halloween
La Telaraña en El Mundo.
En tiempos de tanto pleonasmo, maliciosa elipsis y torpe, aunque calculada, ambigüedad, nada mejor que montarse con dinero ajeno una televisión –y sobre todo, llamarla de Mallorca cuando sólo es de Munar y sus adictos asalariados- para elevar el maniqueísmo a categoría de atentado social. El viejo mito de la imagen y las mil palabras. La triste malversación del lenguaje. La necrosis de la realidad entre los dos únicos colores que no lo son: el blanco y el negro. La vida sin matices es pura perversión.
Podríamos, sin embargo, mirar el mundo como si fuera el Guernika de Picasso. ¿Les gusta ese bodrio que tantas veces nos ha acompañado por las habitaciones de la vida? Quizás haya sucedido algún misterioso trasvase y los protagonistas de ese territorio de pavor y sirenas que aúllan entre luces vacilantes, seamos ahora nosotros. El mundo avanza hacia la peor de las distopías. Los Gobiernos –todos, aunque unos más que otros- intentan racionarnos el libre pensamiento a base de cápsulas normativas y acríticas. Ahora toca la injerencia pública en el ámbito privado. Quieren decidir en qué lengua hemos de hablar y educar a nuestros hijos. O cómo hemos de actuar al margen del propio raciocinio. Aquí podría colocar un exabrupto o una sonrisa. Quieren pensar por nosotros. Qué buena gente. Intuyo el regreso de la “movida” de los ochenta -la que marchitó las últimas flores del 68 y entronizó la superficialidad y la autocomplacencia- disfrazada con los ropajes del tiránico nacionalismo de siempre. Mierda de Halloween.
Pero Munar tiene más razón que todos los santos juntos al pregonar la noticia de que los castellano-parlantes son más sucios y reacios al reciclaje que los mallorquines auténticos del catalán y “ses rondalles”. Sin duda. Algunos, incluso, tienen parientes en las selvas de Bolivia o Ecuador. O en las de Zamora o Cuenca. Me extraña que cuando viví en las ciudades encantadas de Barcelona y Valencia nadie tuviera el valor de llamarme cerdo. Qué raro.
Podríamos, sin embargo, mirar el mundo como si fuera el Guernika de Picasso. ¿Les gusta ese bodrio que tantas veces nos ha acompañado por las habitaciones de la vida? Quizás haya sucedido algún misterioso trasvase y los protagonistas de ese territorio de pavor y sirenas que aúllan entre luces vacilantes, seamos ahora nosotros. El mundo avanza hacia la peor de las distopías. Los Gobiernos –todos, aunque unos más que otros- intentan racionarnos el libre pensamiento a base de cápsulas normativas y acríticas. Ahora toca la injerencia pública en el ámbito privado. Quieren decidir en qué lengua hemos de hablar y educar a nuestros hijos. O cómo hemos de actuar al margen del propio raciocinio. Aquí podría colocar un exabrupto o una sonrisa. Quieren pensar por nosotros. Qué buena gente. Intuyo el regreso de la “movida” de los ochenta -la que marchitó las últimas flores del 68 y entronizó la superficialidad y la autocomplacencia- disfrazada con los ropajes del tiránico nacionalismo de siempre. Mierda de Halloween.
Pero Munar tiene más razón que todos los santos juntos al pregonar la noticia de que los castellano-parlantes son más sucios y reacios al reciclaje que los mallorquines auténticos del catalán y “ses rondalles”. Sin duda. Algunos, incluso, tienen parientes en las selvas de Bolivia o Ecuador. O en las de Zamora o Cuenca. Me extraña que cuando viví en las ciudades encantadas de Barcelona y Valencia nadie tuviera el valor de llamarme cerdo. Qué raro.
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