pasiones
Hay nostálgicos de algo que no han vivido –la república, por ejemplo- o de algo que cualquiera sabe si vivirán; no, no me refiero a la entelequia de los países catalanes sino al reino de los cielos, por no irme tan lejos y perderles a todos ustedes de vista. También hay gente que está por la labor impúdica de exhibir sus sentimientos –me desagrada la catarsis del dolor tanto como la de la alegría- y gente sin más culpa que pasar por el sitio inadecuado en el peor de los momentos. Algo así me pasó al intentar llegar a casa y tener que sufrir ineludiblemente el via crucis de atravesar la calle Olmos y la arena blanca en plena procesión del Jueves Santo. La tarea, difícil por la aglomeración del gentío, me la convirtieron casi en épica y desde luego en desagradable, unas pocas ciudadanas y ciudadanos –digámoslo así para alegría de algunos políticos y su extraño uso bífido de la lengua y las concordancias gramaticales- al intentar, en visible estado de crispación e histerismo, bloquearme el paso además de dedicarme toda suerte de improperios, como si cruzar por delante de la escultura del Crist de la Sang, fuera poco menos que un sacrilegio. Por fortuna, ese mínimo brote de fanatismo no puede representar a nadie ni traspasar el umbral de la anécdota, pero deseo que no sea contagioso y se expanda como otros integrismos que andan hoy en día explosionando en el nombre supuesto de algún dios, mayor o menor, pero sin duda ausente y desde luego ajeno al maniqueísmo y la mala educación.
Los nostálgicos con los que empezaba estas líneas -alucinados del futuro perfecto- se reunieron el viernes por la mañana en Cort. A las pocas horas ya podían encontrarse en Internet fotografías del evento. No importa si eran unos quinientos como apuntan los municipales o más de mil como aseguran ellos. Ambas cifras son igual de ilustrativas. Lo que me asombra es el ruido infernal que hacen. Resulta milagroso.
Etiquetas: Literatura
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