el buen salvaje
Hubo una vez un tiempo muy, muy, lejano en que soñábamos con huir del infierno de la civilización y regresar al paraíso tribal de una vida sencilla en el campo dedicados a la labranza y cultivo de la tierra, ese huerto regido sólo por el reloj solar de las estaciones. Ha llovido tanto, desde entonces, que ya ni recuerdo las razones que embargaban nuestros sentidos. De hecho sólo recuerdo el eco de una danza ritual alrededor del mito del buen salvaje enfrentado al hombre contaminado por una sociedad mercantil y corrupta. Puede que aquellas lluvias nos hayan traído estos lodos, o puede que no. La culpa es siempre –ahora como antes- ajena. Así es imposible una crítica seria.
Por eso me alegra que el gobierno de Antich y los trescientos –como mínimo- proteja el territorio. Hay que convertir las islas en un singular parque temático, con lugares repletos de humanos –hacinados en alambicados laberintos de asfalto y metal- y lugares sagrados, verdes, frondosos y salvajes. Lugares protegidos hasta la ocultación. Sólo así, cuando no quepamos en las ciudades podremos, con inflamado ardor en el pecho, echarnos a los montes y dormir al raso. Para entonces, gracias al calentamiento global, todas las zonas hurtadas al gentío serán como selvas amazónicas, el autóctono sueño de cualquier “boy scout” más o menos tardío. Nunca es tarde para la dicha.
Pero proteger territorios a la carta tiene peligro. No es fácil atender a los intereses de tantos socios, amigos y patrocinadores, por lo que es de prever que algún gran cabreo nos delate la ira de los que se sientan traicionados. En política lingüística, al contrario, Antich no tiene problemas. Esta semana se rechazará en Cataluña, como aquí, la propuesta de una educación “En castellano también”. Ni se debatirá porque los nacionalistas y de las JONS en el poder y en la oposición no lo desean. Si les vale con que la juventud, sobre todo la universitaria, hable mayoritariamente en castellano, a mí también. Viva el bilingüismo.
Etiquetas: Artículos
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