Tu sangre en la mía
Creo que ya sabes que no sólo lo quiero todo. Quiero más de lo que imaginas.
Y puede que ni la imaginación alcance. Quiero que me encuentres en esos lugares tan escondidos y que me traigas noticias de otros mundos inventados, de esos príncipes y mendigos que te abrieron sus puertas de ceniza. No quiero un retorno tranquilo de tu mano guiado. No quiero mentirte, que lo imposible tiene exageradas intenciones. Habrás de desnudarte entera para que los signos del viaje me muestren su osario aterido, su estela y la quemazón de sus rayos deslumbrantes. Habrás de sacarte hasta la piel para descubrirme los prodigios...
Lo que yo quiero reside en lo más oculto de ti misma.
Por eso tus palabras no me bastan y habré de acceder a tu sangre derramada. Ella me abrirá los senderos como un lazarillo atormentado y presuroso. Y tendré que perseguirla por los regueros del silencio hasta los acantilados del vacío. En las entrañas de tu cuerpo.
Sé que en las telarañas de tu pensamiento habré de recorrer los círculos concéntricos hasta llegar donde la piedra ahondó brutalmente el cristal de tu mirada, allí en el preciso azul de tus pupilas. Y en esas feroces orgías, con esos látigos del acero, tendré que arrancarte el pecho para amamantarme con la eras que tu pródiga simiente sembró en las tristes estaciones de este viaje sombrío.
Creo que ya te lo dije: quiero tu sangre en la mía. Y no será cuestión de agujas ni errante transfusión de fábulas comunes. Será usurpación bárbara. Será inventario interminable y resurrección breve y también audaz tumulto incendiario. Será un sacrificio en los altares de la piedra y en las lápidas blancas de tu memoria en la mía.
Pero te anticipo el desenlace. Tu resistirás y yo seré borrado de la faz de este nuevo universo entero. Porque tu hijo menor y más herido necesita de tu pecho y su ambrosía blanca como la nieve. Y yo descansaré cuando me extinga en tu dolor y así en el mío. Y nada habrás de padecer más allá de mis palabras, que mis presagios te rendirán a un antiguo sosiego. Y volveré a esas sombras de las que no debí haber salido, con el ánimo leve y las deudas cumplidas. Desde allí asistiré al prodigio de la creación renovada.
Y te estaré agradecido. Como sólo puede estarlo quién intentó cumplir con creces las exigencias del destino.
(de mi libro Insomnios)
Creo que ya sabes que no sólo lo quiero todo. Quiero más de lo que imaginas.
Y puede que ni la imaginación alcance. Quiero que me encuentres en esos lugares tan escondidos y que me traigas noticias de otros mundos inventados, de esos príncipes y mendigos que te abrieron sus puertas de ceniza. No quiero un retorno tranquilo de tu mano guiado. No quiero mentirte, que lo imposible tiene exageradas intenciones. Habrás de desnudarte entera para que los signos del viaje me muestren su osario aterido, su estela y la quemazón de sus rayos deslumbrantes. Habrás de sacarte hasta la piel para descubrirme los prodigios...
Lo que yo quiero reside en lo más oculto de ti misma.
Por eso tus palabras no me bastan y habré de acceder a tu sangre derramada. Ella me abrirá los senderos como un lazarillo atormentado y presuroso. Y tendré que perseguirla por los regueros del silencio hasta los acantilados del vacío. En las entrañas de tu cuerpo.
Sé que en las telarañas de tu pensamiento habré de recorrer los círculos concéntricos hasta llegar donde la piedra ahondó brutalmente el cristal de tu mirada, allí en el preciso azul de tus pupilas. Y en esas feroces orgías, con esos látigos del acero, tendré que arrancarte el pecho para amamantarme con la eras que tu pródiga simiente sembró en las tristes estaciones de este viaje sombrío.
Creo que ya te lo dije: quiero tu sangre en la mía. Y no será cuestión de agujas ni errante transfusión de fábulas comunes. Será usurpación bárbara. Será inventario interminable y resurrección breve y también audaz tumulto incendiario. Será un sacrificio en los altares de la piedra y en las lápidas blancas de tu memoria en la mía.
Pero te anticipo el desenlace. Tu resistirás y yo seré borrado de la faz de este nuevo universo entero. Porque tu hijo menor y más herido necesita de tu pecho y su ambrosía blanca como la nieve. Y yo descansaré cuando me extinga en tu dolor y así en el mío. Y nada habrás de padecer más allá de mis palabras, que mis presagios te rendirán a un antiguo sosiego. Y volveré a esas sombras de las que no debí haber salido, con el ánimo leve y las deudas cumplidas. Desde allí asistiré al prodigio de la creación renovada.
Y te estaré agradecido. Como sólo puede estarlo quién intentó cumplir con creces las exigencias del destino.
(de mi libro Insomnios)
Etiquetas: Creación, Literatura
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