Formentor
La Telaraña en El Mundo.
Las páginas de la prensa, que son una metáfora de los días, vienen cargadas de noticias con trasfondo añejo y literario, con vocación de renacimiento de premios y tertulias, con la terquedad de las imágenes, revisitadas, del tiempo aquél en que se podía ser influyente y además clandestino, aristocrático, letrado y hasta iracundo. O todo a la vez. Ese tiempo no volverá, pero se agradece el fulgor de los anecdotarios personales, el carisma de los espejismos individuales frente a la fragilidad de los colectivos, el triste tránsito hacia el vacío donde acaban reposando las buenas intenciones, tan fatigadas ellas.
Con todo, las mejores frases son las que despiertan una espiral de interpretaciones, un rosario de alegorías subterráneas, una explosión demorada, pero palpable, de un voltaje difícil de medir. Así, el escritor mexicano Carlos Fuentes abandonó las Conversaciones Literarias de Formentor, camino de una ópera de Wagner en Beirut, preguntándose, más allá de los interrogantes «si con algo de represión no se dan mejor las cosas que en absoluta libertad». El oxímoron no es nuevo –y menos en España, donde algunos añoran los años en los que parecía vivirse muy bien “contra Franco”, ese lascivo nuncio de la muerte y la miseria- pero no por usado o retorcido, según se mire, deja de ser tan enigmático como la vida misma y la certeza de saberse, a la vez, absolutamente libres desde siempre y también, desde siempre, en una precaria situación de libertad vigilada y condicional, además de pasajera.
Lo grave es que las autoridades sigan manipulando el pasado y, desde ese usufructo de la realidad, impongan a los más jóvenes el estudio de la gloriosa historia y lengua de Cataluña y no la de todos. A este paso, al coste de la insularidad habrá que sumarle el de la catalanidad. O cambien las placas de las calles como si les fuera la vida en ello. Qué lujos. Ahora la Plaza del Caudillo es la de Son Castelló y Aina Calvo, Nanda Ramon y Margarita Nájera saltaron de alegría como posesas. Viva la revolución.
Las páginas de la prensa, que son una metáfora de los días, vienen cargadas de noticias con trasfondo añejo y literario, con vocación de renacimiento de premios y tertulias, con la terquedad de las imágenes, revisitadas, del tiempo aquél en que se podía ser influyente y además clandestino, aristocrático, letrado y hasta iracundo. O todo a la vez. Ese tiempo no volverá, pero se agradece el fulgor de los anecdotarios personales, el carisma de los espejismos individuales frente a la fragilidad de los colectivos, el triste tránsito hacia el vacío donde acaban reposando las buenas intenciones, tan fatigadas ellas.
Con todo, las mejores frases son las que despiertan una espiral de interpretaciones, un rosario de alegorías subterráneas, una explosión demorada, pero palpable, de un voltaje difícil de medir. Así, el escritor mexicano Carlos Fuentes abandonó las Conversaciones Literarias de Formentor, camino de una ópera de Wagner en Beirut, preguntándose, más allá de los interrogantes «si con algo de represión no se dan mejor las cosas que en absoluta libertad». El oxímoron no es nuevo –y menos en España, donde algunos añoran los años en los que parecía vivirse muy bien “contra Franco”, ese lascivo nuncio de la muerte y la miseria- pero no por usado o retorcido, según se mire, deja de ser tan enigmático como la vida misma y la certeza de saberse, a la vez, absolutamente libres desde siempre y también, desde siempre, en una precaria situación de libertad vigilada y condicional, además de pasajera.
Lo grave es que las autoridades sigan manipulando el pasado y, desde ese usufructo de la realidad, impongan a los más jóvenes el estudio de la gloriosa historia y lengua de Cataluña y no la de todos. A este paso, al coste de la insularidad habrá que sumarle el de la catalanidad. O cambien las placas de las calles como si les fuera la vida en ello. Qué lujos. Ahora la Plaza del Caudillo es la de Son Castelló y Aina Calvo, Nanda Ramon y Margarita Nájera saltaron de alegría como posesas. Viva la revolución.
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