2006 Libros o más
Quizá construir balances sea asunto de contables. Y pretender exprimirles un saldo cualquiera, una temeridad rayana en el maniqueísmo más insoportable. No hay años mejores ni peores. Hay sólo libros, frases, palabras. Ideas que van o vienen, y luego retornan, ajenas a los temporales intermitentes de intensa sequía u hondo naufragio. Esos ciclos carecen de coordenadas pero uno puede columpiarse en ellos sabiendo que, desde siempre, hay unas pocas premisas anteriores que nos sirven para situar la Literatura –ese inventario de siglos, ese templo babélico de lecturas- y diferenciarla de otros menesteres.
¿Cómo explicar que no hay forma sin contenido, ni viceversa? Cómo que ambas son, esencialmente, la misma cosa: el holograma de un ser mítico atrapado en el espejo de la realidad y sus sombras. Inútil detenerse en lo obvio. Por eso prefiero un destello deslumbrante a un silogismo metódico, una frase sugerente –un hermoso racimo de hipótesis secretamente engarzadas- a la simple enunciación de una tesis cualquiera. El pensamiento caótico al normativo. La rebelión del arte al gregarismo de la corrección política. El pensamiento libre a la redundante y artificiosa libertad de pensamiento.
Por todo ello no voy a ser exhaustivo. Tampoco podría. Ponerle orden a la lectura es atentar contra su naturaleza; siempre esquiva a las previsiones y a los calendarios marcados con días laborables y festivos, noches de escarnio, insomnio y, cuando hay suerte, incluso luciérnagas. Pero el caos tiene sus nombres y la memoria su propia arqueología y sus prioridades. Confieso haber leído las obras completas –o casi- de poetas como Miguel Veyrat y Beatriz Hernanz o narradores como Francisco Rodríguez Criado. Podría tejer con ellos la tela inverosímil de una araña y sumergirme en un laberinto donde los sabores añejos se mezclan con los intemporales mientras la luz, que parece parpadear lejana, nos va desvelando un sendero desconocido y quizá nuevo. La luz de la palabra recrea el instante inicial pero también el último y es entonces cuando lo conocido y lo desconocido se abrazan en un único paisaje y una sola pero múltiple batalla.
También pasó ante mi mirada un antiguo, pero memorable, libro de Ernesto Maruri, una preciosa antología de Antonio Gamoneda, un poemario de Juan Barja, lo último de Kepa Murúa y Daniel Riu Maraval, dos poemas que me envió Vicente Gallego y bastantes libros de autores mallorquines –aquí la referencia territorial es puro sarcasmo y/o voluntario anacronismo- como Cristóbal Serra, José Carlos Llop, Emilio Arnao, Jaume Pomar, Fernández Mallo, Pere Font, Román Piña, Antoni Serra, Juan Luis Calbarro, Pedro Gomila, Eduardo Jordá o Antonio Rigo. También he releído a mis clásicos, que no citaré para no irritar su sueño, su excepcional integridad, su raro silencio.
Luego están los manuscritos que me envían. Son muy importantes esos libros –o no- futuros que sólo aspiran a ser leídos sabiendo que así se convertirán en imprescindibles. Ese deseo es siempre legítimo porque además es el único que, desde luego, comparto. Los doy a conocer a través de Internet y pueden ser, por ejemplo, de David González, de Emili Sánchez, de Raúl Ximénez, de José Luis Allés, de Salvador Alis, de Rolando Revagliatti, de Daniel Omar Cignacco, de Yván Silén, de Ricardo Daniel Piña, de Paco Piquer –que pronto tendrá nuevo libro en la imprenta- y de tantos otros. Pero hay más. También están, cómo no, las revistas. La Bolsa de Pipas. Casatomada. El fanzine Cisne Negro. Y finalmente -aunque parezca que una mano los arrincone y el polvo los cubra- al fondo, como en un aparte que se desea oasis y, a veces, suele serlo, queda la huella de algunos suplementos que guardo porque encontré en ellos alguna carta ansiolítica de Juan Ramón, algún apunte de Rilke o el tesoro de algún poema inédito de un heterodoxo sin más nombre que el olvido.
Quizá construir balances sea asunto de contables. Y pretender exprimirles un saldo cualquiera, una temeridad rayana en el maniqueísmo más insoportable. No hay años mejores ni peores. Hay sólo libros, frases, palabras. Ideas que van o vienen, y luego retornan, ajenas a los temporales intermitentes de intensa sequía u hondo naufragio. Esos ciclos carecen de coordenadas pero uno puede columpiarse en ellos sabiendo que, desde siempre, hay unas pocas premisas anteriores que nos sirven para situar la Literatura –ese inventario de siglos, ese templo babélico de lecturas- y diferenciarla de otros menesteres.
