LA TELARAÑA

martes, agosto 3

La ciudad está roja de calor y rumores. Mientras en la bahía se multiplican los yates y la regata avanza con sus velas desplegadas, descubro que no se está nada mal en la terraza del Café Isla de Palma, en plena calle Olmos. Además, estoy a pocos metros de mi casa y asisto, de balde, a un improvisado desfile de seductores ombligos y oscilantes caderas intentando rizar la penúltima ganga en la rebajas. Me gusta el papel de espectador que se sabe a salvo, por supuesto, de presumir de inocencia. Quizá por eso, repaso con cierto descuido la cartelera de los cines de Palma. Me entra la risa. El cine que moviliza a algunos intelectuales se resume en las peripecias de un analfabeto contra otro: Michael Moore contra George Bush. Dos demagogias de signo contrario que se equilibran y se anulan porque son igual de aburridas. Tras el lamentable - por tendencioso - Bowling for Columbine ahora nos llega Fahrenheit 9/11, que ni apoyándose en el título del clásico de François Truffaut, a su vez basado en la magnífica novela de Ray Bradbury, pasa de ser una burda operación de propaganda. No me gustan las manipulaciones ni la prepotencia de los ventajistas.

Prefiero a Phileas Fogg y el inagotable sueño intelectual de su excéntrica vuelta al mundo en 80 días. Verne siempre fue más allá de las apariencias. Pero escarbando en el reparto me resulta imposible asumir que Cantinflas sea ahora Jackie Chan. Demasiado duro, casi tanto como la nueva tarea del horrible Sherk: enfrentarse a sus suegros. Mal asunto. Podría buscar consuelo en la traición de los Principios de la Robótica que estableciera Asimov, pero me temo que los robots de Hollywood son sólo de metal y purpurina. O en Spiderman, que por andar siempre entre telarañas debiera ser uno de mis héroes favoritos, pero no lo es. Siempre preferí a Tintín o a Ásterix y no los encuentro en la cartelera. Es una lástima. Quizá las demandas y amenazas de Pere Serra refresquen algo el ambiente. Quién sabe.




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