LA TELARAÑA

sábado, julio 3

Me apetece repetirme...

Digestión


Una gota humeante en tu paladar, una burbuja sulfúrea, un centro de ansiedad que se esparce y te invade. Te dejas llevar.

Crees que la simetría se acaba doblando sobre sí misma y sabes inevitable el viaje hacia ese lugar remoto.

Te dejas llevar porque vas en busca de un concepto.

Luego concentras tu atención en los rostros que hay detrás, y más allá, de las palabras. No te interesan las apariencias aunque a veces te diviertan. Sólo ansías la verdad desnuda aunque a veces te duela.

Escribes estas palabras en cualquier papel arrugado:

este tiempo
tiene mandíbulas de acero

y piensas en Eliot: Only through time time is conquered y traduces casi sin darte cuenta: Sólo en el tiempo se conquista el tiempo, y te quedas meditando dónde está la trampa, dónde el error... y callas. Vuelves a escribir:

este tiempo
no sólo destruye los deseos, los transforma...

y más abajo, en la esquina deshilachada, quizá tu firma:

Aniquilación.


(That time is no healer: the patient is no longer here / El tiempo no cura nada: el paciente ya se ha ido.- T.S. Eliot)



***



Brando


Los que saben que, en la actualidad, voy muy poco al cine quizá se sorprendan de que no siempre haya sido así. Hasta seis o siete veces llegué a visionar en una sala de cine - la primera en una emisión clandestina y en versión original, en Valencia, y la última, si mal no recuerdo, en los recién desaparecidos Multicines Chaplin - la que quizá sea la obra maestra más tergiversada y peor comprendida de la joven historia del séptimo arte: El último tango en París, quizá la última película no alimenticia que protagonizó Marlon Brando, con la excepción, tal vez, de su mítica - y de manera consciente o no: biográfica - aparición mutilada entre exageradas sombras, del majestuoso filme de Coppola, Apocalypsis Now.

Y sin embargo, la antigua historia del Amor que desemboca en la tragedia, cuando a la pasión anónima del deseo - sin más lenguaje que el conocimiento carnal, exento de pasado y de futuro - le suceden los celos y las ansias de posesión, es tan simple y cotidiana que había que ser un genio para no convertirla en trivial. Pero Bertolucci era un genio o le salió genial la jugada. Del resto, las manipulaciones y falsos escándalos, ya se encargó, en su momento, la crítica sensacionalista, trasladando toda la expectación del filme a la ridícula presencia de la escena de la "mantequilla", tan inocente como paradójica, tan simbólica e irrelevante como el efímero culo de María Schneider. Así se derriten las modas.

Pero Marlon Brando no fue sólo un actor de moda. Supo que el artificio era el sostén del mito y aprovechó su dominio gestual del lenguaje - supo mirar, hablar, escuchar y hasta desaparecer cuando fue preciso - para perdurar como icono más allá de sus propios fracasos. Supo que la vida no tiene más guión que el que nos conduce hasta nosotros mismos. Su final, egocéntrico de obesidad y pureza, deja en mera anécdota sus enormes problemas sentimentales. Los interpretó en El último tango. ¿Por qué no revivirlos? Ya se los sabía.




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