Hoy la palabra me pesa más que de costumbre - quizá por estar todavía convaleciente, tal vez porque hay instantes de sequía en que el lenguaje se resquebraja y se demora, se entretiene y hasta se hace fuerte en su voluntad de no querer decir absolutamente nada.
Pero no es tan difícil bregar un poco en los adentros y acabar encontrando ese hilillo del que de alguna manera pende la madeja, el discurso todo del pensamiento. Mis vísceras están revueltas y surgen palabras extrañas - a veces son retortijones, en ocasiones regüeldos - que no hacen sino confirmarme que la vida se manifiesta más en lo que ofrece, sus excrementos, que en lo que acapara: una pirámide de interrogantes, un iceberg de certezas pretéritas, una telaraña de ilusiones mutiladas, un concentrado de sales y humores petrificados.
Por ello observo con sorpresa ese "tótem", esa curiosa piedra ovoide, ese instante que resume años y los eterniza, que ahora conservo en un modesto frasco transparente. Se empeña en contarme historias duales, con guiones simplísimos repletos de errores inverosímiles y aciertos gestuales, placeres en bancarrota, glorias efímeras y hasta amores u odios que sin duda me vencieron. Conozco muy bien esa historia, y aún sin prestarle demasiada atención, sí que despierta en mí alguna que otra sonrisa ajena al desencanto.
De todos modos, aunque me basta con saberme a salvo de ella, creo que le estoy cogiendo cariño. De hecho, estoy por plantarla y someterla al abono de unas gotas intranquilas de orín, sudor y algo de furia en la saliva.
Etiquetas: Literatura
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