LA TELARAÑA: Con la gorra calada

viernes, abril 8

Con la gorra calada

La Telaraña en El Mundo.

No es fácil negarle la limosna a una mujer rumana, muy mayor y grande y achacosa, en las terrazas de la Plaza de España. Ni aun sabiendo que si le alcanzamos una moneda nos ofrecerá, a cambio, el ritual de santiguarse a la velocidad del rayo entonando una hermética plegaria al aire. Tampoco lo es sortear el alud de postulantes a la caza de tu autógrafo para no importa qué ONG, cuál. O desdeñar las demandas inaudibles de un hombre de raza negra en una discreta esquina de una calle peatonal, poco antes de intentar sentarte en el repleto bar Bosch y que los músicos, amén de arruinarte el silencio de la tarde, se junten con los vendedores del «top manta» y te arrimen, todos a la vez, sus idénticas alcancías con la copla de siempre. De gorra. Todo ello en apenas un par de horas. Un día sí y otro también.
Es el paisaje urbano de Palma. Y su monotonía que, a veces, nos hipnotiza. Un «No, gracias» que mascullamos, primero, con pesar y, luego, con alivio. Por inercia. Necesidad. Quizá hastío. Con sonrojo y no poca vergüenza ajena.
Pero la desvergüenza no está en la calle, sino en otros lugares. En los despachos de la administración, desde luego. Y en las rectorías de la UIB, por supuesto. Sólo allí, en sus aulas subterráneas, se puede permitir que Tasio Erkizia, que jamás se quita la chapela, lance sus soflamas de odio y muerte sin que nadie lo impida. La universalidad no es eso, Sra. Casas.


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