LA TELARAÑA

domingo, septiembre 19

La Telaraña en El Mundo.


Y aquí la versión completa. El espacio, a veces, no da para más...



Babel


El bíblico pasaje de la Torre de Babel y su magnífica confusión de lenguas, puede interpretarse, como todo en esta vida, de muy diversas y hasta contradictorias, maneras. En realidad no serían tantas si eliminásemos las que sólo obedecen a motivos demagógicos, retóricos o sectarios. Pero no hay mayor problema en atender a las voces y a sus ecos si se piensa que lo más importante, y difícil, es conseguir entenderse, y lo de menos la lengua en la que uno se exprese. No todos parecen opinar lo mismo.

Sebastiá Frau, todavía presidente de la Obra Cultural Balear, ha calificado de “aberración científica” – no filológica o cultural, sino científica - la reciente petición del Ministro de Asuntos Exteriores sobre la oficialidad en la Unión Europea del catalán, gallego, vasco y valenciano. La discordia se centra, no en la ausencia del mallorquín en todo este entramado, sino en la presencia de la lengua que el Estatuto de la Comunidad Valenciana establece como propia en su territorio: el valenciano. Es obvio que para el Sr. Frau sólo existe el catalán y lo demás son dialectos. Igual opinión sostuvo Carod Rovira, a la salida de su reunión con Zapatero permitiéndose, incluso, la poco sutil ironía de comparar la identidad del valenciano con la del andaluz o el riojano. Ignoro la formación científica de ambos personajes pero, tras verlos danzar como elefantes sobre arenas tan movedizas, me parece que lo suyo es más ciencia infusa que otra cosa.

En otros lugares, sin embargo, la diversidad lingüística se convierte en una fiesta del entendimiento. Me refiero a las tertulias de Literarte. El pasado jueves, Rafael Bravo – que cuando escribe ladrillos firma, astutamente, como Aurora Dupin - me invitó a debatir sobre el canon de Harold Bloom, una de esas sandeces que se institucionalizan de vez en cuando. El cónclave resultó espectacular: opiniones y hasta idiomas distintos, para acentuar las posibilidades de la comunicación, la ironía y la provocación como señuelos de la risa y, en definitiva, el arte civilizado del juego, las palabras como naipes. Pero sin faroles.





Etiquetas: