lo que dijo Nadal Suau
EN EL LABERINTO
Hola a todos, queridos amigos. Y alegraos, porque hoy no estamos aquí para presentar el último libro de Juan Planas —entre otras cosas, porque ya es el penúltimo—. No: hoy venimos a celebrar el libro de Juan. ¡Sí, esto es la celebración de un buen libro de poesía! O mejor, hablemos simplemente de poesía. Porque la clave, amigos, Juan, no es distinguir la buena poesía de la mala, sino discernir qué es poesía y qué no lo es. La poesía es revelación, y si no hay revelación da igual si los acentos están donde toca. En cambio, cuando estamos ante un poeta verdadero, que le tiene fe en la escritura y en su propia visión de los fenómenos, entonces sólo queda venerar y respetar al hombre y sus versos. Te veneramos, Juan Planas. Tú haces poesía. ¡Y con esto queda todo dicho, aunque yo vaya a enrollarme durante un buen rato!
¿Conocen ustedes a Juan Planas? Creo yo que Juan es nuestro inglés en Mallorca. Sí, bien, nació en Mallorca y se apellida Planas. Bennásar, si hay que decirlo todo. Pero Juan es un inglés, estoy seguro: su atuendo es inglés, su barba también, y sus excentricidades son bien inglesas. ¡Demonios! Cristóbal Serra dice que todos los ingleses están chiflados, pero que la mitad son absurdos y la otra mitad geniales. Juan no está chiflado, pero tiene algo genial. Por otra parte, no crean que casa mal lo mallorquín y lo inglés: los de la isla somos los anglosajones del Mediterráneo. Pero no quiero parecer frívolo, así que vuelvo al tema de hoy: la poesía. Planas, el poeta, pertenece también a una tradición inglesa, la que él ha adoptado y la que ha cultivado. Creo que sus referencias mayores han de ser Pound y Eliot. No puedo equivocarme demasiado. Pound y Eliot, señores: nada menos. Hoy en día, que la gente va citando a cualquier García sentimental, Juan Planas se arroja en brazos de las Voces Mayores del mundo que le vio nacer. Por cierto, un fragmento de Eliot, sacado de The Waste Land, enmarca Los pliegues ocultos, que es el libro del que hablamos hoy. Leería esos versos en inglés, porque me place; pero no quiero masacrar sus tímpanos con mi acento miserable, así que mejor busquen ustedes la vieja grabación en la que Eliot recita su largo poema. No tiene desperdicio. En todo caso: Eliot escribe La tierra baldía para cantar la muerte del espíritu. ¡Tomen nota, esto ya es una pista!
La trayectoria poética de Planas es curiosa: nace a la creación muy pronto, publica dos libros que, lo confieso, sigo sin haber leído —pero sé dónde encontrarlos, y un día han de caer—, y luego desaparece durante mucho tiempo. Es una trayectoria guadianesca y misteriosa, que ha forjado un pequeño mito. De pronto, Juan reaparece en Internet, en un espacio bautizado La Telaraña, y Román Piña le edita dos libros sorprendentes, Insomnios y Fuera del tiempo. Son dos libros arriesgados, intrincados y disidentes, que aparecen entre 2003 y 2004. Yo creo que en ellos el autor balbucea, y eso podría ser malo; pero sobre todo, Juan logró fundar allí un territorio, iluminar una zona oscura. Y eso, en cambio, es muy bueno. Es lo único bueno que puede hacer un escritor. Este mismo año, Juan ha publicado un buen poema, de estructura inteligente, titulado La mansión de las luciérnagas, y en él triunfan la forma y el acendramiento de una temática propia. Por eso esperábamos con tanta curiosidad sus pliegues ocultos.
Y Los pliegues ocultos ha resultado ser un poemario ambicioso, arriesgado y derrochador. Como siempre en Juan. Pero vamos a ver, ¿en qué consiste la poesía de Juan Planas? Yo trataré de explicarlo con algunas analogías de tertulia de café, como si él y yo nos enfrascáramos en una crítica literaria guasona y amical. Ocurre que estos días su poemario me perseguía, y todo lo que hacía me recordaba a él. No hay mayor placer para un lector que encadenar referencias. Fíjense: hace poco fui a ver La dalia negra, y salí pensando que Juan Planas hace poemas como Brian de Palma hace cine: el cine de Brian de Palma desasosiega, es obsesivo y virtuoso. De Palma puede sacrificar el orden o la claridad en su trama, pero siempre a favor de un travelling imposible, de una coreografía ralentizada y majestuosa, de un homenaje salvaje al mejor Hitchcock. Así, Juan Planas se entrega al desasosiego y a la carambola lingüística, al más difícil todavía, al “sígueme si puedes, y si no, a mí plim”.
También creo que Juan Planas es un barroco, en el sentido más filológico de la palabra. Y un pluralista: digo ambas cosas porque Juan no cree en las antítesis. Cree en las alternativas. Si yo digo que “la realidad es un compuesto hecho de contrarios, no absolutos sino relativos. Las oposiciones esconden una armonía hecha de disonancias que es necesario sacar a la luz”... si yo digo esto, parece que esté definiendo la poesía de Juan Planas. Pero resulta que esto lo escribió un erudito acerca de Baltasar Gracián, al que estoy estudiando estos días. ¡Pero ahí está todo Planas! ¡Lo dice él mismo, en Los pliegues ocultos, escuchen: —página 42, desde “Yo creía” a “simplificación inútil”—. Todo esto resulta muy oriental, pero sobre todo muy pluralista. Frente a la Historia, opone un tiempo multiforme en el que todo está en todo.
También pensé en Juan Planas al proponer a mis alumnos que comentaran estos dos versos geniales, gamberros y lúdicos de Vicente Huidobro: “Los cuatro puntos cardinales / Son tres: Norte y Sur”. ¡Qué bien define este chascarrillo de Huidobro la obra de arte! Porque el poema crea una realidad propia, y en ella no importan las coordenadas de una realidad supuesta. Y Juan escribe: “Este destierro del instante me permite la furia del absurdo. Sin coordenadas, me muevo por instinto y recuerdos” [39].
Leyendo Los pliegues ocultos, empecé a concebir una imagen muy plástica para cifrar la poesía de Juan. Me imaginaba al poeta en el interior de una esfera, con las extremidades extendidas. El poeta palpa, busca los límites, investiga los límites de su realidad. Por eso la poesía de Planas es tan matérica, porque las palmas de sus manos chocan con la materia. Y entonces, como un hámster en su rueda, el poeta se desliza por el límite que marca la materia, se desliza en el interior de esa esfera y se pone boca abajo, y en paralelo y otra vez erguido, y siempre palpando los límites. La materia sagrada —porque es pezón— pero castrante —porque es hierro y metal—. Como la voz poética da vueltas explorando la textura del límite —esos pliegues ocultos del título—, a veces parece una voz contradictoria: tanto está boca arriba como está boca abajo, nos enseña la frente o las posaderas. Pero la actitud, la voluntad inalienable siempre es la misma: acariciar el límite. En fin, yo ya había concebido esta imagen, y de pronto Juan Planas habla de Leonardo: —página 42—. ¡Estoy orgulloso! ¿Habré acertado esta vez?
Y en fin, la poesía de Juan es un laberinto, una telaraña muy enredada. Lo dice el autor: “El largo viaje a través de los laberintos dura sólo un instante”. Así, la lectura de Los pliegues ocultos. Por cierto, que este libro también tiene algo de la biblioteca de Borges, en el famoso cuento, o de la biblioteca de Cristóbal Serra, en la avenida Argentina. Esos espacios ocupados por libros, por palabras, que se desplazan, se ocultan, se superponen o desaparecen. Lo digo porque, preparando esta presentación, son varias las citas que yo quería usar y que no encontré de ninguna manera: ¿las había soñado yo? ¿Las había soñado el mismo libro? ¿Eran reales sólo en una realidad paralela cuyo dintel yo franqueé para regresar después? Juan, ¿puedes decirme dónde carajo están esas citas? Con lo bien que me habría venido poder usarlas aquí...
En fin, todo esto son Los pliegues ocultos. Bueno, todo esto y un precioso, sobrio diseño de la editorial Calima, que ha conseguido una colección elegante y que invita a leer. Y oigan, “quien quiera verso que corte los renglones por donde le plazca”.
Hola a todos, queridos amigos. Y alegraos, porque hoy no estamos aquí para presentar el último libro de Juan Planas —entre otras cosas, porque ya es el penúltimo—. No: hoy venimos a celebrar el libro de Juan. ¡Sí, esto es la celebración de un buen libro de poesía! O mejor, hablemos simplemente de poesía. Porque la clave, amigos, Juan, no es distinguir la buena poesía de la mala, sino discernir qué es poesía y qué no lo es. La poesía es revelación, y si no hay revelación da igual si los acentos están donde toca. En cambio, cuando estamos ante un poeta verdadero, que le tiene fe en la escritura y en su propia visión de los fenómenos, entonces sólo queda venerar y respetar al hombre y sus versos. Te veneramos, Juan Planas. Tú haces poesía. ¡Y con esto queda todo dicho, aunque yo vaya a enrollarme durante un buen rato!
¿Conocen ustedes a Juan Planas? Creo yo que Juan es nuestro inglés en Mallorca. Sí, bien, nació en Mallorca y se apellida Planas. Bennásar, si hay que decirlo todo. Pero Juan es un inglés, estoy seguro: su atuendo es inglés, su barba también, y sus excentricidades son bien inglesas. ¡Demonios! Cristóbal Serra dice que todos los ingleses están chiflados, pero que la mitad son absurdos y la otra mitad geniales. Juan no está chiflado, pero tiene algo genial. Por otra parte, no crean que casa mal lo mallorquín y lo inglés: los de la isla somos los anglosajones del Mediterráneo. Pero no quiero parecer frívolo, así que vuelvo al tema de hoy: la poesía. Planas, el poeta, pertenece también a una tradición inglesa, la que él ha adoptado y la que ha cultivado. Creo que sus referencias mayores han de ser Pound y Eliot. No puedo equivocarme demasiado. Pound y Eliot, señores: nada menos. Hoy en día, que la gente va citando a cualquier García sentimental, Juan Planas se arroja en brazos de las Voces Mayores del mundo que le vio nacer. Por cierto, un fragmento de Eliot, sacado de The Waste Land, enmarca Los pliegues ocultos, que es el libro del que hablamos hoy. Leería esos versos en inglés, porque me place; pero no quiero masacrar sus tímpanos con mi acento miserable, así que mejor busquen ustedes la vieja grabación en la que Eliot recita su largo poema. No tiene desperdicio. En todo caso: Eliot escribe La tierra baldía para cantar la muerte del espíritu. ¡Tomen nota, esto ya es una pista!
La trayectoria poética de Planas es curiosa: nace a la creación muy pronto, publica dos libros que, lo confieso, sigo sin haber leído —pero sé dónde encontrarlos, y un día han de caer—, y luego desaparece durante mucho tiempo. Es una trayectoria guadianesca y misteriosa, que ha forjado un pequeño mito. De pronto, Juan reaparece en Internet, en un espacio bautizado La Telaraña, y Román Piña le edita dos libros sorprendentes, Insomnios y Fuera del tiempo. Son dos libros arriesgados, intrincados y disidentes, que aparecen entre 2003 y 2004. Yo creo que en ellos el autor balbucea, y eso podría ser malo; pero sobre todo, Juan logró fundar allí un territorio, iluminar una zona oscura. Y eso, en cambio, es muy bueno. Es lo único bueno que puede hacer un escritor. Este mismo año, Juan ha publicado un buen poema, de estructura inteligente, titulado La mansión de las luciérnagas, y en él triunfan la forma y el acendramiento de una temática propia. Por eso esperábamos con tanta curiosidad sus pliegues ocultos.
Y Los pliegues ocultos ha resultado ser un poemario ambicioso, arriesgado y derrochador. Como siempre en Juan. Pero vamos a ver, ¿en qué consiste la poesía de Juan Planas? Yo trataré de explicarlo con algunas analogías de tertulia de café, como si él y yo nos enfrascáramos en una crítica literaria guasona y amical. Ocurre que estos días su poemario me perseguía, y todo lo que hacía me recordaba a él. No hay mayor placer para un lector que encadenar referencias. Fíjense: hace poco fui a ver La dalia negra, y salí pensando que Juan Planas hace poemas como Brian de Palma hace cine: el cine de Brian de Palma desasosiega, es obsesivo y virtuoso. De Palma puede sacrificar el orden o la claridad en su trama, pero siempre a favor de un travelling imposible, de una coreografía ralentizada y majestuosa, de un homenaje salvaje al mejor Hitchcock. Así, Juan Planas se entrega al desasosiego y a la carambola lingüística, al más difícil todavía, al “sígueme si puedes, y si no, a mí plim”.
También creo que Juan Planas es un barroco, en el sentido más filológico de la palabra. Y un pluralista: digo ambas cosas porque Juan no cree en las antítesis. Cree en las alternativas. Si yo digo que “la realidad es un compuesto hecho de contrarios, no absolutos sino relativos. Las oposiciones esconden una armonía hecha de disonancias que es necesario sacar a la luz”... si yo digo esto, parece que esté definiendo la poesía de Juan Planas. Pero resulta que esto lo escribió un erudito acerca de Baltasar Gracián, al que estoy estudiando estos días. ¡Pero ahí está todo Planas! ¡Lo dice él mismo, en Los pliegues ocultos, escuchen: —página 42, desde “Yo creía” a “simplificación inútil”—. Todo esto resulta muy oriental, pero sobre todo muy pluralista. Frente a la Historia, opone un tiempo multiforme en el que todo está en todo.
También pensé en Juan Planas al proponer a mis alumnos que comentaran estos dos versos geniales, gamberros y lúdicos de Vicente Huidobro: “Los cuatro puntos cardinales / Son tres: Norte y Sur”. ¡Qué bien define este chascarrillo de Huidobro la obra de arte! Porque el poema crea una realidad propia, y en ella no importan las coordenadas de una realidad supuesta. Y Juan escribe: “Este destierro del instante me permite la furia del absurdo. Sin coordenadas, me muevo por instinto y recuerdos” [39].
Leyendo Los pliegues ocultos, empecé a concebir una imagen muy plástica para cifrar la poesía de Juan. Me imaginaba al poeta en el interior de una esfera, con las extremidades extendidas. El poeta palpa, busca los límites, investiga los límites de su realidad. Por eso la poesía de Planas es tan matérica, porque las palmas de sus manos chocan con la materia. Y entonces, como un hámster en su rueda, el poeta se desliza por el límite que marca la materia, se desliza en el interior de esa esfera y se pone boca abajo, y en paralelo y otra vez erguido, y siempre palpando los límites. La materia sagrada —porque es pezón— pero castrante —porque es hierro y metal—. Como la voz poética da vueltas explorando la textura del límite —esos pliegues ocultos del título—, a veces parece una voz contradictoria: tanto está boca arriba como está boca abajo, nos enseña la frente o las posaderas. Pero la actitud, la voluntad inalienable siempre es la misma: acariciar el límite. En fin, yo ya había concebido esta imagen, y de pronto Juan Planas habla de Leonardo: —página 42—. ¡Estoy orgulloso! ¿Habré acertado esta vez?
Y en fin, la poesía de Juan es un laberinto, una telaraña muy enredada. Lo dice el autor: “El largo viaje a través de los laberintos dura sólo un instante”. Así, la lectura de Los pliegues ocultos. Por cierto, que este libro también tiene algo de la biblioteca de Borges, en el famoso cuento, o de la biblioteca de Cristóbal Serra, en la avenida Argentina. Esos espacios ocupados por libros, por palabras, que se desplazan, se ocultan, se superponen o desaparecen. Lo digo porque, preparando esta presentación, son varias las citas que yo quería usar y que no encontré de ninguna manera: ¿las había soñado yo? ¿Las había soñado el mismo libro? ¿Eran reales sólo en una realidad paralela cuyo dintel yo franqueé para regresar después? Juan, ¿puedes decirme dónde carajo están esas citas? Con lo bien que me habría venido poder usarlas aquí...
En fin, todo esto son Los pliegues ocultos. Bueno, todo esto y un precioso, sobrio diseño de la editorial Calima, que ha conseguido una colección elegante y que invita a leer. Y oigan, “quien quiera verso que corte los renglones por donde le plazca”.
José María Nadal Suau. 26 de Octubre de 2006.
Etiquetas: Creación, Literatura
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