días de libros
Me apunta, con indisimulable cariño, el escritor, pero sobre todo amigo, Rafael Bravo, que hace tiempo que apenas sí permito que mis líneas, en esta telaraña de palabras contadas, campen a sus anchas, divaguen a su antojo y escapen, finalmente, por la tangente abierta de la literatura en estado puro. Como ambos compartimos esa pasión, no puedo sino decirle que sí, que tiene razón, pero que, a la vez, no la tiene ni la tiene nadie y no importan las razones, porque igual nada es lo que parece y el lugar único de la literatura sea ese libro menudo que vamos escribiendo al margen, casi, de todo y todos, porque nos reconcilia con nosotros mismos, casi, y nos convence de que el mundo es sólo una posibilidad entre otras muchas, una voluntaria elección de estilo, el reflejo tardío de un relámpago que ahuella el papel y nos deja perplejos. Casi.
Desde el viernes los libros están en el Borne. Están con sus libreros, sitiados, tocándose las espaldas, en el centro metafórico de alguna danza que podría ser la del fuego, aunque las llamas sean sólo las miradas de la gente, dándoles la vuelta como si constituyeran el ombligo del universo. Quizá lo sean. Que luego aparezca Jaume Santandreu y mezcle sus elogios al libro con sus salvas a la Real y al Estatut es lo de menos. Pura anécdota del personaje que engulle a la persona. O al revés, porque todos andamos entre máscaras y armarios; aunque algunos preferimos el silencio de las catedrales al bullicio de las trincheras.
Pero en nuestras aguas habitan otros monstruos. Acaba de ser descubierta un alga viva de unos ocho kilómetros de longitud y cien mil años de edad. Nada menos. Será que nos ciega el barniz de la superficie de las cosas o que su interior nos aterra. Mientras tanto, reivindicaré las anónimas cartas de amor de cualquier solitario frente al espectáculo de todos los códigos y templarios revisitados. Aunque el gesto sea inútil. O casi.
Desde el viernes los libros están en el Borne. Están con sus libreros, sitiados, tocándose las espaldas, en el centro metafórico de alguna danza que podría ser la del fuego, aunque las llamas sean sólo las miradas de la gente, dándoles la vuelta como si constituyeran el ombligo del universo. Quizá lo sean. Que luego aparezca Jaume Santandreu y mezcle sus elogios al libro con sus salvas a la Real y al Estatut es lo de menos. Pura anécdota del personaje que engulle a la persona. O al revés, porque todos andamos entre máscaras y armarios; aunque algunos preferimos el silencio de las catedrales al bullicio de las trincheras.
Pero en nuestras aguas habitan otros monstruos. Acaba de ser descubierta un alga viva de unos ocho kilómetros de longitud y cien mil años de edad. Nada menos. Será que nos ciega el barniz de la superficie de las cosas o que su interior nos aterra. Mientras tanto, reivindicaré las anónimas cartas de amor de cualquier solitario frente al espectáculo de todos los códigos y templarios revisitados. Aunque el gesto sea inútil. O casi.
Etiquetas: Creación, Literatura
2 Comments:
No te hagas como el Beltrán y termines los párrafos con la misma palabra, plis! :D
Ah, pero Beltrán escribe?? Coño, ni idea:-)
Saludos!
Fx
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