del olvido
La estoy cuidando lo que puedo. Es alguien dulce y muy querido que lleva meses extraviada en conversaciones con seres que ya no existen. Sombras de su pasado, y también del mío. Cuando le pido que se concentre, me sonríe. Todavía me reconoce. Todavía.
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Trabajar así no resulta fácil. Pero he acabado el sexto capítulo de mi nuevo libro. Creo que el séptimo se llamará Sietes.
Desgarraduras.
Frases rotas.
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La hora de los títeres
Me extrañó mucho que los redactores del proyecto de Estatut catalán no figurasen entre los candidatos al Premio Nobel de este año. Después de la elección, en 2004, de la insufrible Elfriede Jelinek podía esperarse cualquier cosa. Quizá el próximo. Pero mientras tanto me alegro por Harold Pinker, porque si ya tiene mérito sobrevivir a las luces y sombras del mejor teatro existencialista –Ionesco, Beckett- más lo tiene aguantar con media sonrisa las pamelas que gasta su mujer, la escritora Antonia Fraser.
Pero el teatro tiene sus bastidores, sus marionetas y un telón caprichoso. No creo en los milagros de la semántica. Hay que andarse con tiento hasta con las ristras de sinónimos porque el paso del tiempo las agrieta. Abro el Espasa-Calpe y encuentro siete sinónimos de nación. Estado, país, patria, pueblo, nacionalidad, reino y territorio. La gramática y la realidad no siempre convergen. Pero aun así, Zapatero intenta un malabarismo más y asegura poseer ocho fórmulas, con sus respectivas incógnitas, para definir una metáfora: Cataluña. Porque sólo eso, una metáfora evanescente, es lo queda de la Cataluña real en un Estatut que renueva la prolija redacción de los textos constitucionales con multitud de licencias retóricas. Tienen su mérito las reiteradas elipsis de España y no poco lirismo las referencias territoriales a una inexistente Europa de las Regiones. Reconozcamos que su ombligo es bonito. Vale. Pero Baleares también tiene el suyo. Más chiquitín, sí, pero qué importa. En realidad, sobran todos los ombligos.
Tanta carga subjetiva y emocional podrá valer para un culebrón televisivo pero no para una Carta Magna, ni siquiera una de esas con sobre y sello, olores domésticos y tinta diluida. Adoro esas viejas cartas, mucho más que los actuales emails, que nunca se sabe qué tipo de troyano invasor o virus, más o menos aviar, pueden llevar adjunto. Así las cosas, quizá lo mejor sea esperar, como apunta Jaume Matas, y no mover pieza hasta que el escenario esté despejado de títeres. Los antivirus también fallan.
Etiquetas: Artículos, Literatura
4 Comments:
Te envío muchos animos, querido amigo.
Gracias, amigo, gracias:-)
Fx
Que nadie se preocupe, Zapatero se revelará como un gran tuneador de estatutos. Para quién las palabras no importan, las alternativas semánticas son infinitas.
Pues supongo -aunque habrá que verlo- que con unos cuantos eufemismos igual sale adelante...
Saludos!
Fx
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