tierra entera, la declinación
de
cuerpo y alma, el éxtasis gramatical perfecto!
Etiquetas: Creación, Literatura
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home