the future

Los hipocondríacos siempre andamos ojo avizor con las últimas novedades médicas. Por eso, cuando mi paciente e ilustre cardiólogo, el doctor Miguel Triola, me propuso someterme a la prueba de un novedoso método de prevención contra los efectos del colesterol, no lo dudé ni un instante. Se trataba de un simple “tac” capaz de detectar la presencia o no de calcio en las arterias. Si lo hay, malo, porque eso significa que todo el sistema empieza a obstruirse. Si no lo hay, uno puede seguir cuidándose sabiendo que todavía no han empezado los derribos interiores. Un alivio.

La sesión duró unos diez minutos. Había por ahí unos chicos con las cámaras de la televisión recogiendo las primeras informaciones sobre el tema. Cuando me instalé bajo el gran arco metálico, en el que entre luces y algoritmos varios sólo pude entender la palabra Philips, me dejé llevar por la plácida sensación de saberme protegido, no por mi seguro médico que todavía no cubre estos experimentos, sino por la síntesis humanista de la más espiritual de las ciencias, la medicina.

Otra ciencia en constante evolución tiene también que ver con el humanismo pero sobre todo con las comunicaciones. Me entero de que la UIB –aunque con retraso respecto a otras universidades o agrupaciones cívicas- está empezando a convertir sus alrededores, por ahora el edificio Anselm Turmeda y sus jardines, en territorios de libre acceso wifi o inalámbrico. Ignoro si el profético moralista franciscano, finalmente converso al Islam, lo tendría previsto, pero ya es una realidad que el futuro está en el aire y en las ondas que viajan sin más destino que ser captadas. Pagar por el acceso a Internet será pronto una reliquia del pasado. De momento, si nos paseamos por las Avenidas de Palma, con un portátil, encontraremos un centenar de puntos de acceso absolutamente libres. Vale que la mayoría lo son por desconocimiento de sus propietarios, pero también hay gente que deja abiertas sus conexiones por generosidad. Ese es el camino.