Hoy os ofrezco el primer poema que tuvieron a bien publicarme en Internet. Lo hizo la Revista de Filología Athenea, que a día de hoy, presenta este desolador mensaje. Espero que no signifique su desaparición, y vaya para ellos, a modo de homenaje, el largo poema:-)
Duellum
La sinceridad del poema sólo es comparable a la del deseo.
En mi cuerpo, que nada entiende de plenitud
sin despilfarro, y desoye los consejos
de la noche y su salvación momentánea,
se desata y malgasta,
como en un ritual hurtado a la vida,
una danza estúpida y risible
pero humana, y solemne,
en un refugio que nunca se encuentra,
un teatro de bóvedas y cielos deshilachados,
un lienzo remendado por un dios ebrio,
en un lugar donde apenas sí me muevo, un lugar simple,
al que hoy pongo este nombre y mañana se lo quito,
en mi cuerpo,
bajo una lluvia torrencial, que no es húmeda, que es arisca, gris y tibia,
se acumula solitario: se acumula muy adentro
el polvo y esa niebla que es el hastío de los días
repetidos,
sin otro ánimo que presenciar
paulatinamente
la erección de la ruina y el triunfo
de la destrucción,
a silencioso ritmo edificada,
y así, hacedor coherente o maestro, sí,
gran alumno en olvidos, acabaré siendo;
lo recuerdo de vez en cuando. Ahora,
en este instante que invento contra el tedio,
todavía reconozco el silencio, tenaz,
que aúlla y me condena, frágil cómplice
en esta ceremonia de fingirme
plácidamente ajeno
al duelo fratricida
entre quien soy y quien ya he sido.
(una sombra un grito un simple gemido de placer o suplicio me traicionan aunque puedo y sé parecer esquivo)
Nadie, presumo, puede saber como yo
que es imposible hablar sobre el dolor
sin dolor.
Sí, recuerdo -- y un amarillo rojizo me invade y perturba --
la primera masturbación, no el primer llanto,
el primer beso, que sabe a gloria y es farol
inocente, la primera copa con la sangre
o el vino del Dios que quiso y no supo ser hombre, o esa risa
y esa daga
junto al mar y sus músicos, el pánico
tras el naufragio, la noche de bodas,
el sueño reparador
y la gran resaca.
Recuerdo
un largo viaje en tren y una rubia cabellera
femenina -- y quién pudiera desmelenarla
sino el viento: yo me hubiera refugiado en ella hasta la asfixia --,
abanico de algas encendidas
y distantes, espléndida como el deseo,
párvula como el amor que se aprende
ahora, y ahora y nunca,
el humo prosaico de los cigarros,
la dentera del áspid, su bíblico cortejo,
las prisas zigzagueantes, atomizadas,
de los legionarios, el ingenio
de los tahúres, tu cuerpo, siempre tu cuerpo
de mujer, tu cuerpo de muchas
mujeres, ardiendo
en los espejos blancos
como sábanas
o sudarios.
(descansas bajo una lápida de mármol pero nadie sabe de tu muerte otra cosa que tu vida)
Recuerdo
magníficos delirios, el pagano
desenlace de nuestras conversaciones
siempre con la salitre en los labios mudos
o la hiedra en la mirada, las visitas
al doctor del olvido
en los días más turbios y lunares
de agosto, esos libros que compré, leí, vendí y olvidé
con devoción idéntica, las prostitutas
negras rosas mulatas
a cuadros rombos a rayas
con las que multipliqué panes y heces,
tu muerte y tu calvario,
tu sangre primera,
tu sonrisa
y tu llanto.
Recuerdo
que he olvidado tu nombre
y los caminos que asendereaba
contigo.
Así suceden ciertas cosas:
así, hasta el total olvido,
cuerpo y sombra, voz y eco,
acaban diluyéndose
en un sencillo, triste, ejercicio de estilo
o decadencia.
(hay un poema olvidado no sé dónde que habla de ti en varios idiomas, lenguas muertas y vivas que no te definen ni te acotan: no)
Te adentras, sumido en el azar,
con el miedo más humano entre las manos,
en un corredor sin otro retorno que el duelo,
contigo mismo o cualquier réplica,
nada o nadie, contra ti
y ese dolor que te dobla la faz
o la voz te quiebra: te adentras
hacia dos direcciones tan opuestas
que una sola luz las contiene,
y te ciega, y te partes en dos o dos quieren desgajarse de ti.
Nada
o nadie te obliga, sólo exiges
cuanto la vida te exige y no hay remedio
que el duelo, que el dolor
o esta prolongada ausencia. Esperas
que alguien devuelva el golpe asestado,
deseas prolongar la huida
sin saber si la muerte brotó en tu sien
o en la de tu enemigo fraterno y necesario.
Alguien
rozó tu sombra con mano ansiosa, hirió
tu cuerpo con alfiler nacarado.
Alguien -- quién si no --
intentó con dulzura maniatarte, quiso
protegerte del frío, cubrir esta noche
con lentas escrituras y, con único pavor,
descifrar tu enigma y así el suyo. Nada
o nadie vigila los senderos
que alfombran las sirenas con sus caracolas
prohibidas. Difícil juzgarlas culpables
o cómplices.
Sólo la mano
palpa su sombra y descubre el engaño:
sólo el silencio puede revelar tu existencia.
Sangre
y más sangre
roja
sangre mostrará en la oscuridad interior, íntima,
el osario aterido, la cabal continencia,
la tensión y su número, la irresistible
medida del deseo insatisfecho.
Mueran ambos,
uno y todos,
por dolor en cruel duelo, y que la piedra voraz
engulla cuerpo y sombra, voz y eco,
y al fin descansen.
(no recuerdo y no es olvido haber descansado nunca como en tus brazos)
Etiquetas: Literatura
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