paranormales
La Telaraña en El Mundo.
Por no hablar de la caja fuerte de Ordinas –nada que ver con la de Munar- ni de Cardona ni de los millones que Bàrbara Galmés usará para educar a los niños extranjeros en catalán, esa melodía monódica, escribiré sobre otros fenómenos paranormales. Corren tiempos extraños en los que el calentamiento global y la contaminación complican mucho los análisis. En ciclismo, por ejemplo, Armstrong, Vinokourov y Alcalá planean volver a las carreteras. Debieran sumarse Merckx, Indurain, Delgado y hasta Bahamontes o Timoner. Ese Tour no tendría precio.
El sexo es otro lugar de conflicto. La Universidad del País Vasco –ahí hay mucho experto político en las filigranas del ADN- ha detectado que proliferan los peces bisexuales y los mejillones hermafroditas. A ver si la UIB estudia si algo similar acaece con los humanos. Tengo mis sospechas. Los robots, de momento, tampoco se libran. Así una voz muda y atormentada recorre el bucle infinito de los hilos de cobre o las autopistas del aire para acabar resonando, una vez y otra, en mi teléfono y en el de otros muchos usuarios sin que sepamos qué busca, si una presa, una vulnerabilidad o el eco de una voz amiga con la que poder, al fin, entenderse, dialogar, comunicarse. Pero eso no sucede.
Suena el teléfono y -mientras vemos los dígitos de siempre, 917719500- lo dejamos sonar sin inmutarnos o, ya hartos, lo descolgamos por ver si esta vez -oh, milagro- hay alguien al otro lado, pero no, sólo nos atiende un breve silencio, el no-sonido, apocado y tenso, de una conexión que se corta sin dejar huella. Es el llamado “spam” telefónico en la más inútil de sus versiones, la ausencia total de mensaje, la no-publicidad, la molestia aleatoria que, según Google, se atribuye a un robot fuera de control de un centro de llamadas de Jazztel. Puede ser. Pero no sé qué quieren vender a la hora de la siesta o a las primeras luces del alba, en la hora violeta y, siempre, cuando menos procede. Esto sí que es acoso de género, y sin sexo. Qué anacronismo.
El sexo es otro lugar de conflicto. La Universidad del País Vasco –ahí hay mucho experto político en las filigranas del ADN- ha detectado que proliferan los peces bisexuales y los mejillones hermafroditas. A ver si la UIB estudia si algo similar acaece con los humanos. Tengo mis sospechas. Los robots, de momento, tampoco se libran. Así una voz muda y atormentada recorre el bucle infinito de los hilos de cobre o las autopistas del aire para acabar resonando, una vez y otra, en mi teléfono y en el de otros muchos usuarios sin que sepamos qué busca, si una presa, una vulnerabilidad o el eco de una voz amiga con la que poder, al fin, entenderse, dialogar, comunicarse. Pero eso no sucede.
Suena el teléfono y -mientras vemos los dígitos de siempre, 917719500- lo dejamos sonar sin inmutarnos o, ya hartos, lo descolgamos por ver si esta vez -oh, milagro- hay alguien al otro lado, pero no, sólo nos atiende un breve silencio, el no-sonido, apocado y tenso, de una conexión que se corta sin dejar huella. Es el llamado “spam” telefónico en la más inútil de sus versiones, la ausencia total de mensaje, la no-publicidad, la molestia aleatoria que, según Google, se atribuye a un robot fuera de control de un centro de llamadas de Jazztel. Puede ser. Pero no sé qué quieren vender a la hora de la siesta o a las primeras luces del alba, en la hora violeta y, siempre, cuando menos procede. Esto sí que es acoso de género, y sin sexo. Qué anacronismo.
PD.- La primera frase del pdf no es mía... se ve que hoy sobraba espacio.
Etiquetas: Artículos
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