Manías de Escritores
Decía Beethoven que el genio se compone de un 2% de talento y un 98% de perseverante aplicación. Esto no explica que haya tan pocos genios - reconocidos - pero sí, desde luego, que tantos se afanen en parecerlo. Quizá la normalidad sea un cúmulo de rarezas, una estadística que buscamos quebrar cueste lo que cueste o un simple narcótico protector que a veces necesitamos. Hasta es posible que escribir sea, en sí mismo, una rareza que nos obliga a recelar hasta de nosotros mismos. No en vano los intelectuales arrastran fama de inadaptados y críticos. Ya en la antigüedad, Sócrates afiló su ironía contra los conformistas y los funcionarios de su tiempo. También Platón descalificó a los comerciantes, auténticos fundadores de aquella Atenas donde nació el pensamiento occidental. Y Aristóteles describió por vez primera los síntomas clínicos de una depresión. Cabe imaginar que tuvo esa experiencia.
Pero el catálogo de rarezas que se atribuyen a los escritores es enorme sino infinito. El patrón de todos ellos parece ser Juan Ramón Jiménez que, aparte de su conocida fobia a la letra "g", acostumbraba a clavar las puertas de su casa "para evitar que la muerte se colara en sus habitaciones" o no aceptaba vivir alejado de algún centro hospitalario, tal era su hipocondría. Pero no es el único. Franz Kafka se angustiaba despertándose en el pellejo de un enorme escarabajo. Cervantes tenía en mucho aprecio su muñón y grandes aprehensiones hacia su menguada dentadura. García Márquez necesitaba rodearse de flores amarillas para escribir. Baudelaire intentaba escapar de su madre posesiva y dominante con mujeres deformes y déspotas. Faulkner padecía de melancolía. Dostoievski detestaba la oscuridad. Henry Miller decía odiar a su madre. Balzac se sentía perseguido. Proust temía a la asfixia y Vicente Aleixandre era agorafóbico.
Sin duda conviene huir, por igual, de tanta exhibición patológica como de las mitomanías que las engendran y sostienen. Por eso he preguntado a varios escritores que conozco, la mayoría mallorquines, sobre sus manías a la hora de escribir. El catálogo es tan amplio como variado. Repasémoslo.
Joan Pla bucea en la etimología de las palabras en busca de la precisión. Carlos Garrido dice ser incapaz de escribir en un espacio muy grande. Sigue el efecto madriguera, a base de buscar rincones cerrados o toperas para escribir. "Como si la minusculez ayudara a la concentración", añade. Basilio Baltasar no puede transigir con el hecho de sentirse observado, ni siquiera tenido en cuenta. Y apela al mito del hombre invisible: "¡Cuánta felicidad hay en el hombre desapercibido! ". David Torres reconoce una sensación de miedo a la hora de sentarse frente a una novela, o incluso de pánico, que se traduce en incomodidades de todo tipo. "Pero una vez que empiezo el miedo se evapora, se convierte en otra cosa, irritación o disgusto a medida que las palabras se entorpecen, alegría cuando fluyen, y entusiasmo si logro un buen párrafo." Antonio Rigo reivindica su carácter lunar: "yo le hago tres o nueve reverencias al primer cuarto creciente de cada mes y jamas leo mis poemas en cuarto menguante. Cuando el poema me tiene atrapado y no me sale ni me suelta entonces paseo enloquecido por los pasillos de la casa y me sé intratable."
Otros son más detallistas. Así, Miquel Angel Vidal me apunta: "M'agrada escriure còmode, tant per asseure com per la roba que duc, necessit silenci, llum natural i escric la primera versió sempre a mà". Javier Legorburu va un poco más lejos: "En verano me pongo el ventiladora 20 centímetros y en invierno, los infrarrojos a medio metro. Junto al ordenador están los libros de consulta: diccionarios, y también una bandera española, constitucional, no franquista. Me recuerda que soy un escritor comprometido". Coco Meneses prefería una botella de whisky en su mesa o tal vez unas simples galletas. "Ahora no me preocupa que haya líquido o sólido junto al ordenador. Sólo que lo que escribo alcance el nivel perseguido". Alberto Blanco reconoce que necesita ponerse tenso para afrontar temas de ficción y Horacio Alba leer rodeado de diccionarios. Por su parte, Vidal Valicourt confiesa su adicción al ritual de batir huevos y prepararse una tortilla de perejil.
Tal vez para desmitificar del todo el tema les transcribo la contestación de Román Piña: "Desconozco mis manías, de modo que te doy una inventada. Escribo en posición horizontal, improvisándome una especie de cama con la butaca abatible y tecleando con una pajita en la boca, como un tetrapléjico. De fondo necesito mucho ruido, por lo que me suelo poner el vídeo de los primeros veinte minutos de Salvar al Soldado Ryan. La tercera condición que ha de darse para que yo pueda escribir, es que he de tener sobre la mesa, una tapa de pulpo a feira, pero un pulpo que aún respire, y que pueda terminar mis textos cuando yo me quedo traspuesto".
Si alguien esperaba que contase mis manías no tiene porqué apurarse ni sentirse desairado. Están ahí, medio diluidas en boca de otros. No hay mejor lugar que los otros para atisbarse a sí mismos. Y viceversa. Pruébenlo, nunca falla.
Etiquetas: Literatura
1 Comments:
yo escribo con birome negra, esa cuya marca en ingles significa "grande", siento que mis obras algún serán grandes obras, pero me reconosco un incansable novato, ciao, quien quiera que seas, perdido en este mundo, como todos.
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