Ideales irreales
La Telaraña en El Mundo.
Aún así, no sé si los grandes ideales requieren un respeto especial o si son inmunes a la indiferencia o manipulación ajenas. Me importa tan poco el sueño de la Gran Mallorca de Munar como el de la Gran Cataluña de Montilla. Ambas se resumen en un riego destemplado de subvenciones dibujando su espectral médula. Detrás no hay nada, salvo el festín de los comensales. Ni su misión ni sus profetas -la OCB y Joves per la Llengua, entre otros- merecen más atención que un brusco cambio de párrafo.
Nunca me impresionaron los grandes ideales. No obstante, guardo para algunos de ellos un rincón interior, siempre silencioso, pulcro y ventilado, donde indefectiblemente acabo regresando. Uno regresa a sí mismo y a su libertad sin estridencias, sabiendo que sólo tiene valor aquello que hemos destruido. Esa intención última del refugio -valga la paradoja- resguarda el tesoro de nuestras ruinas de los asaltos de la muchedumbre. Cualquier delirio colectivo las destruiría. Es como conmemorar la Paz de Ghandi y Luther King de la mano de Alec Reid, Drets Humans, Solidaridad con Euskal Herria o los Maulets. Huelgan comentarios.
Puede que la vida exija referentes o puntos de apoyo, pautas de comportamiento, raíces, quizá tradiciones, creencias, mitos, conjuras y, desde luego, lugares comunes. Puede que sin una mínima fracción de todo eso, el desamparo y el desarraigo distorsionen la extraña aventura que es levantarse cada día y no saber, ni por asomo, qué queremos, qué tenemos o, incluso, qué podemos hacer hoy. Esas cuestiones abren un triángulo que no es regular ni equilátero y que, a veces, ni es un triángulo. Sus ángulos se desmadejan y se convierte en unas líneas desperdigadas por la bruma de las calles, las horas muertas y el deseo insatisfecho. Su figura nos resulta familiar y hasta entrañable. La vemos resbalar por las aceras y muchas veces se ha acostado donde nosotros. La conocemos, pues, a la perfección y sabemos que con ella no valen las medias tintas.
Aún así, no sé si los grandes ideales requieren un respeto especial o si son inmunes a la indiferencia o manipulación ajenas. Me importa tan poco el sueño de la Gran Mallorca de Munar como el de la Gran Cataluña de Montilla. Ambas se resumen en un riego destemplado de subvenciones dibujando su espectral médula. Detrás no hay nada, salvo el festín de los comensales. Ni su misión ni sus profetas -la OCB y Joves per la Llengua, entre otros- merecen más atención que un brusco cambio de párrafo.
Nunca me impresionaron los grandes ideales. No obstante, guardo para algunos de ellos un rincón interior, siempre silencioso, pulcro y ventilado, donde indefectiblemente acabo regresando. Uno regresa a sí mismo y a su libertad sin estridencias, sabiendo que sólo tiene valor aquello que hemos destruido. Esa intención última del refugio -valga la paradoja- resguarda el tesoro de nuestras ruinas de los asaltos de la muchedumbre. Cualquier delirio colectivo las destruiría. Es como conmemorar la Paz de Ghandi y Luther King de la mano de Alec Reid, Drets Humans, Solidaridad con Euskal Herria o los Maulets. Huelgan comentarios.
Etiquetas: Artículos
2 Comments:
No hablaré de empatía, porque es un término que detesto por sus implicaciones, pero sí diré que me he sentido en comunión con lo que usted escribe en este artículo.
Se agradece y celebra su simpatía.-)
Saludos
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