el esperpento
La Telaraña en El Mundo.
«La lengua no sólo es un instrumento de comunicación, sino también de creación, y una lengua como la nuestra se merece unos grandes premios». Lo dijo Rosa Barceló en la presentación propagandística de los Premis Mallorca y yo corrí, enseguida, a la web del Consell Insular a verle la lengua a esta buena mujer. Omitiré mis conclusiones. Lo innegable, en cualquier caso, es que la página del CIM ha mejorado bastante. Ya no nos recibe, a modo de felpudo multiuso, la hierática efigie de una Maria Antònia Munar eternamente joven -será por esos pactos con el diablo, con todos los diablos- sino la sonrisa lozana de Francina Armengol. La sección con más lectores es la denominada subvenciones. Hay muchas, aunque algunas no las entiendo y otras las entiendo demasiado. ¿Se trata de corregir el mercado o de manipularlo? Es lo que tiene vivir en un mundo inventado por otros. Que cuesta creérselo.
Ayer, dos editoriales mallorquinas -Calima Ediciones y La Lucerna- consiguieron llenar de público y, más aún, de literatura el Ateneo de Madrid. Se presentaban tres libros de Miguel Veyrat. Me tocó recordar a los presentes -con placer amargo, es decir consternado- la triste evidencia de una Mallorca convertida en asilo de estrictos funcionarios/comisarios de una lengua y un nacionalismo que por no ser no es, ni tan siquiera, mallorquín. Es otra cosa. Un esperpento.
Hay días en que a uno se le aparece Valle-Inclán y empieza a deambular entre Luces de Bohemia y Tirano Banderas sin saber a qué esperpento encomendarse. Días absurdos que bajan cargados de fiebre y delirios. Días que pasan rápidos, como cometas volando entre las horas en los aeropuertos y las frases en los diarios. Apunto una que tiene muy poco que ver con el azar: «La identidad se construye hoy con marcas comerciales». No, no es de ningún arrepentido de Unió Mallorquina tras un arrebato de lucidez o locura suicida. No. Se trata de una opinión del filósofo Gilles Lipovetsky que no necesita ni ser demostrada.
«La lengua no sólo es un instrumento de comunicación, sino también de creación, y una lengua como la nuestra se merece unos grandes premios». Lo dijo Rosa Barceló en la presentación propagandística de los Premis Mallorca y yo corrí, enseguida, a la web del Consell Insular a verle la lengua a esta buena mujer. Omitiré mis conclusiones. Lo innegable, en cualquier caso, es que la página del CIM ha mejorado bastante. Ya no nos recibe, a modo de felpudo multiuso, la hierática efigie de una Maria Antònia Munar eternamente joven -será por esos pactos con el diablo, con todos los diablos- sino la sonrisa lozana de Francina Armengol. La sección con más lectores es la denominada subvenciones. Hay muchas, aunque algunas no las entiendo y otras las entiendo demasiado. ¿Se trata de corregir el mercado o de manipularlo? Es lo que tiene vivir en un mundo inventado por otros. Que cuesta creérselo.
Ayer, dos editoriales mallorquinas -Calima Ediciones y La Lucerna- consiguieron llenar de público y, más aún, de literatura el Ateneo de Madrid. Se presentaban tres libros de Miguel Veyrat. Me tocó recordar a los presentes -con placer amargo, es decir consternado- la triste evidencia de una Mallorca convertida en asilo de estrictos funcionarios/comisarios de una lengua y un nacionalismo que por no ser no es, ni tan siquiera, mallorquín. Es otra cosa. Un esperpento.
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