Insomnio del atrapasueños
¿Quién susurra tu nombre recién ingresas en lo más hondo de los sueños; quién los hiela con una voz instantánea y te deslumbra y te cubre de blanco orlado de rojo, y te ciega y te obliga a darte la vuelta una vez y otra, que descansas sin descanso por entre unas sábanas terrosas; quién te maltrata; quién te agobia y no da respiro? ¿Quién?
¿Quién ordena esas nupcias del terror, quién te conserva entre fragmentos olvidados, quién te los recuerda, quién te los ofrece, quién te los niega? ¿Quién te obliga al chillido inaudible en un movimiento que no existe, que te inmoviliza, que te atrapa; en el que haces lo imposible por extender esa mano que no extiendes, que te desoye, que te abandona, que no parece tuya, que ya no lo es? ¿Quién en tus adentros se descuelga por las enredaderas, quién asoma por las celosías y te vigila y te gobierna? ¿Quién?
Yaces con la mirada fija en un punto que se diluye, en una imagen de ti mismo que se inflama y se desinfla, que te atormenta con tus peores perfiles, tus más inestables querencias, tus solitarias amarguras, tus secretos irreconciliables, tu memoria arrasada.
***
Todo empezó hace ya tiempo. La conociste al azar de una búsqueda cualquiera. Se instaló en tu casa, invadió tu corazón y tu lecho. Era rubia y era morena, era pelirroja y no lo era. Era lo que tú deseabas que fuera. Y no lo era. Se limitaba a mirarte, siempre jugando con su bisutería extraña. Con sus pendientes de amatista, sus caracolas de otros mares, sus elixires y su colección selvática de piedras, estalactitas y metales. ¿Qué decir de sus cofres repletos de cequíes, de sus arcones a rebosar de escudos y alianzas, de sus frascos de cristal repletos de jugos, claras de huevo, alumbre, sales de arsénico, amebas de mercurio, sustancias crepitantes? Era sutil en sus alquimias y perfecta en su sonrisa, y quieta, sumisa, entre tus brazos. Y tanta belleza te acabó aterrando. Siempre te aterra lo que no alcanzas.
Y se lo dijiste, y se dio por aludida, y te hizo caso, y se fue como vino, al azar de una huida cualquiera. Y se llevó su ajuar y sus tesoros. Y te dejó una soledad extraña, como a medias, una soledad inacabada con esos ecos extravagantes que sólo tienen algunas hondonadas.
Y te dejó un atrapasueños. Para tus sueños más felices, te dijo, y tú la creíste sólo a medias, y qué mal que lo hiciste, qué incrédulo, que en cuanto se fue lo rompiste en mil pedazos contra el muro de tu inquina, contra el dolor de tu pecho, contra la ira de tus huesos, el sudor de tus noches solas.
Desde entonces te ronda un polvo enamorado, una sonrisa rota, un atrapasueños destrozado.
El final ya lo sabes. Caíste herido sobre las sábanas terrosas, perdiste tus sueños más felices por culpa de un mal gesto, una torpeza desmedida, en una noche cualquiera.
¿Quién susurra tu nombre recién ingresas en lo más hondo de los sueños; quién los hiela con una voz instantánea y te deslumbra y te cubre de blanco orlado de rojo, y te ciega y te obliga a darte la vuelta una vez y otra, que descansas sin descanso por entre unas sábanas terrosas; quién te maltrata; quién te agobia y no da respiro? ¿Quién?
¿Quién ordena esas nupcias del terror, quién te conserva entre fragmentos olvidados, quién te los recuerda, quién te los ofrece, quién te los niega? ¿Quién te obliga al chillido inaudible en un movimiento que no existe, que te inmoviliza, que te atrapa; en el que haces lo imposible por extender esa mano que no extiendes, que te desoye, que te abandona, que no parece tuya, que ya no lo es? ¿Quién en tus adentros se descuelga por las enredaderas, quién asoma por las celosías y te vigila y te gobierna? ¿Quién?
Yaces con la mirada fija en un punto que se diluye, en una imagen de ti mismo que se inflama y se desinfla, que te atormenta con tus peores perfiles, tus más inestables querencias, tus solitarias amarguras, tus secretos irreconciliables, tu memoria arrasada.
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Todo empezó hace ya tiempo. La conociste al azar de una búsqueda cualquiera. Se instaló en tu casa, invadió tu corazón y tu lecho. Era rubia y era morena, era pelirroja y no lo era. Era lo que tú deseabas que fuera. Y no lo era. Se limitaba a mirarte, siempre jugando con su bisutería extraña. Con sus pendientes de amatista, sus caracolas de otros mares, sus elixires y su colección selvática de piedras, estalactitas y metales. ¿Qué decir de sus cofres repletos de cequíes, de sus arcones a rebosar de escudos y alianzas, de sus frascos de cristal repletos de jugos, claras de huevo, alumbre, sales de arsénico, amebas de mercurio, sustancias crepitantes? Era sutil en sus alquimias y perfecta en su sonrisa, y quieta, sumisa, entre tus brazos. Y tanta belleza te acabó aterrando. Siempre te aterra lo que no alcanzas.
Y se lo dijiste, y se dio por aludida, y te hizo caso, y se fue como vino, al azar de una huida cualquiera. Y se llevó su ajuar y sus tesoros. Y te dejó una soledad extraña, como a medias, una soledad inacabada con esos ecos extravagantes que sólo tienen algunas hondonadas.
Y te dejó un atrapasueños. Para tus sueños más felices, te dijo, y tú la creíste sólo a medias, y qué mal que lo hiciste, qué incrédulo, que en cuanto se fue lo rompiste en mil pedazos contra el muro de tu inquina, contra el dolor de tu pecho, contra la ira de tus huesos, el sudor de tus noches solas.
Desde entonces te ronda un polvo enamorado, una sonrisa rota, un atrapasueños destrozado.
El final ya lo sabes. Caíste herido sobre las sábanas terrosas, perdiste tus sueños más felices por culpa de un mal gesto, una torpeza desmedida, en una noche cualquiera.
Etiquetas: Creación, Literatura
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