LA TELARAÑA: Sin perdón

sábado, abril 2

Sin perdón


La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Está conforme con que UM tenga que hacer frente a una fianza de 1,6 millones?

Sí. Cuando se aproxima la hora fatal del naufragio todo el mundo se volatiza. Huyen hasta las ratas -y el capitán con ellas- y sólo queda, quizás, un lugar vacío, un enjambre de espectros en estampida, el perfil difuso de un barco fantasma que, por inercia, prosigue su deriva fatal hasta que las maderas ceden y crujen las estructuras y un bancal de niebla se posa, permanentemente, entre babor y estribor y popa y proa y, arriba, la bandera deja de ondear y pierde sus colores y sus siglas y muestra, al fin, una calavera sonriente y unas tibias deshuesadas y hace frío y la soledad es como un murmullo, un gélido escalofrío, un rumor que mengua, la estela lenta y difusa de un éxodo, la expectación resignada de una desaparición, la crónica anunciada de una muerte por agua, por inmersión, por asfixia. Un sálvese quien pueda que no hace sino afilar los colmillos de los tiburones y enrojecer las aguas como en un parto sin más expectativas que el llanto y la fianza final, el embargo, el grillete oxidado del humo entre las evanescentes apariciones.
Ya es tiempo, pues, de empezar a remover los fondos marinos –y su lodo subterráneo-en busca del tesoro hundido, del cofre secreto, las cajas de caudales, los pergaminos con las listas manuscritas de las alianzas y las filiaciones codificadas de los que hicieron de la figuración la razón única de sus vidas políticas, la estructura piramidal de la ignominia, el chirrido de la bisagra y todos sus cómplices, actuales y pasados, el esplendor inenarrable de una autopsia general en toda la regla.
La sociedad entera se merece este último intento de desinfección. Esta prueba de higiene. Y si hay que ir a buscar a los que huyeron o se escondieron, que se les busque y se les encuentre, que no se les deje reconvertirse en otra cosa más o menos convergente, nacional, regionalista o lo que se tercie, que afronten las viejas deudas como si fueran nuevas. Porque, viejas o nuevas, son suyas. Y que con su reparación podamos, nosotros, recuperar un algo de la dignidad perdida de una democracia y una administración –ambas en el limbo de los incurables- que se nos convirtió en una repugnante bacanal de mercaderes sin escrúpulos y, ellos, afrontar de una vez por todas y para siempre, la sombra alargada y punzante de su propia infrahistoria, la paz entre rejas o condenas o multas o inhabilitaciones a perpetuidad. Sin perdón.

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