LA TELARAÑA: Inquisidores y ruinas

lunes, abril 23

Inquisidores y ruinas


La Telaraña en El Mundo.

Pudo ser un museo, aunque fuera de los horrores de un tiempo oscuro y desalmado, y así, por las noches, el alma de algún judío errante recorrería, entre aldabadas, cadenas y gemidos, sus espléndidas habitaciones, su establo y hasta sus salas de tortura. Pudo ser una biblioteca de libros sagrados y herméticos con páginas repletas de símbolos, ecuaciones y cábalas, de historias de caballeros templarios -presos de alguna fiebre ultramundana- con su manto blanco y su cruz roja en el pecho.
Pudo ser, también, un solemne despacho oficial o, incluso -aunque la idea es mía y, por desgracia, no soy muy dado a publicitar mis ideas- podrían habérselo cedido a los mayores inquisidores, tal vez, que pueblan estas tierras, a la OCB, el STEI y su falange de mercenarios, para que colgaran ahí sus pingües lazos patrióticos y sus arrebatados blasones lingüísticos, el armazón piramidal de su quimera educativa, sus armas entrelazadas, sudorosas y ateridas ante un espejo, soberbio, que jamás se dignaría a reflejar, ni siquiera un ápice, una arista, un mal perfil o un pliegue esquivo de su fastuosa imagen. O sea, nada.
Pero no. No fue nada de eso. Can Fàbregues es hoy un lugar en ruinas, una selva de vigas apuntaladas y escombros, una propiedad más de una sucesión de gobiernos indiferentes que ha ido cayendo, lentamente, en la degradación y el olvido. Ahora resulta que está en venta -como casi todo- y lo más factible es que la compre algún avispado zapatero chino. Nos lo tenemos bien merecido.


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