1956
1956 fue mi año iceberg. Reconozco que después hubo algunos otros con similares características, pero ya he olvidado sus fechas. Sólo 1956 ha sobrevivido al olvido, que es la única forma de sobrevivir a ciertos años que sólo encierran un montón de días vacíos que, sin embargo, pesan -y sería muy prolijo explicar por qué- como losas.
Ese año viví ingrávido, como en una telaraña de luces, que parecían lejanas y quizá por eso, cuando brillaban lo hacían con algo de timidez o temor, y voces que, poco a poco, me hablaban de cierto frío que me esperaba y de un calor que habría de poseerme la vida entera.
Por aquél entonces yo no entendía demasiadas cosas. Tampoco ahora.
Me limitaba a acurrucarme y a observar los reflejos de mis huesos translúcidos. Parecían crecer muy lentamente pero crecían, sí; se alargaban conmigo y yo con ellos empezaba a sentir que alguien me esperaba con impaciencia -del lado de la luz y las voces, de ese otro lado que ignoraba, entonces como ahora, cómo alcanzar ni dónde estaba.
8 meses en este estado es poco tiempo, dicen, pero la paciencia nunca fue la principal de mis virtudes. Por eso decidí que la hora había llegado. Pateé furiosamente los alrededores. Se encendieron las luces, volvieron las voces y empezó una extraña asfixia que me hizo temer lo peor. Pero no fue así.
Lloré porque la luz me hería y las voces, ahora, me daban pánico. Lloré porque hacía un frío imposible de imaginar y porque al fin estaba vivo.
Y gracias a mi impaciencia conseguí ver, al menos, un día entero de ese año al que hoy, aquí, rindo homenaje. Nací el 30 de diciembre de 1956. Nadie recuerda la hora y mucho menos quienes sí podrían hacerlo.
:-))
PD.- Post sólo concebible gracias a la iniciativa de Cisne Negro.
Etiquetas: Literatura
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