LA TELARAÑA: Sonrisa, bandera y brújula

sábado, mayo 28

Sonrisa, bandera y brújula

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿Cree que Armengol debe sustituir a Antich tras su batacazo en el Consell?

Sí. Primero es la debacle y luego la frustración. O viceversa. Y además, qué importa el orden, mientras todo suceda al unísono y como si por azar o fatalidad -pura teología- y dure lo máximo posible, dure hasta donde dé de sí la asfixia lujuriosa de una soga y su rueda de molino cómplice atada al cuello, la dictadura lingüística, el apartheid nacionalista, la sumisión de las colonias de ultramar, el peaje infinito de la identidad a cambio de unos rublos mal contados, pero inmejorablemente dilapidados, la economía del arabesco y los juegos florales, la rosa en el puño (o en el culo) y el grupo ante todo y, en él, tan sólo los escogidos, el núcleo familiar, la OCB y su miríada de tentáculos alargadísimos y ansiosos, penetrantes, ubicuos, el clan, la secta piramidal, el torbellino de los iluminados por el candil del progresismo de género y la economía por sostener no se sabe cómo ni dónde, el eclipse de la igualdad paradójica y la parodia de las discriminaciones positivas, el neolenguaje como manantial único del pensamiento cero, las aulas tomadas por el desolador vacío de siempre, la manipulación casi medieval, el acoso territorial, la sociedad a oscuras, el liberticidio escondido tras una sonrisa. Cualquier cosa vale. Todo vale, menos la autocrítica.
No extraña, pues, que tras la catástrofe de las estadísticas y la desaparición de los escaños quede en el aire una sola sonrisa en el cartel electoral del PSIB del futuro. Ya no vale la sonrisa de Antich, que rezuma el abrumador poso del artificio y el fracaso repetido. Tampoco la de Aina Calvo, que se quedó anclada en el limbo difuso de las buenas intenciones, las del querer y no poder, porque la compañía abrumaba y el lodo era espeso y los pactos la iban agarrotando, mientras la ciudad anochecía y ella seguía, pese a todo, auscultando las calles vacías en busca de alguna luz y de algún asidero. No pudo encontrarlos o no supo. Quizá no los había.
Pero nos queda Francina Armengol. Su sonrisa sí que les sigue valiendo y no porque, con el andar de los días, nos recuerde cada vez más a la de su ilustre predecesora en el Consell de Mallorca -ahora de imaginaria perenne y majestuosa por los juzgados de guardia- sino porque hay sonrisas que no son de este mundo y que no conviene olvidar. Es una sonrisa de bandera. Una especie de brújula infalible en el cónclave de los desnortados. Suerte con ella.


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