¿Cómo explicar que no hay forma sin contenido, ni viceversa? Cómo que ambas son, esencialmente, la misma cosa: el holograma de un ser mítico atrapado en el espejo de la realidad y sus sombras. Inútil detenerse en lo obvio. Por eso prefiero un destello deslumbrante a un silogismo metódico, una frase sugerente –un hermoso racimo de hipótesis secretamente engarzadas- a la simple enunciación de una tesis cualquiera. El pensamiento caótico al normativo. La rebelión del arte al gregarismo de la corrección política. El pensamiento libre a la redundante y artificiosa libertad de pensamiento.
Por todo ello no voy a ser exhaustivo. Tampoco podría. Ponerle orden a la lectura es atentar contra su naturaleza; siempre esquiva a las previsiones y a los calendarios marcados con días laborables y festivos, noches de escarnio, insomnio y, cuando hay suerte, incluso luciérnagas. Pero el caos tiene sus nombres y la memoria su propia arqueología y sus prioridades. Confieso haber leído las obras completas –o casi- de poetas como Miguel Veyrat y Beatriz Hernanz o narradores como Francisco Rodríguez Criado. Podría tejer con ellos la tela inverosímil de una araña y sumergirme en un laberinto donde los sabores añejos se mezclan con los intemporales mientras la luz, que parece parpadear lejana, nos va desvelando un sendero desconocido y quizá nuevo. La luz de la palabra recrea el instante inicial pero también el último y es entonces cuando lo conocido y lo desconocido se abrazan en un único paisaje y una sola pero múltiple batalla.
También pasó ante mi mirada un antiguo, pero memorable, libro de Ernesto Maruri, una preciosa antología de Antonio Gamoneda, un poemario de Juan Barja, lo último de Kepa Murúa y Daniel Riu Maraval, dos poemas que me envió Vicente Gallego y bastantes libros de autores mallorquines –aquí la referencia territorial es puro sarcasmo y/o voluntario anacronismo- como Cristóbal Serra, José Carlos Llop, Emilio Arnao, Jaume Pomar, Fernández Mallo, Pere Font, Román Piña, Antoni Serra, Juan Luis Calbarro, Pedro Gomila, Eduardo Jordá o Antonio Rigo. También he releído a mis clásicos, que no citaré para no irritar su sueño, su excepcional integridad, su raro silencio.
Luego están los manuscritos que me envían. Son muy importantes esos libros –o no- futuros que sólo aspiran a ser leídos sabiendo que así se convertirán en imprescindibles. Ese deseo es siempre legítimo porque además es el único que, desde luego, comparto. Los doy a conocer a través de Internet y pueden ser, por ejemplo, de David González, de Emili Sánchez, de Raúl Ximénez, de José Luis Allés, de Salvador Alis, de Rolando Revagliatti, de Daniel Omar Cignacco, de Yván Silén, de Ricardo Daniel Piña, de Paco Piquer –que pronto tendrá nuevo libro en la imprenta- y de tantos otros. Pero hay más. También están, cómo no, las revistas. La Bolsa de Pipas. Casatomada. El fanzine Cisne Negro. Y finalmente -aunque parezca que una mano los arrincone y el polvo los cubra- al fondo, como en un aparte que se desea oasis y, a veces, suele serlo, queda la huella de algunos suplementos que guardo porque encontré en ellos alguna carta ansiolítica de Juan Ramón, algún apunte de Rilke o el tesoro de algún poema inédito de un heterodoxo sin más nombre que el olvido.
Etiquetas: Artículos, Creación, Literatura
3 Comments:
uff, Planas en estado puro. Hacia tiempo que no leía algo tan reconfortante, me recordaba a la telaraña del 2003/04.
Señores este es el verdadero Juan Planas... y no el que dicen que hiere sensibilidades
Un saludo, no cambies:-)
RX
Querido. Este blog, como mi persona, siempre hemos sido muy apacibles. Quizá demasiado.... pero una ínfima y sola tormenta en tanto tiempo simplemente lo confirma:-)
Abrazos
Juan
Sí,una singularidad( una forma de catástrofe), pero es que éstas -por hipótesis- son inevitables.
Un abrazo
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