LA TELARAÑA

domingo, junio 1

Vuelapluma, raspado y callicida sobre un texto antiguo...


Ciego, me dices.

Ciego y sin cerrar los ojos.

Que te bajó la oscuridad como una lluvia de párpados, sin avisar siquiera y te rodeó, te inundó y te hizo suya. Ciego y todavía no has cerrado los ojos. ¡Y tanto que no viste!

No viste amanecer en el infierno de una playa muerta una noche cualquiera de rabia encendida. No viste el sabotaje de los sentidos, la conspiración de los necios, el ultraje de las horas, el sinsabor de los cuerpos.

¡Tú no me viste! No me viste retirando cadáveres en el campo de batalla. No me viste cavando las fosas el día de tregua. No me viste almacenando rencores ni trenzando inquinas ni remendando infiernos.

¡Tú no has visto nada todavía! No imaginas el color de la carne abrasada o los colores de la traición. Nada sabes de las aceras podridas, de los salones infectos, de los despachos del heno, la manufactura de la muerte, la pobreza, la enfermedad o la vida.

Tú no me viste pisoteando inválidos, torturando ancianos, robando recién nacidos.

Y me dices que estás ciego y me pides que te conduzca de esquina en esquina, hacia esa luz que recuerdas, que dices, que piensas haber visto en otra vida. Y yo te llevo, te arrastro incluso, vamos - ¡esa luz nos espera! - no perdamos el tiempo, vamos, vamos hacia luz que te espera yo no se dónde ni cuándo. Quizá esa luz me deslumbre, me ciegue y pueda yo contarte, algún día, que ya no veo, que ya estoy ciego, que nada de cuanto vi fue cierto, que todo fue engaño, irreal fantasía de quien va a tientas por la vida.


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