más libros como islas
Ya advertí, en un anterior artículo, que convertir la geografía en un experimento de ubicuidad podía ser, tan sólo, un invento mío. Pero no lo creo. Las islas se empecinan en tender puentes sobre el mar que las rodea. Sus habitantes tenemos siempre alguna cita ineludible más allá del horizonte donde se corta el cielo y empieza el misterio. O la aventura, que dicen algunos, diciendo, creo, lo mismo. Las islas nos hablan siempre de algún traslado con escalas numeradas con idéntico esmero y pulcritud que si fueran páginas de libros. Igual lo son.
Hay viajes que buscan una realidad que, aunque exótica, ya existe pero necesita ser auscultada. Por ejemplo, el de Javier Legorburu. De isla a isla. De Mallorca a la lejana Cuba. Así su última entrega diarística - Caríbbean Blue, Instituto de Estudios Modernistas, Valencia, 2005 - se divide en dos partes; la primera, evoca su ajetreada estancia en la isla tropical, sus impresiones subjetivas, sus críticas incendiarias a Fidel Castro, sus aventuras distorsionadas y siempre fallidas entre prostitutas, pícaros y nenúfares, su viaje, en fin, arruinado tal vez por las propias obsesiones; la segunda, recrea la Mallorca cotidiana del autor, sus minucias, su peculiar baile entre confesiones que a veces nos hacen ruborizar y a veces sonreír. Un editor rechazó el libro calificándolo, si mal no recuerdo, de indecente e inmoral, entre otras lindezas. Yo no diría tanto. O sí, porque no le hacen daño al libro y hasta le añaden morbo.
También Antonio Rigo (Palma, 1957) sabe mucho de viajes y desde luego de aeropuertos, que son su inevitable antesala, también su peaje. Este poeta, con claras raíces simbolistas y un exquisito dominio de los ritmos orientales, acaba de publicar Poemas del Aeropuerto en la Colección Zigurat del Ateneo Obrero de Gijón. Asturias está, pues, aquí a nuestro lado para quien dibuja una geografía esencial - “Todo lo que necesito es una cerilla. / Una cerilla y un vaso de gasolina. / Bonzo en la habitación vacía. / Pero he dejado de beber. / Pero he dejado de fumar.” - alejada por igual de los artificios barrocos como de los minimalismos estériles. Poesía, en definitiva, del cuerpo, inmersa en el tatuaje íntimo de la propia respiración. Todo un compendio de precisión metafórica e inteligencia, de sutil ironía y madurez.
Pero no sólo hay viajes a otros lugares, también los hay a través del oscuro túnel del tiempo. Como prueba irrefutable, me acaba de llegar el último libro de Román Piña. Se trata de Som Lletjos (Colección La Guantera. Editorial La Bolsa de Pipas, 2005) y se trata de la primera publicación en catalán de su autor. La portada es premonitoria: un anticuado reloj despertador de carilloncillos y martinete metálicos, con una foto de los Beatles ilustrando la esfera. Viejos tiempos tan lejanos, o no, como se quiera, porque el paso del tiempo lo marcan sólo los recuerdos de algunas noches de insomnio. El libro redescubre el fin de la infancia - ese periodo de pantalones cortos, risas largas y hondos temores - que no siempre coincide con el de la inocencia y se adentra - ejercicio simbólico, pero real, de complicidad y alumbramiento - en la Palma de hace unos veinticinco años, con generosas dosis de erudición y ternura, dos de las mejores cualidades del autor de La Bailarina Rusa o el premiado Viaje por las ramas. Tiene otras virtudes, pero mejor me las callo y que él mismo nos las vaya descubriendo a su debido tiempo. Sus lectores ganaremos con ello, seguro.
Etiquetas: Artículos, Literatura
3 Comments:
Como los libros tengan la precisión casi quirúrgica y la finura literaria de las reseñas expuestas en "más libros como islas", los lectores van a disfrutar.
Sí,me sumo a lo que dice Luis: es que cuando hablas de literatura y más si es poética, como que entras en otra onda,lejos del discurso de lo cotidiano.
Es sólo una opinión:-))
Gracias, queridos:-))
Por lo demás, diculpad mi poca presencia en vuestros blogs. Ya vendrán tiempos mejores. Saludos!
Fx
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