LA TELARAÑA: Presentación de Las piedras del águila (La Lucerna, 2022) y lo que dijo Ángel Terrón

martes, marzo 22

Presentación de Las piedras del águila (La Lucerna, 2022) y lo que dijo Ángel Terrón

 Una magnífica velada en La Casa del Libro de Palma entre libros y amigos.


 

Con Ángel Terrón





He aquí un bosquejo esquemático, unos breves apuntes de lo que dijo (y desarrolló) Ángel Terrón durante su intervención:


UNA MEDITACIÓN.

Las Piedras del Águila de Juan Planas.

 

Conozco a Juan Planas desde el año 1974. En aquella época todos frecuentábamos el bar L ' Estudi en la calle Apuntadores. No hay poeta o pintor o músico que no pasara por ahí.

Desde entonces ha publicado una docena larga de libros de poesía. Su manera de hacer es muy diferente de sus compañeros de generación: ni experiencia, ni modernismo ni surrealismo expresionista. Más bien sigue la estela de Aleixandre con versos como la respiración y de visos panteístas.

Ahora dice que ha escrito un libro de prosas, pero cuando uno empieza a leer se da cuenta que no se puede leer rápido. Solo el capítulo sobre Nueva York y el final de recuerdos podrían presentar la estructura porosa de lo que llamamos prosa.

Siento comunicar al lector que estamos ante una gran meditación sobre la vida que es en realidad un largo poema en prosa.

Existe la prosa poética, que en el fondo no es más que un poema no versificado; un buen ejemplo es el poema Espacio de JRJ.

Pero existe también el poema en prosa, aquel que no suele utilizar los recursos habituales de la técnica poética. En castellano, por ejemplo, J L Borges y el venezolano Ramos Sucre obtienen a partir de una apariencia de ensayo o descripción de un paisaje momentos poéticos memorables.

En este sendero último hay que inscribir el último libro de Juan Planas que titula como lo hubiera hecho Octavio Paz. Está lleno de citas explícitas e implícitas. Parte de una cita del gran Camus en el sentido que indica que cada generación regenera la cultura de la misma forma que el árbol da frutos cada año.

Esta gran meditación sobre el sentido de la vida y sobre las dificultades de cómo entenderla se va desgranando paulatinamente.

En el primer capítulo se centra en la dificultad de escribir, y yo añadiría la dureza de la lectura, la aridez hasta llegar a la fuente del conocimiento. Juan se inscribe en la visión romántica que duda del sentido de las voces, aunque adjetivada meticulosamente en oraciones que recuerdan la poesía clásica griega.

La existencia o no del concepto Dios nos obliga a refugiarnos en la incertidumbre de los poemas.

Lo vivido o lo soñado se deslíen al amanecer... La verdad de las ideas incansables que perduran y nos persiguen.

"Entre la ficción y la realidad siempre hay un poema escrito en un espejo", escribe como igual diría el bonaerense (J.L. Borges). Hablar con las palabras de palabras, en sana contradicción. Pero hay que seguir adelante.

El mito de Nueva York y los recuerdos de infancia también se escriben en esta gran meditación.

Dar nombre a las cosas nos permite poseerlas, según la tradición judía., nos permite superar la realidad e ir más allá de la ficción, un espacio amable para la naturaleza humana.

Si algo nos define es la incertidumbre y la lumbre de los lemas que una y otra vez nos persiguen... como el amor o la pasión de comunicarnos con otros cuerpos.

Queda pues avisado el lector que tiene una ardua tarea ante sí para leer con templanza este nuevo libro. Gozosa será la dificultad si trabaja con cuidado. Pero que quede claro que no es de la textura de un artículo de diario, prosa sí, aunque intenta acariciar las estrellas.

Ángel Terrón.