LA TELARAÑA

sábado, marzo 27

Black is black



La vida está tan llena de paradojas, de situaciones que se entremezclan y que, al menor de los descuidos, hasta repiten, que no es de extrañar que la lógica de la existencia se empeñe en esconderse en aparentes absurdos. Quizá por eso, cuando iba a escribir, para escarnio premeditado de los puristas, un sesudo y heterodoxo artículo sobre Ramón Llull y la alquimia - haciendo especial hincapié en el hecho de que sobre su tumba realicé todos mis primeros estudios - se me ha aparecido en la prensa una noticia que me ha transportado violentamente a mi más tierna infancia. Black is back. Imagínense las turbulencias y los temblores fríos como de noche de ejercicios espirituales, las contorsiones como de gimnasia sueca, las lágrimas negras como burbujas de piña y grumos de colacao, las risas histéricas de papel de aceite y llonguets de chorizo que me han asolado. No es para menos: que esperen los puristas porque vuelven Los Bravos. Casi nada.

He corrido a mi discoteca y sí, qué alivio, ahí estaban, polvorientos, los "singles" originales que todavía conservo: Black is black, La parada del autobús, Al ponerse el sol, La moto, Individuality, People talking around... Algunos hasta llevan escrito a lápiz el precio que pagué: 65 pesetas. También encontré los Lps y sendas copias en vídeo de sus dos películas: Los chicos con las chicas (1967), dirigida por Javier Aguirre y Dame un poco de amor, una delirante mezcla de pop-art, cómic y sicodelia, dirigida en 1968 por José María Forqué, que sin lugar a dudas debieron ser las primeras películas que pude ver sin la protectora compañía de mis padres. Tendría yo unos once o doce años... Pero hay cosas que nunca se olvidan y así no es de extrañar que estos vinilos hayan sobrevivido a tantos viajes, traslados y mudanzas porque aunque uno siempre está, y se sabe, de viaje siempre lo hace con su música a cuestas. Es inevitable.

Quizá algunos de ustedes no sepan que el famoso quinteto pop tiene raíces isleñas y se formó con miembros de dos de los conjuntos más destacados de aquella época: Los Sonors - que eran madrileños - y los mallorquines Miki & The Aunaways. Aunque hubo posteriormente cambios, la formación más estable y conocida es la compuesta por Michael Volker Kogel, “Mike” (Berlín,1944), cantante; Antonio Martínez, “Tony” (Madrid, 1944), guitarra; Manuel Fernández (Sevilla 1942), teclados; Miguel Vicens (A Coruña, 1943), guitarra baja; y Pablo Sanllehí (Barcelona,1943), batería.

Y ahora vuelven. No todos, claro. Fernando Blanco y Francisco Beltrán sustituyen a los fallecidos Manolo y Toni. Y vuelven para repetir sus letras de entonces que, sin embargo, tanto se parecen a las de los grupos que triunfan hoy mismo. Volverán a recordarnos las angustias adolescentes que todos los adolescentes tienen, han tenido y seguirán, al parecer, teniendo por los siglos de los siglos. Volverán a repetirnos aquello de "Negro es negro, quiero que mi chica regrese. Todo es gris desde que ella se fue..." O aquello, un poco más bestia: "Al ponerse el sol, estás como para parar un tren al ponerse el sol..." Nada muy trascendente, es cierto, o al menos, eso parece, porque en realidad nunca se sabe.

La música tiene estas cosas. Como la cultura o las modas, como las arrugas en el entrecejo, las filosofías políticas y los ciclos económicos. Como el deseo y la lujuria. Quizá también como el amor. Siempre vuelven para recordarnos cómo fuimos o cómo pudimos haber sido. Les seré sincero: yo lamento su regreso, a la vez que me alegro. Lo lamento porque igual que con su música desperté al amor con bastantes jovencitas ya no me apetece ni bailar con ellas ni, sobre todo, besarlas de nuevo. Me basta con saber que existieron y que sin duda participaron más o menos en mi vida. Tal vez, incluso, me ayudaron a ser quien soy, no lo sé, tampoco importa demasiado. Forman parte de un pasado que debemos respetar sin caer en el desagradable exhibicionismo de la nostalgia. Pero también me alegro. Ni puta idea del porqué, oigan.




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