LA TELARAÑA: catosfera

lunes, septiembre 8

catosfera

La Telaraña en El Mundo.



Con los muertos no se juega. Es lógico que la gente quiera recuperar los huesos de los suyos y darles sepultura. Se descansa mejor con la familia reunida. Lo extraño, tras tantos años de tregua, es el rabioso resurgir del afán arqueológico, la parodia de Indiana Jones por parte de Garzón en su viaje al centro del pasado o la proliferación de asociaciones sobre el tema: sabía de ARMH, pero ahora descubro la AGEMHA y los Represaliados de la Guerra Civil, qué cosas. Igual falta trabajo en España y hay que buscarlo bajo las piedras, aun a riesgo de alterar el sabio descanso de los muertos y atropellarnos a todos con una lluvia radioactiva de medias verdades, sangre reseca y culpas añejas, bajo el peso visceral de una dialéctica, muy simple, de vencedores y vencidos. Pero sólo vence la muerte.

Sentirse parte de algo –lo que sea- excita las neuronas de muchos. Me alegran esas fructuosas flatulencias aunque no las coleccione y me pillen fuera de juego todos los motines neuronales, su entramado de genes, su corte de quimeras, su posible faz de cíbolos en miniatura. Jamás he bebido –y ya es tarde para calmar la sed- ese cóctel de morbo, frente común, colectividad en marcha, autoayuda compartida y fondo de pensiones donde se acaban cobrando los ilustres intereses de una identidad propia y, a la vez, común, con bandera, lengua, territorio, usura, mundo microscópico, inventario de necedades y apología final con algún motivo de unidad de destino en lo universal. O más allá.

Algo así ha puesto en un brete a Bárbara Galmés. No habrá subvención para una escuela francesa de catalán, como pedía el iluminado de la UIB, Jaume Corbera. Lo siento, pues el dinero se gastará igual pero en casa, que es peor. Mientras tanto, podemos probar “Google Chrome” o asombrarnos, pudor ajeno aparte, con el libro “Catosfera Literaria 08”, una antología de blogs en catalán que ha parido Toni Ibáñez –insigne inventor, como recalca en su blog, del término Catosfera- con prólogo de Biel Mesquida. Qué menos.

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