balas y balances...
Aunque no la agotemos y nos desborde su caudal, podemos comparar la vida a un sinuoso torrente con el mar oscuro y embravecido al fondo, a un lienzo que no queremos acabar de firmar pero que ya lleva, indeleble, nuestra huella, a un libro, en fin, con las costuras maltrechas que –y esa creencia o temor es contagioso- parece tener las páginas contadas. Por suerte ignoramos su número y, en esa inquietud, lo abrimos cada día para reencontrarnos ante una página en blanco, la página vacía que no existe, pero que hay que llenar como sea. Eso hacemos. Atravesamos arrecifes y piras, recodos imprevistos y así, capítulos -a veces dunas, precipicios, marjales, nada- a los que llamamos años: los devoramos como caníbales -con hambre y conocimiento atrasado- y los atesoramos porque en ellos está todo cuanto somos y hasta algo, quizás, de lo que seremos. Es sólo una sospecha, un interrogante abierto que nos resistimos a cerrar. Vivir es resistir. Resistimos.
Debiera, tal vez, hablar sobre libros. Sobre los libros que leí este año y sobre los que dejé para mejor ocasión. Pero no lo haré. La mayoría los he olvidado y, en cualquier caso, estoy seguro de que esa perversa contabilidad puede encontrarse, aunque sea desperdigada, entre las numerosas entradas de este blog...
Así que hablaré de cine, que es un arte menor y digestivo. La mejor película extranjera fue la norteamericana Passengers, dirigida por el colombiano Rodrigo Garcia; la mejor española fue Transiberian, del también americano Brad Anderson y, finalmente, la mejor película catalana fue, por supuesto, Vicky, Cristina, Barcelona, del, todavía americano –porque eso puede cambiar- Woody Allen. Las dos primeras, al menos, se las recomiendo.
Y acabo 2008, con una cita de Baltasar Gracián: "No pueden ser inmortales en la Muerte los que vivieron como muertos en la Vida". Feliz Año Nuevo
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