1.- Estrofas Selladas
El concepto lo es todo.
Persisto en este infierno de invernales propuestas. Recojo tus lamentaciones, anoto tus señas de identidad dispersas y rompo la equidad de las balanzas buscando, entre tantas conversaciones festivas, una sola frase tuya que me complazca.
Recurro a tu cuerpo cuando me fallan las palabras. Reflejo los silencios sobre tu piel sonrosada y sanguínea. Remuevo los asideros más fieles, tus razonamientos más estrictos y cedo al deleite pausado en detrimento de mi antigua afición por las pasiones extremas y el vértigo.
Reduzco los ritmos para evadir la danza ebria. Aquieto el paisaje de aquellos vendavales que nos atrapaban y me dejo mecer lejos de tu alcance. Te observo en esa búsqueda, en esa fórmula creada de distanciamiento y agitación, con el dolor en el pecho y la mirada rota. Aguardo que decaiga esa lluvia de cristales.
Confirmo que rompí con los recuerdos para no asemejarme a ellos, y que me hice trizas entre las polvaredas asesinas de los sueños que tuve. Que padecí todos los males y abusé de todos los remedios. Y que ahora aguanto las inevitables secuelas y maldigo entre sonrisas los instantes de suerte en que me creí invencible, sin serlo.
Envejezco.
Guardo lunares y tumultos. Aparto las ruinas y calmo tu sed escayolada. Conservo las sedas inútiles y el aroma lánguido que dejaste. Reinvento el orgullo de estar solo al ritmo que se acrecientan las míseras acampadas en los lugares comunes. Colecciono amapolas y pensamientos azules, risas estridentes y un no sé qué desconocido que temía haber olvidado.
Pueblo mis sueños con tu imagen quieta. La multiplico siempre igual de estática por sobre los espejos de la nieve y borro tu belleza transitoria con un simple parpadeo. Me sorprenden los olores que te delatan, pero escapo a la maldición de la sal, que no puedo retroceder en mi mirada. Se me cruza el corazón en el empeño, pero arraigo como un dios suicida hacia una luz invisible que invoco por sobre todas las cosas.
El concepto lo es todo.
2.-
A veces la gramática no sirve para acentuar el ritmo interior de los pensamientos. Me descubro burlando la anfibología... aunque luego, casi siempre, me retraigo.
¿Cómo catalogar, por ejemplo, la retina de un imbécil o la grafomanía de un exaltado? ¿Cómo la lucidez penetrante de una mente despejada? ¿Cómo entender las ideas brillantemente desordenadas? ¿Cómo la metódica exposición de un sin fin de naderías? ¿Cómo - o por qué - despreocuparse de los errores de forma mucho más que los de contenido?
¿Y si forma y contenido fueran la misma cosa?
Lo son sin serlo. Ese es el dilema de la voz poética, más allá del verso, la prosa, el ritmo y la medida.
El concepto lo es todo.
Persisto en este infierno de invernales propuestas. Recojo tus lamentaciones, anoto tus señas de identidad dispersas y rompo la equidad de las balanzas buscando, entre tantas conversaciones festivas, una sola frase tuya que me complazca.
Recurro a tu cuerpo cuando me fallan las palabras. Reflejo los silencios sobre tu piel sonrosada y sanguínea. Remuevo los asideros más fieles, tus razonamientos más estrictos y cedo al deleite pausado en detrimento de mi antigua afición por las pasiones extremas y el vértigo.
Reduzco los ritmos para evadir la danza ebria. Aquieto el paisaje de aquellos vendavales que nos atrapaban y me dejo mecer lejos de tu alcance. Te observo en esa búsqueda, en esa fórmula creada de distanciamiento y agitación, con el dolor en el pecho y la mirada rota. Aguardo que decaiga esa lluvia de cristales.
Confirmo que rompí con los recuerdos para no asemejarme a ellos, y que me hice trizas entre las polvaredas asesinas de los sueños que tuve. Que padecí todos los males y abusé de todos los remedios. Y que ahora aguanto las inevitables secuelas y maldigo entre sonrisas los instantes de suerte en que me creí invencible, sin serlo.
Envejezco.
Guardo lunares y tumultos. Aparto las ruinas y calmo tu sed escayolada. Conservo las sedas inútiles y el aroma lánguido que dejaste. Reinvento el orgullo de estar solo al ritmo que se acrecientan las míseras acampadas en los lugares comunes. Colecciono amapolas y pensamientos azules, risas estridentes y un no sé qué desconocido que temía haber olvidado.
Pueblo mis sueños con tu imagen quieta. La multiplico siempre igual de estática por sobre los espejos de la nieve y borro tu belleza transitoria con un simple parpadeo. Me sorprenden los olores que te delatan, pero escapo a la maldición de la sal, que no puedo retroceder en mi mirada. Se me cruza el corazón en el empeño, pero arraigo como un dios suicida hacia una luz invisible que invoco por sobre todas las cosas.
El concepto lo es todo.
2.-
A veces la gramática no sirve para acentuar el ritmo interior de los pensamientos. Me descubro burlando la anfibología... aunque luego, casi siempre, me retraigo.
¿Cómo catalogar, por ejemplo, la retina de un imbécil o la grafomanía de un exaltado? ¿Cómo la lucidez penetrante de una mente despejada? ¿Cómo entender las ideas brillantemente desordenadas? ¿Cómo la metódica exposición de un sin fin de naderías? ¿Cómo - o por qué - despreocuparse de los errores de forma mucho más que los de contenido?
¿Y si forma y contenido fueran la misma cosa?
Lo son sin serlo. Ese es el dilema de la voz poética, más allá del verso, la prosa, el ritmo y la medida.
Etiquetas: Literatura
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