ovnis

La Telaraña en El Mundo.

Hay mucho ovni suelto. No me refiero a los platillos volantes que nos entretenían con su aire de ciencia y su toque de ficción. Tampoco al sabor asesino de la metadona ni a las enfermedades contagiosas de la desidia o la incultura. Hay demasiados objetos verbales no identificados. Establos de lujo y lonjas públicas donde se subasta la dignidad como si tuviera precio. Alcobas moribundas de soledad que ni los ocupas logran convertir en humanas. Hay toda una galaxia dando vueltas cósmicas con la sola intención de distraer sus auténticas, pero inconfesables, aspiraciones. Quizá también su destino.

Ahora resulta que a los lacónicos conceptos de izquierda y derecha se ha sumado el llamado Tercer Espai. Este lugar oscuro -que molesta a Grosske y emociona a ese empresario de nuevo cuño antes conocido como Pere Muñoz- nace con las mejores galas de seducción y elitismo. Algo así como la autosuficiencia de Munar cuando mira alrededor y en vez de oposición advierte ansiosos postulantes a un nuevo o viejo pacto. Las leyes del cinismo no son las de la ironía.

El Tercer Espai quiere ser la “casa común” del nacionalismo, un patio de vecinos ajeno al espectro multicolor y al baile de siglas –esa ropa tendida al sol- que siempre dibujaron las ideologías. ¿Quién dijo que habían muerto? Sea como fuere, las quieren enterrar definitivamente bajo un espacio de fusión donde no quepan los matices ni los caracteres distintivos. Menudo lugar. Para ello no se les ocurre nada mejor –en realidad no lo hay- que adoptar la fiebre de una ideología de presunta índole superior: la ideología étnica, gloriosa e infalible de la sangre, la lengua y la patria, la tribu y la estirpe; del nacionalismo convertido en devoción y escapulario, en tatuaje secreto, en esvástica selecta de la casa común entre los comunes. Tanta liturgia acabará en sermón o en desmayo. Aquí lo dejo. Cada uno es, o debiera ser, dueño de vivir, sentir o hablar como guste. ¿Tan difícil es aceptar esa sutil disyuntiva?