LA TELARAÑA: Medallas, banderas y sueños

martes, agosto 23

Medallas, banderas y sueños

La Telaraña en El Mundo.

 Repaso el balance de los Juegos Olímpicos de Río con curiosidad y algo de nostalgia. ¿Nostalgia? En efecto, hay acontecimientos que parecen perseguirnos desde la infancia y continuar latiendo después, aquí y ahora, cuando nuestro interés por los desafíos del más allá del cuerpo se ha reducido a casi nada. Pero la infancia es un lugar sagrado, un laberinto mítico del que no se sabe si alguna vez logramos escapar. ¿Deberíamos? No estoy seguro. Cierro los ojos y recuerdo el sufrimiento de algún corredor de maratón hecho trizas. Cierro los ojos y vuelvo a ver la flecha que lanzara Antonio Rebollo en 1992; sigue ahí en el aire, suspendida y en llamas, sin que yo ni nadie podamos afirmar que lograra, por sí misma, encender el pebetero, el pebetero que prendió y aún sigue encendido.

 Todo se enciende si está en su naturaleza engendrar el fuego y dejarse envolver por él y arder sin más objetivo que resplandecer en mitad de la noche, los sueños o la memoria. No obstante, lo mejor de estos Juegos ha sido que han ocurrido de noche, mientras la mayoría de nosotros dormíamos y esa subasta infantil de medallas y banderas nos despertaba al alba con su tintineo a recuento inútil, a tesoro derrochado por no importa qué oscuros motivos o razones. Nunca he hecho ondear una mísera bandera ni me ha conmovido un maldito himno.

¿Por qué, sin embargo, me alegro con el triunfo de los que siento como propios o más cercanos, con los éxitos de los que hablan mi lengua, con las hazañas de los que llevan la que aún parece ser mi bandera? ¿Cosas de la infancia? Tal vez. Esa fase de la vida, que se diluye con el paso marcial del tiempo, también nos deja un poso particular de valores, un halo propio, una curiosa forma de ver las cosas a la que sólo podemos llamar cultura, porque no tiene ningún otro nombre y la cultura es eso: mediación, artificio, arraigo, continuidad.

 Ahora podría glosar el éxito de los más nuestros entre los nuestros. Rafael Nadal, Marcus Cooper, Alba Torrens, Sergio Llull o Rudy Fernández, pero no merece la pena. Lo importante es que gracias a los Juegos regresan a la actualidad algunos deportes que teníamos, al menos televisivamente, casi olvidados. El bádminton o el boxeo, la gimnasia rítmica, la natación o las pruebas reinas del atletismo en pista. El hockey, el piragüismo, la halterofilia, la equitación, el tiro con arco o al plato o qué sé yo. Todas esas disciplinas deportivas protagonizan, cada cuatro años, el milagro de seguir vivas y, sobre todo, de resucitar y añadir los colores del arco iris al blanco y negro metafóricos, pero persistentes, de nuestra memoria.


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