LA TELARAÑA: El palacio de la desidia

sábado, junio 11

El palacio de la desidia

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que el PP debe retomar las obras de Palacio de Congresos interrumpidas por falta de pago?

No. Cuando las cosas se hacen con desgana o como sin querer, incluso pudiendo, acaban eternizándose en un compás de espera que nunca presagia nada bueno. Al contrario. La caja única de Carles Manera recibe los fondos de Madrid, unos veinte millones de euros, para financiar la construcción del Palacio de Congresos y, como por arte de magia, se convierte en un agujero negro y se los traga. Que si la sacrosanta lista de las prioridades, que si las monsergas del despilfarro sostenible, que si las partidas inaplazables de la empatía, la sombra alargada de los comisarios de la lengua, los gastos cuánticos del personal, la visa común de un enorme naufragio colectivo… Así el dinero vuela rápido y si alguien corre, que le echen un galgo. O dos. Ya no hay un euro en las arcas y el solar presenta un panorama desolador de tabiques desorientados, cornisas afligidas y columnas solitarias sin más cimientos que la indiferencia, la desidia y el abandono generales. Sólo un pequeño terremoto, uno mínimo, y nada se tendría en pie. Absolutamente nada.
Y ahora viene la respuesta a la pregunta. Yo no sé, de veras, si necesitamos un Palacio de Congresos. De hecho, parece que ya han montado uno en pleno centro de Palma, en la Plaza de Islandia, perdón, de España. Uno con sus guarderías y sus teatrillos, su jardín ecológico, su zona de meditación trascendental y de masajes, su sala de prensa -permanentemente abierta en Facebook o Twitter-, su cine nocturno, sus comedores públicos, sus tiendas de acampada, sus múltiples cenáculos y mercadillos, sus comisiones infinitas y agónicas y abstractas, sus humos alucinógenos y su espectacular -e indescriptible- mugre en torno de la estatua ecuestre de Jaime I El Conquistador, bandera nórdica en ristre. Nada menos. Todo un reclamo turístico de altísimo voltaje y de no menor calado. ¡Y todo gratis! O llovido del cielo, como el maná bíblico. Qué gran ejemplo para la ciudadanía.
Pero no es oro todo lo que reluce. Tenemos unas ruinas asentadas en plena fachada marítima, una mole inmóvil y suspendida, anclada, bajo una inmensa nube de polvo gris y blanco y negro. Y a su alrededor, sólo el caos, las idas y venidas, las miradas de refilón, las facturas impagadas y, quizá, impagables, el semblante rancio de lo que, de tanto sentirse desubicado, acaba pareciendo también extemporáneo. Igual lo es, en efecto. Y, además, sin remisión.

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