el agujero negro
La Telaraña en El Mundo.
Al Consell de Mallorca no le basta con dar la nota cutre en YouTube, ese portal de videos donde cada cual cuelga sus películas, como si el mundo no sólo comenzase, como así es, en el ombligo sino que también ahí -en ese lugar desgarrado y frágil- tuviera su única razón de ser y su apoteosis. Mal asunto. Se ha pasado del trípode piramidal de Munar a la fiebre colectiva del sábado noche de Armengol en Abraxas. Nada menos. Seguro que allí se disolvieron a gusto, en masa, en hojaldre, en corro de sardana o en sordina, como gusten. Igual hoy ya no existe el CIM. No nos caerá esa breva.
Las discotecas son un lugar inmejorable para evaporarse y, aunque hace años que no piso una pista de baile ni me dejo los tímpanos en el estertor de la música, sí que recuerdo haberme volatizado, alguna vez, en ellas. Yo tuve suerte y volví, más o menos, a recomponerme, pero sé de muchos que nunca se recuperaron y ahí siguen, todavía, buscándose a sí mismos –y a los otros- como espíritus encadenados al pasado. Pero no voy a hablar de memoria histórica sino de gente en edad escolar de aprender. Eso es la vida aunque no lo parezca. Aprender.
La educación sigue en crisis y de las escuelas ya no salen alumnos con vocación universitaria y menos, aún, con destino a nuestra terminal propia, la UIB, pese a la mucha inmersión -la lengua, el metro, los laboratorios- de la que puede presumir y presume. Les propondría utilizar el metro para emular a los científicos del CERN y lanzar, raudos, un haz múltiple de protones por ver si así resurge de sus cenizas algún Renacimiento más allá del hombre y, también, de la mujer, por supuesto. Todo cabe en un agujero negro igual que en un orondo y canónico –de la SGAE- devedé cabe casi todo el saber humano. Así sabríamos si de las escuelas sale gente educada o si sólo estamos ante una fábrica de clones con joroba prematura, según la alarma social causada por el tema del peso de las mochilas. El saber no debiera ocupar lugar ni dinero, pero esa es otra historia.
Las discotecas son un lugar inmejorable para evaporarse y, aunque hace años que no piso una pista de baile ni me dejo los tímpanos en el estertor de la música, sí que recuerdo haberme volatizado, alguna vez, en ellas. Yo tuve suerte y volví, más o menos, a recomponerme, pero sé de muchos que nunca se recuperaron y ahí siguen, todavía, buscándose a sí mismos –y a los otros- como espíritus encadenados al pasado. Pero no voy a hablar de memoria histórica sino de gente en edad escolar de aprender. Eso es la vida aunque no lo parezca. Aprender.
La educación sigue en crisis y de las escuelas ya no salen alumnos con vocación universitaria y menos, aún, con destino a nuestra terminal propia, la UIB, pese a la mucha inmersión -la lengua, el metro, los laboratorios- de la que puede presumir y presume. Les propondría utilizar el metro para emular a los científicos del CERN y lanzar, raudos, un haz múltiple de protones por ver si así resurge de sus cenizas algún Renacimiento más allá del hombre y, también, de la mujer, por supuesto. Todo cabe en un agujero negro igual que en un orondo y canónico –de la SGAE- devedé cabe casi todo el saber humano. Así sabríamos si de las escuelas sale gente educada o si sólo estamos ante una fábrica de clones con joroba prematura, según la alarma social causada por el tema del peso de las mochilas. El saber no debiera ocupar lugar ni dinero, pero esa es otra historia.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home