LA TELARAÑA

viernes, abril 9

Inventario...


Hubo escritores orgullosos como Baltasar Gracián, Quevedo, Blake, Joyce, Pound o Kafka que no siempre transigieron con el lector: no quisieron ser legibles a toda costa. Otros, como los simbolistas franceses, primero, y los surrealistas, después, intentaron atrapar el sinsentido del lenguaje con una fórmula al alcance de todos. Tarea imposible, porque ni la sicología freudiana ni el materialismo dialéctico dieron nunca para tanto.

Proust nunca supo cuál era su siglo. Sthendal, sí. Camus consiguió ser sublime sin ni siquiera parecerlo. Shakespeare prefirió apoyarse en las trivialidades - recuérdese el famoso monólogo de Hamlet - para plantear los interrogantes más conocidos. Eliot, Borges, Juan Ramón y, en ocasiones, Cela, probaron a tensar con relativo éxito las relaciones con sus lectores. A Neruda y Walt Whitman se les entendía todo a la primera pero no supieron gobernar la facilidad y la desmesura de su pluma. Lezama Lima se aproximó al concepto pero no pudo escapar a las limitaciones de su destino. Cervantes o Ramón Llull fueron tan grandes que sin proponerse lo uno ni lo otro, supieron ser legibles sólo cuando les convenía y paródicos cuando les entraba la vena hermética.

He citado demasiados autores, lo reconozco.



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