Los arrecifes del utilitarismo
No. Igual no hay
otra que tratar de escribir recto con renglones torcidos y es así, de
hecho, como vamos construyendo lo que llamamos la Realidad sin saber,
exactamente, qué es o de qué material está hecho; y no lo sabemos, porque puede
ser muchas cosas pero, también, ninguna y, en el fragor de la batalla, nos
extraviamos y confundimos la piel con la hiel, el sudor con el esfuerzo y la
vigilia con la posesión y no, no es eso. Nada es eso, ni nosotros, porque el
mundo se nos escapa tras el parpadeo de rigor y entonces todo cambia y es ya otro
espejismo y hay reflejos y perversiones y hasta pesadillas que no podemos
controlar, porque nos aturden y ciegan; y hay una densa niebla flotando entre
nosotros y nosotros mismos, entre el objeto que palpamos y el deseo con que lo
hacemos, entre la sonrisa que damos, quizá como triste moneda de cambio, y la
que recibimos, siempre tan efímera e incompleta.
Hay, pues, un abismo
entre los planes que trazamos, como si fueran la red perfecta para el cazador
furtivo que nos gustaría ser, y lo que en ellas, al fin, acabamos encontrando.
Poco. Muy poco. O nada. Se nos escapa la realidad -o su ficción- igual que nuestra
brújula pierde el norte y embarrancamos en los miserables arrecifes del
utilitarismo. La metáfora viene a cuento de la pregunta de hoy y de mi
respuesta. No me parece de recibo desentrañar la madeja de los hechos con la
balanza maloliente de las contraprestaciones en la mano. Y si ya no me parecía
bien que la Fiscalía usara ese método en los casos de corrupción política, mucho
menos me lo parece que lo haga con el ir y venir claustrofóbico de los clanes
de la droga, con el trasiego infernal de nuestros cárteles domésticos de la
miseria organizada en una especie de supermercado público -Son Banya- donde
todos sabemos lo que hay y qué tipo de gente anda ahí chapoteando con el barro
hasta el cuello y las cejas. O las venas.
O sea, que no.
Que la justicia ha de ser igual -sin eufemismos- para todos y que los pactos,
componendas y delatores, aunque puedan parecernos útiles, lo único que añaden
es otra vuelta de corrupción al más que retorcido entramado subterráneo de la
marginalidad. Que no, que prefiero la dura lucha suicida de, por ejemplo, los
antisistema, que la de tratar a corruptos y corruptores como si fueran los
emprendedores del futuro. Vaya mierda de futuro, ese.
Etiquetas: Artículos
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